Cinco razones para visitar Cuenca y su Semana de Música Religiosa
A menudo no puedo sino considerarme un conquense en el exilio: hace casi treinta años que, tras cursar mis estudios en la ciudad “levítica, misteriosa y abstracta” en que nací -tal y como la describiera Raúl del Pozo-, cambié las altas paredes de caliza y el olor a resina por los horizontes de viñedos y humedales manchegos.
La vida académica conlleva no pocas renuncias y, solo en ocasiones, devuelve mieles sobre hieles. Ahora que en la madurez regreso a Séneca, leo en la consolación que destina a Helvia, su madre, afectada por el exilio de su hijo, que “el género humano se mueve continuamente, y todos los días cambia algo en este vasto conjunto”. Y en esta mudanza natural el corazón transita una y otra vez los lugares donde fue feliz, aunque sus pasos sean otros.
Pero, a veces, pasos y corazón se acompañan en el mismo sendero: el viajero que haya visitado Cuenca en Semana Santa decidirá sin duda regresar a ella, al igual que hacen sus hijos, a veces con el dolor del desterrado. Y quien todavía no la conozca, tiene ahora la oportunidad de ganar para sí en estos días un espacio donde confundir el alma con los muros barrocos y renacentistas que se elevan sobre el empedrado para dejarse después llevar por el verde rumor del Júcar y descansar sobre las propuestas de su Semana de Música Religiosa. He aquí cinco buenas razones para no errar en el camino:
- Con motivo del V centenario del nacimiento de Giovanni Pierluigi da Palestrina (1525-1594), el sábado 12 de abril se podrá escuchar el concierto ofrecido por The Tallis Scholars, bajo la dirección de Peter Phillips, en el que se establece un riquísimo diálogo entre el compositor romano y su coetáneo Orlando di Lasso, y donde las voces desnudas vertebrarán la misa Ut re mi fa sol la y diferentes motetes veterotestamentarios que concederán una extraordinaria profundidad al tiempo litúrgico habitado.
- Aquellos que deseen conocer el patrimonio musical de esta vasta región y, en concreto, de la propia Catedral de Cuenca, tendrán ocasión de aproximarse el jueves 17 de abril a la obra de Santiago de Pradas (1777-1821) a través del estreno absoluto de su Miserere a 8 voces, con flautas, violines, oboes y trompas, compuesto en 1798 y cuya presentación, edición y estudio debemos a mi compañero catedrático en la universidad José Luis de la Fuente Charfolé, el mejor conocedor de los tesoros musicales del templo conquense. Sin duda, un hito en la transferencia académica del Centro de Investigación y Documentación Musical (CIDoM) y la sala de conciertos, gracias al cual podrá escucharse esta música nacida en tiempos de nuestra ilustración tardía.
- Si, más allá del patrimonio histórico musical, los oídos buscan los lenguajes de siglos más recientes, el visitante más audaz tendrá sin duda oportunidad de escuchar el viernes 18 de abril la obra de estreno de Manuel Millán de las Heras -en cuyo ADN está inscrita la Semana Santa conquense- Via Crucis, interpretada por la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid y dentro del homenaje al pintor y escultor Gustavo Torner en su centenario, y escoltada en el programa por la Misa de Ígor Stravinski. Compañero y amigo de profesión, la obra de Manuel Millán sobre textos de evangelios canónicos y apócrifos, poemas de los siglos XV y XVI y textos de la liturgia romana, articulados sobre la sensibilidad a la que nos tiene acostumbrados, no dejará a nadie indiferente.
- Existe un momento especialmente emotivo en toda la Semana Santa conquense: es el momento en el que en la procesión de Las turbas, Camino del Calvario, en la madrugada el Viernes Santo, cesan su escarnio las cajas destempladas y, frente a Jesús Nazareno de El Salvador, rompe en el silencio de la multitud el poderoso acorde desplegado al unísono del anónimo Miserere, erróneamente atribuido a Santiago Pradas. Con el ánimo sobrecogido, solo puede escucharse sin aliento hasta que el estruendo de clarines y tambores derrumba sobre el corazón la pena de muerte de un reo que avanza en soledad.
- Y, finalmente, si el tiempo lo permite, Cuenca ofrece al viajero dos placeres contradictorios: la atención plena al cauce de sus hoces, recortada sobre el filo medieval de la calle San Pedro y el barrio del Castillo, donde el espíritu aprende a escuchar el ya silente bullicio de las tres culturas; y los pecados del paladar, agasajado inoportunamente en este tiempo penitencial, por el morteruelo, los zarajos, las gachas manchegas, el ajo arriero, el alajú, sus pestiños o el resolí, eso sí, con la moderación que estos placeres merecen.
Y así, tal y como advierte Séneca, haremos de nuestra natural condición de exiliados -como en definitiva lo es el viajero in itinere- el oportuno camino penitencial, año tras año, para la redención del corazón y el alivio de los sentidos.
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