'Antineutral', un ensayo revolucionario para cambiar la música en directo: “La utopía tiene que ser el combustible de la izquierda”
Fermin Muguruza, Residente, Judeline, Reincidentes o La Élite son algunos de los artistas que cancelaron sus actuaciones en festivales vinculados al fondo inversor KKR tras conocerse, el pasado mes de mayo, su vinculación con iniciativas que promueven la ocupación israelí en Palestina. Un gesto que, en calidad de boicot, sirvió para visibilizar “el poder simbólico de la música como herramienta de resistencia”, tal y como señala el músico y politólogo Pepo Márquez en su reciente ensayo Antineutral. Música y economía moral en la era del turbocapitalismo (Liburuak, 2025).
Estos festivales –entre los que se cuentan el Sónar, el Viña Rock, el FIB de Benicàssim o el Arenal Sound– siguen adelante tras la zozobra y anuncian ahora sus primeras confirmaciones. The Prodigy, The Kooks, Cabaret Voltaire, Dimitri Vegas o Lori Meyers son algunos de los nombres que participarán en las próximas ediciones de unos macroeventos que, aparentemente, no dan muestra de debilitamiento. “No creo que les vaya a pasar factura, tampoco lo vamos a saber a no ser que vayamos in situ a medirlo”, explica Márquez, quien apunta como causa principal de este respaldo la desactivación de una amplia mayoría del público: “No es suficiente motivo para no pegarse la buena fiesta el que los dueños que tú no conoces de un festival estén haciendo no sé qué en Palestina”.
“Y es un problema estructural, porque a alguien que se ha metido 12 horas al día currando durante todo un puto año, que gana una mierda, que no puede independizarse, y cuyo horizonte de expectativas es difuso en el mejor de los casos, no se le puede pedir, desde el privilegio, que sea impoluto en sus decisiones económicas ni de gasto de bolsillo”, continúa Márquez.
La causa palestina
“Lo de KKR fue quizá la gota que colmó el vaso”, dice Pepo Márquez sobre la gestación de este ensayo que, si bien fue fraguándose durante dos años, se ha escrito en los últimos meses. La causa palestina abre y cierra Antineutral. Una representación territorial de Palestina acompañada del lema “Desde el río hasta el mar, Palestina será libre” introduce al lector en la obra. En la última página, tras los agradecimientos, la frase “Befreit Palästina von der deutschen Schuld! / ¡Liberen Palestina de la culpa alemana!” sirve de conclusión.

“En Alemania me hubieran detenido por esto”, revela Márquez, quien vive en Hamburgo desde 2022. “Milito en el partido político MeRA25 y hemos tenido policía secreta vigilándonos. Era muy importante para mí que el principio y el final del libro fuesen un claro posicionamiento en favor de Palestina. Que, además, es algo simbólico. No se trata solo de Palestina: es estar a favor del altermundialismo y de las víctimas del colonialismo”.
Antineutral, cuyo título funciona ya como consigna, insta a posicionarse y desplegar resistencias en un momento en que la industria musical, arrastrada por el engranaje turbocapitalista, está adquiriendo un cariz marcadamente siniestro: “Se está llegando a un punto en el que es inasumible decir que se forma parte de esto sin sonrojarse y sin que te provoque sufrimiento”, confiesa Márquez. Con vocación de manifiesto revolucionario, este ensayo es exhaustivo e inspirador, equilibrado en el planteamiento tanto del marco teórico del hecho cultural como de su casuística y con un afán esclarecedor que nutre con profusas notas al pie. El autor dibuja aquí una panorámica actual desoladora, con especial atención a la financiación de la música en directo y, a continuación, ofrece fórmulas y herramientas para subvertirla.
Porque no siempre fue así. Márquez, quien al final de Antineutral entona un simbólico mea culpa como ferviente testigo del germen festivalero, se afana en marcar distancias entre aquel fenómeno surgido en la era preinternet, allá por los 90, y el modelo de negocio actual: “A lo sumo, antes le estábamos dando de ganar a la gente más indeseable de la ciudad, pero no estábamos vinculados con un genocidio en curso. No es que antes fuera mejor. Es que este y todos los negocios han evolucionado de una manera en la que ya no podemos escapar. Yo al final asumo lo que me dicen mis amigas y amigos que trabajan en la industria textil: 'La única moda sostenible es no comprar'”, declara en relación con las superestructuras que controlan ahora los macrofestivales. “Es todo una gran mentira, una gran mentira que pertenece a una gran mentira mayor”.
Artistas y público
Esta radiografía-manual-de-resistencia de más de 200 páginas se detiene también a analizar otros vértices del entramado de la música como son público y artistas. Se presenta, por ejemplo, el negocio de las plataformas de streaming como configurador de una nueva generación de usuarios a los que Márquez denomina “oyentes pasivos” porque “no forman parte de nada, les une que consumen, nada más, pero sin intención crítica”. E insiste en que este acceso total a la música acaba por horizontalizarla: “A la gente le da igual escuchar una canción de, y no quiero hacer un name dropping aquí injusto, pero le da igual que sea de Amaral que de Fugazi. Les hablan el mismo idioma que es ‘me está entreteniendo’ o ‘está rellenando un silencio’”, apunta.
A la gente le da igual que sea de Amaral que de Fugazi. Les hablan el mismo idioma que es ‘me está entreteniendo’ o ‘está rellenando un silencio'
En cuanto a los artistas, Antineutral celebra su resistencia moral, ya sean Massive Attack rechazando participar en el Festival de Coachella o Deerhoof eliminando su catálogo de Spotify. Pero también enfatiza que este ejercicio es, dada la precariedad de la que adolecen, un privilegio no exigible a todo su conjunto: “Hay mucha gente muy válida que, lamentablemente, no es suficientemente grande como Residente para decir ‘yo a este no voy a ir’, porque sus ingresos de todo el año y el de sus equipos dependen de esos festivales”, sostiene Márquez. Una vulnerabilidad que se multiplicaría en caso de cancelar: Rescindir sus contratos expone a los artistas, no solo a la pérdida de estos ingresos, sino también a multas inasumibles derivadas de las cláusulas por incumplimiento de los mismos.
“Es la tormenta perfecta: tienes a un público, en el mejor de los casos, neutral, a unos artistas pilladísimos y a una estructura que se está alimentando de todas esas necesidades para hacer mucho más grandes sus beneficios y, además, invertirlos en lo último que tú desearías”, se lamenta Márquez, quien apela a la autoorganización para apartar a estos actores tóxicos que, según advierte, harán “todo lo posible por, primero, desmovilizarnos y, segundo, intentar ganar lo que ellos llaman cuota de mercado o lo que nosotros llamamos guerra cultural”.
El soft power, así como el branding cultural que Naomi Klein acuñó en No Logo: El poder de las marcas (1999), son algunos ejemplos de cómo estos actores alineados con el conglomerado del capital intentan apropiarse del poder simbólico de la cultura para imponer su relato. Márquez lo denuncia y aboga por revertir urgentemente este escenario: “La batalla cultural es la gran batalla. Es la batalla que engloba todas las batallas, porque es donde está el relato. La batalla política es un producto de cualquier batalla cultural, no al revés. La batalla fundamental está en tu portal, en tu escalera, en tu familia, en tu cena de empresa… Ahí es donde se ganan o se pierden las batallas. Y nosotros la estamos perdiendo claramente, porque en favor de tener un poco de paz y de bienestar estamos dejando que maceren unas narrativas que sabemos que no son verdad y que las ha puesto en funcionamiento no ya el poder político, que es simplemente el escaparate, sino todos los poderes que hay detrás”.
Frente a esto, Márquez propone instalarse en el concepto de economía moral que, según explica, “permite pensar la cultura como un espacio donde las decisiones económicas deben ser juzgadas también desde criterios éticos, simbólicos y comunitarios”. “Repensar la cultura desde la economía moral, no es solo un gesto nostálgico, es una posibilidad de resistencia y una reimaginación del futuro”, proclama en Antineutral, ensayo que parte de la posibilidad real del colapso civilizatorio para trazar un esperanzado porvenir. El foco es la música, pero el ánimo con que se escribe abre por completo el diafragma hasta vislumbrar una sociedad alternativa, más justa y sostenible.
La utopía como combustible.
“Creo que este libro es muy optimista. Lo creo de verdad”, reitera el autor. No en vano dedica una parte importante del volumen a aportar soluciones o “formas de resistencia”, muchas de ellas articuladas desde el tejido asociativo con ejemplos como el del Ateneu Popular 9 Barris de Barcelona, que programa música y artes con participación vecinal, o el de la campaña Own Your Venues mediante la cual comunidades, artistas y simpatizantes adquieren colectivamente la propiedad de salas de música independientes para protegerlas de la especulación.
En cuanto a las plataformas de streaming, Márquez señala como alternativas Bandcamp o la cooperativa Resonate, que ensaya un modelo de propiedad compartida entre artistas y oyentes, con reparto transparente y decisiones colegiadas. Respecto a la situación de los músicos, el autor apuesta por un sindicalismo fuerte y del siglo XXI, al que considera “la única herramienta capaz de enfrentar simultáneamente la precariedad económica, la opacidad tecnológica, la inseguridad laboral y la discriminación estructural, ofreciendo un marco donde la dignidad profesional deje de ser una excepción para convertirse en la norma”.
En Antineutral, que funciona como revulsivo, Pepo Márquez desmantela narrativas desmoralizantes e impulsa la resistencia transformadora: “No podemos aceptar que nos llamen ingenuos porque lleva mucho esfuerzo alimentar la utopía, o sea, la ingenuidad. Tenemos que naturalizar la utopía como el combustible de la izquierda. Que igual no vamos a cambiar nada, pero vamos a intentarlo. Este es nuestro superpoder frente a pensamientos más conservadores o directamente derechistas o ultraderechistas que no creen en la utopía, sino en la destrucción del diferente”, concluye.
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