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Marina Abramovic: una tarde en directo, tres meses en diferido

'Beds for human use', durante la inauguración la antología de Marina Abramovic // N.C.

Néstor Cenizo

Poco antes de las ocho de la tarde del viernes 23 de mayo, una muchedumbre se agolpa ante el Centro de Arte Contemporáneo de Málaga y luego se alarga en una cola de más de cincuenta metros. Está a punto de inaugurarse la muestra Holding Emptiness (Sosteniendo el vacío), un recorrido por la obra de Marina Abramovic (Belgrado, 1946), un emblema del arte contemporáneo: “Venimos porque es historia viva”. Parece importar más el personaje que la obra. También ocurre que ella es su obra, así que muchos esperan una performance, un detalle, un guiño, un vídeo con el que poder decir “yo estuve allí”. Pero no. Abramovic inauguró su propia exposición y ni siquiera pudo hablar con el público, porque del agobio por el alboroto tuvo que refugiarse en el bar del museo.

La artista serbia había ofrecido una rueda de prensa por la mañana, en la que había explicado lo que se puede esperar de su obra y su definición de la performance: “Es una estructura mental y física que se crea ante el público en un momento y lugar concreto. No es teatro, donde el cuchillo no es cuchillo, y la sangre es kétchup. Lo más importante es crear la sensación del aquí y el ahora. El presente es lo único que tenemos”.

La muestra, que podrá visitarse en el CAC hasta el 31 de agosto, no cabe en esa definición. No es “aquí y ahora”, sino una “síntesis retrospectiva” del trabajo de la artista, según el propio folleto preparado para la ocasión. Incluye fotografías, vídeos, “objetos transitorios” y dibujos inéditos. En Ritmo 10, la serie de fotografías donde la artista ejecuta el juego del cuchillo con 20 modelos diferentes, no hay sangre ni kétchup, sino la documentación de aquella acción, la primera de su carrera. En la antología pueden verse también dos secuencias de vídeo enfrentadas. En una rodea con sus manos una urna en la que reposan las cenizas del inventor Nikola Tesla; en la otra, las dispone alrededor de una calavera de cerámica. “¿Qué tiene esta exposición que no se pueda ver en Youtube?”, dijo alguien en la inauguración. Probablemente, la antología no descubrirá a la artista más o mejor de lo que ya lo hace la red.

Beds for human use es la estrella de la muestra, quizá porque es la obra que más se acerca a su concepto de inmediatez y del arte. Seis camillas de madera alineadas bajo las que ha colocado seis grandes rocas minerales: “Instrucciones para el público: túmbese en la cama apoyando la cabeza sobre la almohada. Póngase los auriculares con cancelación del ruido. Cierre los ojos. Respire. Duración: ilimitada”. Dijo Abramovic que quien asista a la exposición debe experimentarla, porque solo así es posible “cambiar la consciencia”.

Durante la inauguración eso fue difícil. “Creo que la idea no es para hacerla en este entorno, porque no llegas a aislarte del todo”, explicaba un visitante. Otra admitía la tensión: “Estar aislada con tanta gente alrededor inquieta un poco. Quizá con menos gente…”. Muchos otros sí decían relejarse y sentirse “como debajo del mar” o “fuera de aquí”. “Es estar desconectado de fuera, pero conectado por dentro. Estar sola, pero con gente”. El domingo, con la sala mucho más tranquila, había visitantes que dedicaban más de media hora a la experiencia. “Si estás poco tiempo no se interioriza. La gente viene predispuesta: hay quien cree y quien no. Al final, las barreras se las pone uno”, razonaba una vigilante. Es otra forma de decir que ese estado mental del que habla Abramovic depende de cada uno y de su sensibilidad.

“El arte tiene muchas capas de significado. Si solo es terapéutico, no es suficiente”, explicó ella. Pero de esa charla ante periodistas y curiosos llamó más la atención su razonado alegato contra las distinciones de género en el arte, cuando alguien le preguntó por su supuesta condición de icono del feminismo: “No soy feminista. Odio el feminismo. Soy mujer, pero no artista mujer, porque no hay género en el arte. Solo hay dos categorías: arte bueno o arte malo. El concepto de arte femenino implica situar a la mujer en un gueto. Nunca me he sentido oprimida: es cierto que hay más arte hecho por hombres, pero la razón es que la mujer no está tan dispuesta a sacrificarse por el arte, porque una mujer quiere tener familia, amor y arte, y no se puede”.

Para Abramovic, el arte es el sacrificio completo, “como si estuvieras poseído”. “Mi influencia principal es la naturaleza. No me influyen otros artistas. He pasado mucho tiempo en los desiertos, que algo tendrán cuando atraen a todos los profetas”, dijo Abramovic, que convivió con los aborígenes australianos, estudió el chamanismo en Brasil y mantiene una larga relación con los monjes tibetanos. Estas culturas le enseñaron a usar su cuerpo para alcanzar diferentes estados mentales. Asegura que no la limita tabú alguno.

Cada visitante podía sentarse frente a ella en silencio en The artist is present, quizá su performance más conocida. 850.000 personas pasaron por el MoMa de Nueva York, récord para un artista vivo, según ella misma recordó el viernes. Muchos lloraban y ella misma lo hizo cuando se reencontró con Ulay, de quien se separó artística y sentimentalmente 22 años antes, en la Gran Muralla China. Muchos no entienden su propuesta, y otros tantos la adoran y el viernes acudieron al CAC sólo por verla a ella. Ahora se cita con frecuencia que para Time es una de las 100 personas más influyentes del mundo, pero parece más orgullosa de su colaboración con Lady Gaga y de que esto la haya acercado un público muy joven.

En junio, Abramovic realizará su nueva acción, la primera desde The artist is present: recibirá al público en una galería de Londres y durante seis días a la semana, ocho horas al día, no sabe qué hará. El público será su materia prima y se dice asustada. En Málaga, la artista fue clara: “La performance no se puede colgar, hay que vivir la experiencia”.

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