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Farruquito, José de la Tomasa y el poeta Antonio Hernández, triángulo dispar en la vigilia más flamenca de Sevilla

Pregón de la Bienal de Flamenco.

Amalia Bulnes

Fue un arranque ecléctico, un tanto desigual, pero acaso sea así también el flamenco: un brillante con aristas. La vocación de hacer de la Bienal de Sevilla un elemento de participación ciudadana convirtió la tarde del jueves el epicentro turístico de la ciudad en un muestrario fugaz de lo que le espera al aficionado flamenco entre la inauguración oficial prevista para hoy viernes en el Teatro de la Maestranza -con el espectáculo 'La guerra de las mujeres'- y el próximo 2 de octubre, en una Sevilla que aspira, una vez más, a convertirse en la capital mundial de este arte.

La vigilia flamenca -porque esa intención tenía la jornada- comenzó justo a la caída del sol, cuando el cantaor José de la Tomasa, a modo de antiguo moecín almohade llamando a la oración, interpretó una toná desde la Puerta del León de los Reales Alcázares, invitando a todos los aficionados sevillanos y visitantes de la ciudad a compartir y disfrutar la Bienal.

Acto seguido, Farruquito tomó el protagonismo al frente de un 'flashmob' flamenco que reunió en la Plaza del Triunfo a más de mil personas, más despistadas y curiosas la mayoría, que participantes conocedores de una coreografía, todo hay que decirlo, para muy iniciados, e incluso sólo apta para los pies prodigiosos del del Polígono de San Pablo.

Pero el verdadero corte de cinta a los veinticuatro días de Bienal que nos esperan con el resuello contenido, dio comienzo ya a horas muy flamencas, pasadas las diez de la noche, en ese espacio de recogimiento que es el convento de Santa Clara. Allí, el poeta de Arcos de la Frontera Antonio Hernández retomó el testigo de una preciosa tradición literaria olvidada: el pregón de la Bienal. En una ciudad tan abonada al género, al pregón más oficialista y conservador, se echaba de menos acudir a un manifiesto más heterodoxo para dar por inaugurada la fiesta.

Para nostálgicos

Así las cosas, agarrado a la memoria como único recurso literario posible para la ocasión, Hernández dio por inaugurada la XIX Bienal de Flamenco de Sevilla con un pregón cargado de referencias personales, que rezumaba nostalgia y ese aroma dulzón con el que los recuerdos ablandan los sucesos más tristes, las vidas más desafortunadas.

Y es que quiso asomarse el poeta al flamenco como experiencia vital; la que él conserva de su infancia en Arcos, como nieto del dueño del único teatro de variedades de la Comarca, o posteriormente, en sus años juveniles en la capital de España, donde los artistas más afortunados se dejaban los riñones en camastros de pensiones galdosianas y umbrías; o donde las fronteras de espinos entre la vida de señoritos y flamencos sólo se cruzaba en noches de fiestas clandestinas.

No en vano, Terremoto, El Lebrijano, Matilde Coral… Pero aún más lejos: El cojo Peroche, Manolo Caracol, la Niña de los Peines fueron desfilando por el relato nostálgico y noctámbulo de Antonio Hernández; un relato de cuartitos y tabernas; del viaje necesario que emprendían esos artistas desangelados por las procelosas catedrales del cante de la más oscura noche del Madrid de hace medio siglo o más, cuando el flamenco era compañía para el alma y bálsamo para un país de días grises.

Muy alejado de la realidad actual, y más cercano al paisaje de un pintor romántico del XIX que a la contemporaneidad y universalidad de la que goza hoy un flamenco al mismo nivel que la manifestación cultural más rabiosamente moderna, Antonio Hernández se detuvo en las hermanas de Utrera, en Antonio El Bailarín, en Gades, en un flamenco de fatigas y de jambre hoy en extinción -hasta hubo una velada reivindicación al citar locales como La Carbonería, víctima de un reciente desahucio- y quizás sólo amable en la memoria.

Pero Antonio Hernández lo sabe. Y su pregón (íntegro al final de esta información) fue el de la memoria, pero no un retrato cerrado, ni purista. Y así lo evidenció, en un texto de evidente calidad literaria: “Hoy es ayer -o siempre- todavía y el tiempo tiene estaciones de paso en la innovación pausada de los días. Llegará sin prisa, en granazón definitiva como ha venido llegando más concretamente desde Silverio, don Antonio Chacón, el señor Manuel Molina, El Fillo… Como llega ahora con menos hambre, con menos alpargatas, con menos humillaciones, con el legado de siempre, con el indeclinable legado del pueblo andaluz renovándose en su clasicidad”.

No obstante, Hernández quiso detenerse en nuestras raíces, los orígenes de todo. Cuando el flamenco era una herida, pero también un bálsamo. La gracia y el humor como parte convexa de las duquelas. Porque “la gracia en el flamenco ha venido siendo como la otra cara del drama que no se da sólo cuando el cantaor, o la cantaora, abre la boca para reunir lo consuetudinario y lo ancestral con un grito. La gracia que tiene el arte de hacer delicioso el dolor”, recitó Hernández al inicio de su pregón.

Y así las cosas, un broche final -el más poético- ante el pórtico de más de 20 jornadas de flamenco y casi 70 espectáculos de cante, baile y toque: Que el flamenco es “gracia y gravedad. Corazón y sabiduría. Ambas cosas y mucho más podremos comprobarlo a partir de mañana. Por ejemplo, que hasta los jazmines tienen sombra y, sin embargo, no pierden el olor. Por ejemplo, que todo puede atarse menos el paso del tiempo. Por ejemplo, que lo clásico es; que lo experimental puede llegar a serlo”. Tomen nota.

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