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Día 35 en estado de alarma: el ahorro

Día 35 estado de alarma

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Antes de comenzar a escribir esta ventana me metí en Internet para ver cómo iban mis cuentas. He revisado la Bolsa de Madrid, la de Nueva York y la de Tokio, y me he quedado muy tranquilo al darme cuenta de que no tengo ningún tipo de acciones, ni de bonos del Tesoro, ni de inversión alguna. Veo que mi cuenta corriente está bastante saneada, a las alturas del mes que andamos. Y es que estoy ahorrando. Me acabo de dar cuenta la pasta que me gasto en la calle: la cerveza del mediodía,

“la última y os dejo, que tengo la comida hecha”, las cenitas con los amigos,

la terracita al sol el sábado por la mañana. A esto hay que sumarle el dinero que me estoy ahorrando trabajando desde casa porque, como decía un amigo mío jubilado, trabajar cuesta un dineral. Gasolina del coche, café de la mañana, café del mediodía y cerveza, si se terciaba, al terminar la jornada. Si a eso le sumas que mi trabajo es todo el día en la calle, de un sitio para otro, ni te cuento.

Llevando los días que llevamos, y en las fechas que son, a todo esto le tengo que sumar lo que me he ahorrado en las vacaciones de Semana Santa y, ni te cuento, lo me que voy a ahorrar a partir del sábado que viene la Feria de Abril.

Una vez estábamos mi hermano Ricardo y yo con un amigo, que nos contaba apenado lo cara que era la vida. Salir de cañas, las vacaciones, darte un caprichito en el supermercado...en fin, era éste un poquito de la Hermandad del puño. En un momento dado mi hermano le contestó “¿tú te has dado cuenta lo mucho que te habrías ahorrado si no hubieras nacido?” Todavía lo está pensando. Y es que vivir cuesta dinero, porque esto de estar secuestrado entre cuatro paredes es una vida a medias, no me satisface lo más mínimo ahorrar dinero en estas circunstancias. Además, que nunca he sabido ahorrar, más bien todo lo contrario. Como decía mi compañero Paco Puentes “me sobra mes para este sueldo”.

Una vez me dijo un filósofo, o lo que es lo mismo, un camarero, mientras me ponía una cerveza bien fría “olvídate Luis, los ataúdes no tienen bolsillos”. Pues entonces ponme otra rapidita y te dejo, que tengo la cena hecha. (La ventana de Luis)

Nada que perder

Vivimos en la continencia del confinamiento, en la que hasta la parquedad y mesura en el cariño se ha tornado en abstinencia, mientras en lo material se impone la moderación. Para la mayoría, por la imposibilidad de gastar en ciertas cosas; para muchos, por el golpe que le ha dado esta nueva crisis; y para otros, por el miedo a la incertidumbre.

Nos ha pillado en la estación del derroche en Sevilla: sus fiestas de la primavera. Tanto para los que las viven como para los que les huyen, y también, para la indiferencia del que ya hace tiempo que no tiene nada que perder.

Pasan los días y ahorramos en bares, en peluquería, en esteticista, en fisioterapeuta… Y ganamos en irritabilidad, desaliño, mala cara, dolor de espalda… Habrá también quien haya dejado de pagar la guardería, sobre cuyo personal se cierne la sombra del ERTE, o la cuota del gimnasio, varios de cuyos monitores han pedido ya cita en la oficina del paro.

Hemos cancelado vuelo y habitación de hotel. Hemos abortado la escapada de primavera y el destino de verano, sin saber cuándo volveremos a poder viajar. La reducción del gasto en tiempos de coronavirus tiene esa doble perversión: te muestra más que nunca que esa reserva supone un impacto dramático en la economía de otros y porque no sabes ni en qué, ni sobre todo cuándo, podrás gastar lo que estás juntando. (La ventana de Olga)

¿Hendrick´s o Tanqueray?

¿Estamos ahorrando? Yo tengo mis dudas. Y el pescadero de mi supermercado también. El otro día, mientras le limpiaba unas caballas a otro cliente, el buen señor se marcó un monólogo curioso. Según su estudio sobre el terreno, “se está vendiendo más pescado y más carne que nunca. Como la gente no se lo gasta en los bares, está cocinando en casa con género de mayor calidad”.

Y yo creo que lleva más razón que un santo. Los 30 o 50 euros que desembolsaba todas las semanas al tomarme cualquier cosa en la calle, los invierto ahora en comer y beber mejor en casa. Aún así, creo que gasto una tercera parte menos que antes de este extraño apocalipsis.

El caso es que después de su reflexión empírica y de hacerme con un exquisito atún para prepararlo encebollao, me dirigí a la sección de bebidas y pillé un buen vino blanco. No muy caro, pero tampoco de los más baratos. El dilema vino después, frente a la sección de ginebras: una sencilla (pero rica) Tanqueray o una Hendrick´s en su cuca botella de botica.

Me pude pegar diez minutos con una botella en cada mano, preguntándome si, en estos tiempos de incertidumbre, me podía dar el gustazo de gastarme una pequeña parte de mis ahorros/magros ingresos del mes en una botella de lujo. Así de colgaos andamos. Terminó triunfando mi lado sibarita y pensando que, en otros tiempos, esos diez euros habrían ido a parar a un copazo de garrafón. Un autoengaño bastante chapucero, porque esa ginebra mala en la Alameda y al atardecer, sí que me habría sabido a gloria.

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