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¿Por qué escuecen Pablo Iglesias, Yolanda Díaz y Alberto Garzón?
La muerte de Julio Anguita une el dolor de sus deudos, de sangre y compromiso, al pésame de ocasión que, en España, es tan marca de la casa, como en vida la crítica feroz. Pero Anguita no buscó la vacía alabanza sino la transformación. Cuando, asesinado su hijo periodista Julio Anguita Parrado en la guerra de Irak, dijo: “Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen” no era un desahogo de padre. Sino la denuncia de un sistema que ve legítimo que el poder, representado en las Azores por Bush, Blair, Aznar y Barroso, con la excusa de inexistentes armas de destrucción masivas, inicie una guerra por el petróleo, el negocio bélico y el dominio geoestratégico de Oriente Medio al precio de vidas humanas. Su “programa, programa, programa” buscaba avances reales.
En la misma semana en que se ha llorado la muerte del dirigente del PCE e Izquierda Unida –con menos despliegue mediático que la de un Rubalcaba pues la historia la cincela en mármol la corte alrededor del mando-, los tres políticos, herederos de Anguita, que han planteado temas claves ante la crisis del covid-19, Pablo Iglesias, Alberto Garzón y Yolanda Díaz se han ganado desaforados ataques reaccionarios y el desmarque de su socio de gobierno, el PSOE.
Es habitual oír el tran-tran de “los podemitas con su ideología”. Hay que reírse. La gente de izquierda asume lo ideológico, mientras la derecha cree que lo suyo es pensar normal, sentido común y lo contrario idiocia, enfermedad mental o maldad.
Me pregunto si, cuando la Junta de Andalucía del PP y Cs apoyados por Vox planteó, el 26 de abril, la urgencia de reabrir las misas -el 3 de mayo- antes que peluquerías, bares/restaurantes y hasta velatorios -11, el 25 y 18 de mayo-, ¿era por reactivar la economía o por ideología?
El pecado de Yolanda Díaz, ministra de Trabajo ha sido instar a la Inspección a perseguir la explotación de jornaleros migrantes. Patronales agrarias la han descalificado e instado a dimitir. Algunas, como COAG, han divulgado proclamas tan alucinantes como: “España está en Europa, esto no es África ni ningún país con dictadura donde la gente esté en plan esclavo”. Antes que negar la realidad denunciada en reportajes como este “Explotación en invernaderos de Almería” de la BBC del 24 de abril, más valdría que combatieran la ilegalidad.
La osadía del vicepresidente segundo Pablo Iglesias, por su parte, es proponer que quienes tienen más de un millón de euros paguen un impuesto de reconstrucción del 2%. Algo desautorizado por la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, y el presidente, Pedro Sánchez. No comprobaremos, si lo de que los ricos “están deseando contribuir con patriotismo a la solidaridad” es ironía de Iglesias o cierto.
¿Reincidir en el error del Turismo como único motor?
Pero quien se ha llevado la palma ha sido Alberto Garzón, ministro de Consumo, por plantear que España rectifique su modelo productivo dependiente de un motor de escaso valor añadido: el turismo. ¡Que no le echaría encima la patronal que, al día siguiente, matizó que lo urgente es revertir la precariedad de los empleados! Si está cargado de razón...
El coronavirus ha puesto una lupa sobre la debilidad económica de haber sustituido la burbuja del ladrillo, estallada en 2008, por la del turismo. Ser camarero o kelly de hotel es dignísimo, aunque duro y mal pagado. Pero que la única salida hasta para titulados universitarios sea poner cañas o emigrar es un derroche y construir un país con pies de barro. Uno donde veraneen a cuerpo de reyes por cuatro chavos alemanes, ingleses, japoneses y estadounidenses cuyos países sí tienen tejidos productivos fuertes, industrias punteras de ciencia y tecnología lo que les permite afrontar hasta las pandemias con más solvencia.
¿No vemos el problema de que los tres mil empleos de la Nissan en Barcelona dependan de la decisión de Tokio? ¿Ni de que expertos españoles estén a la vanguardia contra el coronavirus pero fuera de España, como el Adolfo García-Sastre y Ana Fernández-Sesma en el neoyorkino Mount-Sinaí o Pablo Tebas que dirige ya prueba en humanos de la vacuna del COVID-19 en la Universidad de Pensilvania?
Necesitábamos cambios ya antes del coronavirus para que la mayoría social se pudiera ganar la vida y de forma sostenible para el planeta. Pero el coronavirus prueba que el capitalismo se suicida. No podemos tener tanto miedo a la evidencia como para dejarnos arrastrar al colapso.
Hay, claro, quienes cegados por su ideología o aferrados a ser del grupo privilegiado quieren sabotear los cambios, pero también quienes, como Noam Chomsky en entrevistas como estaen entrevistas como esta -a partir de la Internacional Progresista que prepara con el Sanders Institute, el DiEM25 de Yanis Varoufakis y movimientos de India, África y Latinoamérica- llaman a encarar las causas del petardazo: ¿Quién ignoró las advertencias científicas sobre pandemias? ¿Quién no investiga vacunas hasta que el beneficio está asegurado? ¿Quién dicta aparcar a ancianos en residencias sin asistencia médica? ¿Quién desmonta la sanidad pública para potenciar a las clínicas privadas? ¿Quién impone ahora asumir riesgos para que siga el espectáculo?
Ojalá una mayoría social y política no demonice las propuestas transformadoras. Porque, o corregimos el rumbo, o la subida del nivel del mar nos va a imponer su plan turístico a no mucho tardar.
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