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Juan el distraído y la solidaridad

Alberto, el brigadista que combate el daesh, con Jordi Évole

Lucrecia Hevia

Uno de mis cuentos favoritos, del italiano Gianni Rodari, es aquel en el que Juan el distraído sale de casa cada día y, por su mala cabeza, va perdiéndolo todo: un pie, un brazo, la nariz, las orejas… gente amable que se encuentra sus pedazos los lleva a su casa donde su madre, al final del día, recompone al niño. Él, satisfecho, cree haber puesto toda la atención del mundo en no dejarse nada por ahí. A mí me pasa. Llevo tres semanas con un par de jerseys perdidos por casa y algún día encontraré el lugar en el que se esconden un buen puñado de copias de llaves. Aunque no todo lo que pierdo son las llaves.

Me pasa que, en estos tiempos en los que cada día es un día histórico, tengo la sensación de que nos vamos dejando los pedazos por las calles, como Juan, a golpe de crisis eterna, de momentos excepcionales y de jornadas épicas. Y si sumamos los días, los pedazos dejan de ser anécdotas para ser asuntos importantes. Una de esas cosas es la solidaridad. Suena típico, clásico. Sin embargo, ¿no acabamos de pillar el concepto?

No es sencillo porque está en lo grande y en lo pequeño. Porque no es solidario dejar de reciclar, tirar la basura al suelo, permitir en nuestra empresa prácticas no remuneradas, no recoger las cacas de tu perro, tirar de conocidos para saltarnos las listas de espera, no pagar el IVA… Todos hacemos lo que podemos cada día y a veces preferimos meternos en nuestro caparazón y no mirar alrededor por puro instinto de supervivencia.

Y asomamos la cabeza cual tortuga y vemos las noticias: que hay unas personas que creen que su fortuna vale tanto que debe ser resguardada en paraísos fiscales, no vaya a ser que tengan que compartir algo con el resto. Claro, eso no es ser solidario. No es solidario quedarse con el dinero de todos o utilizarlo con ligereza, o cobrar en B o en black o en “bueno, venga aquí ese sobre”. Eso tampoco. Vemos a Trump, con su aislacionismo patológico, donde solo lo suyo es lo bueno. No es solidario que un territorio crear que ha estado financiando injustamente al resto de las Comunidades Autónomas cuando podía haber invertido todo dentro de sus fronteras. Tampoco lo es que los países ricos de Europa argumenten que no hacen más que dar dinero a los pobres y vagos países del sur. Ni mucho menos es solidario hacerse los locos con una guerra a las puertas de casa, y ponerse de espaldas a millones de desplazados.

Hay síntomas. Crece la economía pero no los salarios. Crece la brecha entre los más ricos que suman más ceros en sus cuentas corrientes mientras esos mismos ceros desparecen del ala con menos suerte. Y en vez de repartir, mejor lo llevan al Paraíso.

Nos hemos dejado muchas más cosas en las aceras, sin duda, sobre todo personas. Pero la solidaridad me parece de las gordas, de las graves, como si Juan perdiera la cabeza.

La periodista Naomi Klein, activista de la antiglobalización, asegura que hace falta ofrecer una visión utópica nueva del futuro para equilibrar la balanza de los trump del mundo. Y Adam Curtis, el documentalista de la BBC, lanza a la izquierda el reto de buscar un “mito nuevo”. Pero yo creo que está ahí mismo. Que ya lo tenemos aunque se nos haya encallado en algún sitio. Que tenemos el futuro utópico de no dejarse a nadie atrás, de la empatía, de la humanidad. Y que la RAE, que define la palabra solidaridad como “adhesión circunstancial” se queda corta. Porque no mejoraremos si no es una práctica constante y mantenida, guiada por aquella manida pero útil frase del “piensa globalmente pero actúa localmente”. Que aquí mismo, en la historia de España, tenemos donde inspirarnos, quizás, en una cuasi olvidada Institución Libre de Enseñanza. Que aquello de la sociedad del bienestar para todos era un asunto interesante.

Y entonces llega Jordi Évole con un reportaje en la televisión sobre la guerra en Siria contra Daesh. Que no siempre me gusta, no siempre estoy de acuerdo con su enfoque. Muchas veces sí. Esta es una. Y nos recuerda que hay hombres y mujeres dispuestos a morir por la vida, por desterrar la tortura, la crueldad y el terror. Que no hay épica en ello si no coraje.Y nos vuelve a colocar conceptos como el respeto, la empatía y la solidaridad sobre los hombros. Como a Juan su madre. Esa noche, dormimos satisfechos porque lo llevamos todo encima y nos han pegado los pies al suelo. Pero,cuidado. Mañana, y pasado, y al otro, habrá que hacer un nuevo esfuerzo para no volver a dejarnos nada importante en las aceras. Y mucho menos la solidaridad.

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