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El legado de vida, amor y muerte de Miguel Hernández renace en Quesada

Manuscrito de 'Nanas de la cebolla' que forma parte del legado de Miguel Hernández.

Concha Araújo

Jaén —

Miguel Hernández ha cumplido su promesa a Josefina 78 después. Cuando el marzo de 1937, después de su boda civil, el matrimonio Hernández-Manresa llega a Jaén era a medias una misión de soldado y un viaje de novios. Miguel le prometió a Josefina que la llevaría a Quesada, el pueblo que dejó siendo una niña. La promesa quedó en el aire. Ahora, el legado del poeta está en ese municipio, en el centro cultural que nace como Museo Miguel Hernández-Josefina Manresa. El corazón atravesado por una flecha que a menudo dibujaba en sus cartas es el logotipo del centro.

Hernández escribió sobre todo de vida, amor y muerte. Y todo eso: su vida, su amor y su muerte, pueden seguirse en este museo que en cinco salas reúne la prolífica biografía de un hombre que apenas vivió 31 años. Más de 5.000 entradas componen el inventario de este legado, poblado de cartas -la extensa correspondencia con Vicente Aleixandre conforma uno de los grupos más atractivo-, manuscritos y libros, de recortes de prensa y apenas unos pocos objetos: la maleta madera, la máquina de escribir, la lechera en la que sus poemas salían de cárcel… Los pocos enseres que Josefina pudo salvar de la represión y el olvido.

El Museo ha construido sus salas alrededor de la obra del poeta. Cada una responde a una etapa de vida y poesía. No es una sucesión de objetos o documentos, sino una recreación de ambientes vitales, salpicada de información, fotografías e incluso sonidos que ayudan a sumergirse en otro tiempo, el tiempo de Hernández y Josefina Manresa.

El Poeta-pastor es la primera, dedicada a su obra adolescente y sus primeros versos de inspiración religiosa o naturalista, muchos de ellos recogidos en ‘Perito en lunas’. Una poesía de iniciación que enseguida mutaría alentada por la realidad.

El poeta enamorado

‘El rayo que no cesa’ recoge su obra de amor más inspirada. El poeta enamorado es la sala que recoge esa etapa, en la que su maleta viajaba a Madrid llena de sueños. Es su etapa de transformación, tanto personal como estilística. De versos enardecidos, con Josefina como musa y de cartas de amor en las que se mezclan apasionadas palabras con la cotidiana vida de una pareja que alimenta su amor en la distancia.

La guerra es la protagonista de la sala del poeta soldado. Es la época en la que Hernández trenza su vínculo con Jaén. En 1937, llega a la provincia. El 2 de marzo está fechado su poema ‘Aceituneros’, incluido en ‘Viento del pueblo’ y letra del himno oficial de la provincia de Jaén desde 2013. Su compromiso social y político, plasmado también en ‘El hombre acecha’ conducen los pasos del visitante por la tercera sala.

Es un espacio salpicado de crónicas de guerra. La voz poética del periodista que narra para el ‘Altavoz del frente sur’ el devenir de la contienda desde el asedio al Santuario de la Cabeza o sus viajes a las trincheras de Extremadura. Es la etapa que definió como “la más feliz” de su vida y en la que escribió: “Digo que Jaén yacía indiferente a todo, dormido en un sueño blando de aceite local”, en su crónica del bombardeo franquista que el 1 de abril de 1937 dejó tras de sí más de 150 muertos. Lo redactó en su casa de la calle Llana donde una placa recuerda ese tiempo en Jaén y probablemente en la máquina que se ha colado en este inventario de 5.600 entradas en el que solo figuran 30 objetos personales.

El poeta mártir

Y luego la sala del poeta mártir. De la Unión Soviética había vuelto tocado de un intimismo que la cárcel derivó en nostalgia por la libertad perdida. La sala incluye la recreación de una celda, apenas amueblada con un jergón. Un recinto en el que se colaba la inspiración de los versos que pueblan ‘Cancionero y romancero de ausencias’. Evoca el lugar en el que Buero Vallejo trazó el retrato que suele aparecer en los libros de literatura. El dibujo a vuelapluma de un compañero de celda, con la mandíbula sujeta por un pañuelo y los ojos abiertos, no pudieron cerrárselos, cuando acababa de morir.

Después de su muerto, sus versos han inspirado a poetas y a músicos, incluso sirvieron de consigna en la transición democrática. Esa es la quinta y última sala del museo, la del poeta mito. La música de los cantautores que lo han versionado y todos los reconocimientos que, a lo largo del tiempo, han impedido que su voz fuera silenciada componen este homenaje de medallas, sellos y otros objetos que, después de su muerte, han fomentado su conocimiento.

Quesada tiene menos de 6.000 habitantes y dos de los museos más llamativos de la provincia de Jaén. Uno reúne desde 2008 la obra de Rafael Zabaleta. Un pintor cuyos cuadros cuelgan también en el Reina Sofía de Madrid, en Tokyo o en Nueva York, pero que quiso que su legado familiar (que también incorpora obras de amigos como Picasso o Miró) quedara para siempre en su pueblo. El otro, es producto de una reivindicación de Josefina Manresa –hija de guardia civil que nació en Quesada, uno de los múltiples traslados familiares- como andaluza.

Ahora ambos, poeta y pintor, coetáneos que no se conocieron nunca, compartan este espacio de arte en el que se dan la mano como los campesinos que inspiraron versos, en unos, y pinturas, en otro.

 

 

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