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Apadrina Aragón

Paisaje entorno rural Aragón
15 de septiembre de 2022 12:00 h

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Caritas Teruel ha lanzado una iniciativa llamada “Apadrina un abuelo” para que estudiantes de cuarto de ESO y primero de Bachillerato de un colegio concertado compartan su tiempo con personas mayores de una residencia. 

Este verbo apadrinar, que ahora sería tildado de machista o heteropatriarcal si alguien lo oyera, se podría extender o ampliar a otros colectivos también mutuamente  necesitados de padrinazgo, madrinazgo, empatía y hasta consuelo en sus aflicciones.

El primero, Teruel, que no existe del todo. Aunque casi nadie existe del todo, pero hay comunidades de Existencia de Primera, y algunas hasta de Champions (quiere decirse que tienen tanta presencia en el imaginario egotripero de un ámbito que, como se dice con exactitud matemática, matan la cabeza).  

Luego, Huesca, el Altoaragón, está al filo de no ser. Y, por supuesto, Zaragoza provincia (la capital a veces mata la cabeza pero solo en el marco de la comunidad).

Por resumir o subsumir, Aragón está, en el Ranking de Shangai del Existir, en la zona baja/medio muy baja. O sea, que 27 y pico de personas por km2 roza el vacío existencial de manual o de cajón.

Entonces, en la magna efemérides o aniversario autocelebrante de los 40 años del Estatuto de Autonomía (1982-2022), reformado tres veces y media, se podría proponer –pero, ¿a quién?– la campaña Apadrina Aragón. (Al principio iba a sugerir “Apadrina un aragonés”, pero era sectario. Luego, “Apadrina una aragonesa”, pero podría ser discriminante y excluyente. Así que mejor en genérico mientras dejen y se pueda).

Además, el Apadrina Aragón permitiría dirigir la campaña, en primer lugar, a los propios aragoneses y aragonesas, lo cual es un poco endogámico y autorreferencial, pero ¿quién no es un poco endogámico y autorreferencial?

Luego habría que valorar cómo se sustancia (o transubstancia) esta proposición y ante quién o qué organismo o ente se somete. Amén determinar el objetivo que se persigue, que podría ser, en primer lugar, que cada persona aragonesa apadrinara a la comunidad entera, o sea, a sí misma y las demás, lo que contribuiría a articular la empatía sana y a limar resquemores atávicos y prejuicios recientes (o viceversa: prejuicios atávicos y resquemores recientes). Ya sería algo. 

Cuando se es tan pocos en un solar tan vasto (con “v”) algo es mucho.

Esto sirve de lema provisional: ¡Aragón, algo es mucho!

Luego, ya, una vez autoapadrinados (ya se vería cómo) ya podríamos pensar en elevar (o descender, si tanto nos hubiera subido la mutua autoestima) el padrinazgo a otras instancias.

Y, llegado el éxito, a vender o alquilar el procedimiento. 

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