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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

La lección de las cicatrices

La ciudad ucraniana de Ojtirka tras un bombardeo.

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Cuánto nos cuesta visualizar las estructuras del poder, las claras pero nubosas fronteras de la geopolítica, las purulentas cicatrices nunca cerradas de la historia. Escribir esto desde España es hacerlo desde uno de los lugares expertos en cerrar en falso las heridas, en mirar a otro lado cuando un bando ha impuesto su paz, o cuando las ejecuciones extrajudiciales dejan paso a los olvidadizos discursos parlamentarios.

Seguimos contando la ruinosa historia de Europa desde el olvido, desde un interminable “minuto y resultado” que nos hace concentrarnos en el suceso para olvidar que todo, absolutamente todo, tiene explicación dentro de un proceso. Lo que nos disgusta lo atribuimos a la locura temporal de un solo personaje, porque nos encanta ponerle nombre al enemigo y pensar que no forma parte de algo mayor. Pero los que hemos vivido la guerra sabemos que esta nunca empieza como consecuencia de un calentón o de la demencia individual de una persona. Lo que ocurre una vez que ha empezado…. Eso ya es otra cosa. Pero las razones para invadir un país, para bombardear, para torturar, ejecutar o para violar siempre existen y responden a una estructura que tiene que ver –siempre tienen que ver– con nuestra historia.

Cantabria es lo que es hoy no por las decisiones más o menos acertadas de sus actuales políticos o por la iniciativa más o menos torpe de sus líderes sociales o empresariales. Somos lo que somos por un acumulado en el que es tan importante la apuesta de las élites por el rentismo a finales del siglo XVIII, como el dinero manchado de sangre esclavizada que trajeron algunos indianos en el siglo XIX, como la invasión de la región por tropas extranjeras durante el ensayo de gran guerra que sufrimos en 1937, o como la redistribución europea del poder y de los roles económicos a la sombra de la no democrática Unión Europea… Desconocer las heridas es condenar al porvenir.

Y en eso, llega Ucrania. Que llega después de Chechenia, y después de las guerras balcánicas, y después del boicot occidental del proceso de transición apuntado por Gorbachov y la elección de Yeltsin para liderar el desmembramiento de un imperio y su conversión acelerada y mafiosa al capitalismo, del que muchas empresas occidentales se beneficiaron mientras los gobiernos de Londres, París o Washington miraban hacia otro lado cuando las élites financieras lavaban el dudoso dinero de los nuevos millonarios rusos.

Ucrania llega después del pulso geoestratégico de Siria y del desastre en Afganistán o Irak; y después de alimentar desde nuestras fábricas de armamento la guerra en Yemen o de consentir los desmanes de Arabia Saudí mientras construíamos el AVE

Ucrania llega después del pulso geoestratégico de Siria y del desastre estadounidense en Afganistán o Irak; y después de alimentar desde nuestras fábricas de armamento la guerra en Yemen o de consentir los desmanes de Arabia Saudí mientras construíamos el AVE a La Meca. Este recuento incompleto, azaroso y un poco caprichoso solo intenta señalar que la invasión de Ucrania por parte de la Federación Rusa no responde a la acción individual y demente de Putin, al igual que el nazismo no ocurrió tras la hipnosis masiva del un país por parte de un señor bajito con bigote, ni el antisemitismo europeo (con siglos de vergonzante tradición con pistoletazo de salida en la Península Ibérica) fue un invento de unos señores malísimos con uniforme de las SS.

Las cicatrices mal cerradas enseñan más que las infografías animadas de los informativos. La Segunda Gran Guerra cerró mal y generó una institucionalidad parida desde Occidente y para Occidente; el colonialismo imperial europeo terminó en apariencia en la segunda mitad del siglo XX pero las metrópolis nunca se resignaron a perder el control de las economías y de los sistemas políticos de los independizados; la Guerra Fría jamás terminó con la caída simbólica del Muro de Berlín. La historia es un continuo de cicatrices mal cerradas que, de vez en cuando, supuran más de lo necesario. Solo hay algunas cosas ciertas: las víctimas siempre son civiles; los pueblos resisten armados jugando en un tablero de ajedrez que no controlan y en el que nunca pueden ganar; y los discursos inflamados de los Biden, los Borrell o los Sánchez no son más que el decorado que trata de perfumar la pestilente realidad de la violencia que provoca este sistema que jamás ha dejado de jugar al Risk para mayor beneficio de las élites eurooccidentales, rusas o para las élites subordinadas de los que nunca fueron imperio.

Lo malo de esta lección es que cuesta entenderla y cuesta digerirla y, ante ese escollo, preferimos las explicaciones simplonas, las dicotomías entre buenos y malos, la toma de bandos y los comentarios de barra de bar. Que la historia nos pille confesados.

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