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Hay mucho estúpido que mira a los portugueses por encima del hombro, como a parientes pobres; y hay que ser muy ruin para mirar a los pobres por encima del hombro, más aún si son parientes tuyos, ¿quienes nos hemos creído que somos? Puede que el nivel de vida de Portugal sea menor que el de España, pero no hay que engañarse, es un país pequeño, su economía está aún más secuestrada que la nuestra y, además, nos tienen al lado. Sin embargo uno siente envidia sana y desearía cambiar de pasaporte cuando recuerda que nuestros hermanos lusitanos venían de una dictadura prima hermana de la nuestra, y que un año antes de que nuestro Francisco Franco se muriera en la cama dejando todo atado y bien atado, algunos militares portugueses, pensando en la ciudadanía, en asuntos como la igualdad, la libertad y la fraternidad, arriesgaron su pescuezo y dieron un golpe de estado contra la dictadura, devolviendo al pueblo lo que Salazar le arrebató. Dispuestos además a rizar el rizo, los sublevados lejos de conformarse con emitir un santo y seña secreto y prosaico para sacar las tropas a la calle, lanzaron al cielo como un fuego artificial la voz y la poesía de José Afonso, y sólo entonces fue cuando los tanques se atrevieron a salir. Poco más tarde, nuestros “primos pobres” iniciaron un proceso constituyente, reformaron las instituciones del estado y la administración, ajustaron sus cuentas, metieron mano a la justicia, rehabilitaron a los perseguidos, etc, y a pesar de todo ni Portugal se desprendió de la península Ibérica, ni el planeta detuvo su órbita.
En abril también se proclamó la II República Española, la obra más rica, completa y justa del pensamiento y la acción política española. Fue destruida, pisoteada, trizada, reventada, aniquilada y sustituida por una dictadura feroz. A diferencia de los portugueses, nosotros salimos de la tiranía poquito a poco, moderadamente, transformando el sistema y no cambiándolo; amnistiamos a todo hijo de vecino, y aunque ganamos la democracia a la gente se nos quedó un regusto amargo en la boca, una sensación de que faltaba algo, porque con las prisas y la necesidad de libertad muchas cosas se nos habían quedado en el camino y, también, muchos muertos en las cunetas. En esos tiempos transitorios de acuerdos fundamentales, el recuerdo y el agradecimiento a la actividad de la república, o la posibilidad de devolvérsela al pueblo, fue enterrada de mala manera sin certificados también en cualquier cuneta. La derecha, organizada y sin organizar, de partido o de espíritu, no quiere oír hablar de leyes de memoria histórica, ni de Billy el Niño, ni de nada que recuerde turbios asuntos del pasado, sus turbios asuntos. Exige que lo olvidemos todo como condición necesaria para poder afrontar el futuro, y si nos pide tal cosa es porque aún tiene la conciencia sucia de haber sido cómplice, copartícipe, compinche, y sabe que en la borrachera de la guerra y la posguerra se excedió, y en la calle tal vez no, pero en la soledad de la noche, ante su Dios, el anciano de camisa azul que dio la espalda a los ajusticiados sin justicia de la fosa común con la automática aún caliente en la cintura, sabe que cometió grandes pecados que la dictadura promovió y silenció, y hoy en democracia no quiere que se aireen, y el diputado del partido en el poder que no condena el franquismo, que dice que durante aquellos años de plomo no se vivía nada mal, y que pide pasar página de una vez porque mirar al pasado no sirve para nada, es cómplice del abuelo de camisa azul aunque no tenga ninguna relación con delitos de sangre a sus espaldas, y por eso no forma ni formará jamás parte de la derecha moderna alemana o francesa, que luchó contra Hitler o Vichy, y que condena el fascismo sin tapujos, pero en realidad tal cosa al aludido diputado le importa poco o nada porque ya pertenece a un selecto club: el que ha gobernado y gobernará este país “per secula seculorum”.
No se conocen herederos republicanos de la derecha; al menos yo no he oído hablar de ellos. La derecha siempre ha estado vinculada a esa clase social por encima de los siglos antes aludida, a la iglesia eterna, pero no a Niceto Alcalá Zamora. Que la idea de república sea patrimonio exclusivo de la izquierda es malo para la causa tricolor, para su recuerdo y reivindicación, o para su improbable futuro. Por desgracia con el PSOE nadie cuenta ya para estos asuntos, y como partido grande bien necesario que sería su apoyo o su liderazgo, pero él mismo se ha descartado y apuesta por los Borbones. Y es una pena, porque a falta de homenajes y reconocimientos, a falta de iniciativas organizadas, a falta de una gran alternativa electoral republicana que agrupase a todos los partidos que se consideren tal, cada vez más se ven en la calle, en manifestaciones, en carteles, en pintadas, la banderita tricolor. Yo no sé si esa efusividad republicana es sólo una pose coyuntural o responde a algo más serio, pero en cualquier caso en este abril que se nos acaba tal vez esa espontaneidad de banderas sea el mejor reconocimiento o esperanza que se le pueda regalar a nuestra querida y asesinada república de abril, y a los que deseamos un cambio en la forma y en el fondo de la jefatura del Estado.