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Palabras Clave es el espacio de opinión, análisis y reflexión de eldiario.es Castilla-La Mancha, un punto de encuentro y participación colectiva.

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Desde Las Hunfrías

Campos de Anchuras

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Tú quieres ser una realidad muerta. Hay algunas enfermedades que se quejan de ti. Una vez escribiste que nunca habías llorado, que no conocías tu propio llanto. Déjame que recuerde exactamente esa frase.

Cuando él escribe “Puerto” no se sabe si alude a la montaña o al mar. Le falta siempre el “de”. Los viajeros sabrán.

Realidad muerta, eso le gusta al poema, realidades muertas. El poète no dice nada, el brazo dentro del agua remueve el fango.

Ahora tengo la paz, pero no sé qué hacer con ella.

Si ese listón se eleva demasiado de la tierra deja de hacer sombra.

Un recuerdo del invierno pasado: Antes de la gran nevada, un poco antes del gran blanco, ves ya tus huellas en la nieve hacia el frontón. Más allá no puedes ir, está el frontón. El poema está detrás del frontón, a la escucha, en esa escucha oyes a quien juega a ser. Y eso ocurre gracias a la gran esperanza de la nieve. Se da eso que llamamos la gran y eterna esperanza en uno mismo.

La esclavitud de los likes, aún me gusta su café.

El hop es un baile antifascista ¿Sabrías bailarlo ahora? Swing, swing. La música ronquea en la playa, oigo los ronqueos de esa música de chapas. Esa lengua, tal, no precisamente en la que piensas ahora, está incubando los huevos negros de las serpientes azules.

En los terrenos altos y las zonas más elevadas la poesía no encuentra interferencias. Deshabitada es ligera como el aire. ¿Y es así de verdad? No lo sepas. Se diría que apenas se roza aquí mismo, en el Campo Charro.

Dion de Prusa: Pues el caminante es rey: la tierra su dominio.

Peregrinear hacia “el no lugar.”

El que anda sabe que al mediodía no, ese no, ese saber cómo no saber. El que anda ahora habla y escribe así, nunca acaba las frases, ni agota los caminos, los rechaza. ¿Qué es ese “al mediodía no”? y ¿por qué solo en algunas noches se da lo propicio? Deshabita su propia lengua, la hace llana e imposible.

Nada más que hay paisaje, y alguien a punto de desaparecer en él. Describir es amar; basta con decir amo todo esto que es solo paisaje, después crece la imaginación, la tuya, que ha estado cerrada tanto tiempo, muerta. Bastaría una sola noche de lluvia a oscuras, y de pronto, después de muchos años, alguien abre la casa y la airea. Siempre me han atraído los territorios baldíos. Ahí queda ese paisaje somnoliento del verano, lijado por el aire, lleno de eczemas y grietas solares, y las tormentas breves, pero muy violentas, le dan una fisionomía de tierra vieja. Él, A.N. elige para su obra una propuesta matérica, no pinta el cuadro, lo construye con los propios materiales de la tierra. Ocres, sucesión de ocres. También resulta de lo mismo, un tú erosionado por el ser que en cada uno hay. El amor erosiona así; la vida al aire libre de tal manera, y las pérdidas como aguas torrenciales. Él pinta de espaldas, desnudo, así parece más joven. El culo o glúteos, los hombros, la piel ocre, sin bello, sin apenas señales de haber acometido grandes esfuerzos y duros trabajos a lo largo de una vida, y él, de acuerdo contigo, ya se supone que hubo largas conversaciones a lo largo de estas noches de verano, a la entrada de la caseta de herramientas, te llama 'Señor de las erosiones', te llama de pronto 'Señor de los baldíos'.

Turismo de incendios. Quelle horreur ! Allí van ellos de inmediato, desde un lugar seguro fotografían y contemplan las llamas.

“Son caminos horribles que recuerdan el supuesto horror de los caminos lunares”, de la correspondencia final de Arthur Rimbaud.

Uno se convierte en el gran solitario, no en uno cualquiera, sino en el mayor de ellos a la espera de la gran solitaria, y que le enseñe el grado máximo de la soledad.

Se ponía normas y límites que debía sobrepasar.

Aguzar, aguzarlo todo hasta desaparecer por insomnio.

Misticismo de insomnio.

In loco ubi steterunt pedes eius, lo dice un salmo.

Siempre ese lugar vacío. ¿Cómo decías que lo llamabas? ¿Alto del Atalayón, Pico Moradas, Charco hondo o azul, Garganta de las Lanchas?

Solo sabe ¿sé? Hilvanar en el tejido de la naturaleza la sombra de la piel curtida del alma.

¡Viva lo imperfecto! Vive lo imperfecto, no existe lo otro.

Ahora ella quisiera escribir una lista de sus temores, de sus viejos temores ¿y si ya careciera de ellos? Escribirlos de todos modos solo para mantener vivo el recuerdo del temor a las culebras.

Se tomaba las pulsaciones después de correr, siempre está midiendo su resistencia a sí mismo. Mide su tristeza con la luz fuerte del verano, sus alegrías, sus insomnios, sus pasos en las sendas que van desde La Nava a Piedraescrita. Época de medidores. Solo al salir de nadar del Charco hondo o azul, a veces estaba en el agua largo tiempo haciendo el muerto, iba directo al chiringuito fluvial, se encendía un cigarro y pedía un vermut.

Aquí aún se sigue utilizando la palangana. El agua de uno mismo vuelve a la tierra. Baños de polvo y agua en las tablas quietas del Gévalo.

Caminar para sentir la fatiga y los límites del cuerpo, y así expulsar la otra fatiga.

Otro recuerdo del invierno pasado: atravesaba un páramo en el lugar de Villafafila al principio del día, diría que iba a pie hacia Faramontanos de Tábara, o a Castrotorafe para llegar a Navianos de Alba, y no vi a nadie en todo el santo día. El recuerdo es el frío, iba, iba ese frío negro. No pude decir adiós a nadie.

No se puede ir por ahí -decía-. Era como decirlo todo, pero no sabía exactamente ese por-ahí-no-se-puede. Tampoco él había ido nunca por ese -ahí-no-se-puede. Da la vuelta, rodéalo, desvíate lo necesario, y después coge tal dirección. Ahora había que romper el maleficio e ir por ese-ahí-no-se-puede, afrontarlo, tener a la alegría por hermana a pesar del peligro del sol en los caminos desarbolados a finales de julio. Tener a esa alegría muy cerca, como otro más que te acompaña hacia las alturas del Árbol del medio de la Casquera. Ese no se puede por ahí era ese no se puede amar eso, o el no amar nada, no sentir, no sentirlo, en el solo temer, y él, seguro de que se podía, pues los límites del amor son imprecisos, y se trata de un espacio abierto al siempre, iba arrancando las ramas secas del temor hasta dejar desnuda la idea.

Al dormir al raso en las alturas del Cervales la noche te dejó rígido y frío.

Por fin no sabía lo que era la alegría, venía de dentro, tenía miedo de ella, de esa alegría. Se sentía un conductor, por el pasado hacia los otros. Sin quemarse. Había esperado el paso del agua por la acequia, a tal hora, de cada día señalado.

El día se aligera colgado en el atardecer, quieto, es un país de ataúdes. A esa quietud del final de la tarde, el día que se dilata ahora quieto para que dé tiempo a ser, y lo que más debía durar, eso mismo, se apaga.

Antes de salir, siempre temprano, un poco antes del momento del sol, miraba el día desde la puerta. Puerta que se mantenía abierta toda la noche. ¿Manía, rito? Y para que no la cerrara un golpe de viento, o la corriente, ponía una buena piedra en el umbral.

Andar libera, más aún si no sabes a dónde vas. Hay un momento, y es sublime, en el que también dejas de saber quién eres. No eres otro, pero dejas de saberte ¿Y tú? Digamos que te alejas, tanto como puedes, en eso consiste la liberación. No en lo que encuentras sino en lo que dejas. Andas y andas. Si la fuerza del nombre de algún lugar te atrae y te hace ir hacia allí, mientras dura el hechizo de tal nombre andarás. Ya sabes lo que ocurre después, no existe el lugar como tal. Eso lo sabemos, es lo primero que sabemos, pero eso que sabemos, es lo qué de pesadez todavía nos sobra, no queremos saberlo, ese no querer saber eso mismo. Se quema demasiada energía en ello. Y como al andar hacia lugares innominados, el esfuerzo parece mayor. Cada mañana temprano, pues el que anda es un ser de lo temprano, el residuo del cansancio de los días anteriores hace que los primeros movimientos del cuerpo se parezcan a los de un muñeco articulado que se va irguiendo y abriéndose muy despacio ¿No suenan los huesos así? ¿Y los ojos arañados por el sol se van encendiendo poco a poco a la voluntad de una luz que promete aplastarte la mirada al mediodía? Y en realidad, esos lugares innominados, un poco después de eso que llamas “El Allí”, en el que un puñado de nombres, como las alturas del Chorlo, o Morrón del Cotarro te hacen andar en tal o cual dirección, a un paso humano, pues el que ya pesa poco se vuelve ligero y va despacio, se va realmente despacio, frente a los otros que te adelantan o se cruzan.

Solo que los largos y cálidos días de verano tienen trampa.

El sol mata, literal. Él lo tradujo, el sol nos carga de libertad. Ya al pasarlo al chino la cosa comenzó a trascender: Sol de mediodía, pelado, y vivió rapado el resto de sus días. Été au goût de concombre, y porque el francés tenía demasiados acentos, a los que él llamaba espinas de lenguaje. ¡Quelle horreur!

Hay que saberse muy bien donde se está, no seas movido por las fuerzas como un balón empujado por el aire, que sigue rodando por los pliegues de la tierra hacia las partes hondas del lugar hasta caer al río. Muévete solo, tú mismo hacia ti, hacia ese tú que quieres habitar. Estabas a la escucha, podía llegar una voz, o el rastro de una voz de hace mucho, que aún seguía en el mundo, y pasaba cerca de ti. Era una buena voz, y se daba la ocasión de seguirla un poco. Te descubría de nuevo el mundo, tenías que estar agachado para escucharla bien, en cuclillas, sintiendo el cuerpo como un nudo, o como anidado en la luz que cala entre los árboles. Así se escucha mejor, agachado en cuclillas, sin caerte.

Tal vez escucharás al principio ese sabes-bien-donde-estás, y ese ¿dónde andas? En ese estar en el mundo de manera frágil. Había que saberse, no perder el lugar y el tiempo del lugar. Algo se había movido después de muchos días de quietud para no ser arrasado por las fuerzas del lenguaje. En primer lugar, te desplazabas en cuclillas, dando pequeños saltos. Escuchabas sin hablar apenas. Las grandes escuchas te dejan en silencio, como a un animal el cielo nocturno, o el mediodía incendiado. Demasiado lenguaje para zafarse ¿Y tú propia lengua? Se iba creando entorno a la escucha, como el mimbre entorno a la garrafa de vidrio. Era una lengua ya vacía, se vaciaba para la hondura, para ser más humana, y decir menos. El que dice menos se salva de sí mismo. Más que decir, señalar, sugerir, y sobre todo una lengua que no cree, que no es creyente. ¿Ves? ¿Ve? También ve, esa lengua ve, no dice, respira. Solo se asoma, como si una ventana, tal vez, pudiera hablar de los otros y no de sí misma, hablar por ti una vez ya no estés. Una ventana o una puerta que habla. Tú hablabas desde ellas. Eso es todo lo que ves, y todo lo que podría entrar y salir. Después en cuclillas escuchar.

Me decía cada mañana: “Vivimos demasiado cerca unos de otros”, pegados, adheridos. El lenguaje se inflama, se contamina del ego del otro, unos encima de otros, a los lados hay otros.

Al final del día, en el holocausto solar, en la ciudad tal, de los cientos, miles de rostros y cuerpos que has visto, y se han cruzado, apenas recuerdas unos pocos, además de la ceniza de lo que ardió, queda esa otra ceniza de lo que aún no sabemos. Llamemos a eso de manera provisional polvo, por ejemplo, en chino. No tenemos una palabra para eso todavía. Estaba a la espera de ella, un desgaste. Un poco más alejados los unos de los otros, no tan pegados y adheridos, a una distancia en la que se pueda hablar todavía, y a la que se oiga aún al uno en el otro, y un tercero lo oiga. Cómo habría crecido el amor entre todos. El lenguaje del amor habría llegado a sus límites, que son los límites del propio lenguaje. Vivir a esa distancia en la que el sonido se pierde. Se habrían leído los silencios de los otros. Toma mi silencio, háblalo tú. Toma mi lenguaje, háblalo tú y destrúyelo. Dáselo a otro. Toma mi amor por el mundo, cámbiaselo a él o a ella, por su amor al mundo.

Ella escribe desnuda, solo puede llegar a la escritura desnuda. Todos sus personajes aparecen desnudos, son los die Akte, pero hay una mujer vestida siempre al final de cada uno de sus poemas. Ella guarda la ropa de todos, y en alguna ocasión las quema. Un mundo donde ya no exista la palabra 'pudor'. ¿Entonces? No lo sabemos, pero es casi seguro que no hablaríamos de la misma manera, y que el amor se resentiría.

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