La noticia ha sido demoledora para todos los que queríamos a Jordi. Una infección truncó su vida en el momento en que comenzaba una nueva etapa en su trayectoria política como concejal de su pueblo, Castelldefels, en el que fue pieza clave de la confluencia de izquierdas y del acuerdo de gobierno.
Casualidades de la vida, fue la noche del 26 de julio, una fecha que a aquellos que como él amamos Cuba nos recuerda un movimiento de cambio, de Unidad Popular. Ese día fue el último de Jordi, tal como le habíamos conocido: responsable, trabajador, honesto, alegre y muy pesado a la hora de sacar lo mejor de cada uno de nosotros. Su obsesión era trabajar por el entendimiento de las izquierdas. Sin excepción.
Nos conocimos muy jóvenes, a inicios de los 80 del siglo pasado. Jordi ya era un dirigente del Colectivo de Jóvenes Comunistas (CJC). Yo, como miembro del Partido y diseñador, les daba una mano haciendo Revolució, la revista juvenil de las CJC, donde fuimos creciendo con otros hombres y mujeres que hoy siguen luchando por un mundo mejor.
No volveríamos a coincidir hasta los años noventa, cuando me reclamó para formar parte del embrión que terminaría siendo EUiA. A partir de ese momento, de una manera más o menos continuada, trabajamos juntos.
Es curioso que nuestra cultura política, que venía de la fractura y la expulsión del estimado PSUC, siempre tuvo un objetivo: la relación fraternal de las izquierdas buscando siempre objetivos comunes para ser útiles a la ciudadanía, sin detenernos en el detalle ideológico que nos separa, y el reconocimiento de las izquierdas como un ámbito que no es propiedad de nadie y que con el trabajo diario debe hacer posible la transformación de la sociedad, en una relación dialéctica del hacer y del pensar.
Sin duda la máxima expresión de esta obsesión llegó de la mano de Pasqual Maragall, de Carod Rovira, Joan Saura y Jordi Miralles, en el 'Pacte del Tinell', como primer gobierno de izquierdas en Catalunya después de la Segunda República y después de 23 años de pujolismo. Miralles nos recordaba que habíamos sumado y ganado las elecciones pero que no teníamos ni el poder, ni mucho menos, la hegemonía cultural. Los mejores gobiernos que ha tenido Catalunya fueron denominados de forma despectiva como los tripartitos. Unos gobiernos de progreso que hizo posible que la grasa acumulada en sanidad, educación, bienestar social, medio ambiente, memoria democrática, participación e infraestructuras haya sido la red que ha amortiguado la caída en picado de las condiciones de vida de las capas medias y la clase obrera.
En el Gobierno Montilla, con una ERC y un PSC ya con problemas de navegación, Jordi fue siempre un aliado comprometido y decidido a sacar adelante la reforma del Estatut, un proyecto sobre el que veía, como siempre antes que nadie, su trascendencia para el país.
Las bromas del autobús, la recogida de firmas contra Catalunya, el 'cepillo' Guerra y la foto con alevosía de Mas y Zapatero no fueron suficientes para detener que el pueblo ratificara en referéndum lo que es una realidad: Catalunya como sujeto político.
Jordi fue siempre un defensor de la soberanía ante el sucursalismo, nunca renunció a los ideales que de joven forjó en su barrio de Hostafrancs, y aunque siempre le gustó pasar un rato con sus amigos del 'Manolos', nunca fue un 'palmero' de la política. Siempre estuvo comprometido con ser útil a la clase obrera y a su país. Como decía el añorado José Mª Valverde, Jordi representa lo que es hoy un comunista del siglo XXI. ¡Tu ejemplo es nuestro camino!