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Pablo Iglesias, en el cinturón morado de Barcelona

Pablo Iglesias, en un momento del discurso ofrecido este domingo en Barcelona

Arturo Puente / Enric Català (fotos)

Barcelona —

Más de 3.000 personas esperan en el pabellón deportivo de la Vall d'Hebron para ver el mitin Pablo Iglesias, el carismático líder de Podemos, que llega a Barcelona después de ser elegido secretario general del partido.

La cita ha levantado tal expectación que cientos de personas se agolpan en la puerta del recinto sin poder pasar. El color morado lo tiñe todo: banderas, ropas de color, pañuelos en la cabeza. Se palpa el entusiasmo, un fervor político desconocido en la mayoría de mítines de los partidos tradicionales.

Por fin aparece Iglesias tras una marabunta de cámaras y luces de flash. Viene acompañado de Gemma Ubasart, que va a consagrarse en unos minutos como la cabeza de la formación en Catalunya. Tras una nueva oleada de clásicos gritos de entusiasmo como “ese Pablo como mola, se merece una ola” o “Pablo, queremos un hijo tuyo”, Ubasart comienza delimitando el público objetivo: “Zapatero nos falló. Toda aquella esperanza puesta el 13-M [de 2004] con el 'no nos falles' se vino abajo con una llamada de Berlín”. El público, al contrario que la ilusión en 2010, se viene arriba. Parece que a ellos también les falló Zapatero, lo cual significa que son de ese porcentaje que alguna vez confío en él.

En las elecciones generales del año 2004, el 43% de los votantes del distrito de Horta-Guinardó, donde se celebra el mitin, depositó una papeleta para hacer presidente a José Luis Rodríguez Zapatero. En las generales de 2011, el voto al PSOE se redujo hasta el 31%. Los al menos 12 puntos en liza del barrio barcelonés representan bien al cinturón rojo de la capital, que ha pasado de ser el gran granero del PSC-PSOE a meterse de lleno en el proceso independentista. También a la España que, defraudada de Zapatero, basculó hacia Rajoy y, defraudada de nuevo, se encontraba hace solo un año apática y sin alternativa mayoritaria en la que depositar la ilusión.

Todo eso estaba en el pabellón de la Vall d'Hebrón, ávido de ver en directo la magia que el líder de Podemos suele desplegar los fines de semana en las tertulias televisivas. Pero también estaba ese gran espacio social en Catalunya que no es independentista pero ha quedado sepultado bajo el machacón debate del proceso soberanista. El proceso ha dividido el espectro político catalán en dos. A un lado, CiU, ERC, ICV-EUiA y la CUP, un bloque plural pero que no ha sido capaz de consensuar un proyecto soberanista con suficiente dosis de ruptura para atraer los votos de quienes, no siendo independentistas, apostaban por el independentismo para mover el statu quo. Al otro lado la tríada formada por lo que queda del PSC, PP y Ciutadans, los dos primeros incapaces de articular un discurso creíble de regeneración por sus hipotecas pasadas.

Ubasart es consciente de esto, así que le hinca el diente. “Recordad cuando hace cuatro años Artur Mas nos ofrecía un viaje hacia Ítaca. Lo que no nos dijo era que ese viaje no era hacia Ítaca homérica sino a la Grecia actual, esa donde las políticas de austeridad cierran hospitales”. Ni casta ni independencia, viene a decir la nueva jefa de la marca morada en Catalunya. Procés y recortes vienen, según se desprende, del mismo sitio.

Y, tras hacerse esperar, llega Iglesias.

Sale como una estrella de rock y se encarama al atril ante miles de personas como quien lleva haciéndolo toda la vida. Se sabe seductor en la puesta en escena. Está en pleno ascenso político, conociendo las mieles del éxito y las amarguras de la fama desmedida.

Según un reciente estudio del Instituto de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de Barcelona, Pablo Iglesias es conocido en Catalunya por el 87% de los encuestados, solo superado por Mariano Rajoy y Artur Mas. Además, obtiene una valoración de 5,16 puntos, solo superado por el diputado de la CUP David Fernàndez, con un 5,5, y seguido de cerca por el líder de ERC, Oriol Junqueras, con un 5,12, y el candidato a la alcaldía del mismo partido, Alfred Bosch, que obtiene un 4,91. El siguiente más valorado es Artur Mas, con 4,66. Contra ellos, independentistas todos, cargará en unos minutos el líder de Podemos.

“No he venido a Catalunya a prometer nada a nadie, eso sí, os prometo que a mí no me veréis dándome un abrazo con Rajoy ni con Mas”. Bum. El trabucazo de Iglesias apunta contra el diputado de la CUP, David Fernàndez, quien en la noche del 9-N, cuando se conoció la participación de más de dos millones de personas, abrazó al president Mas, gesto que le valió muchas críticas. La metáfora le servía al orador para colocarse enfrente tanto de los actores del proceso soberanista catalán como del gobierno de Rajoy.

El que dibujaba Iglesias es un espacio cotizado. Ensanchar el espacio unionista por el margen anti-establishment es la gran tarea pendiente de Ciutadans, que ha apostado más por la imagen “sensata”, como ampliarlo por el lado de las izquierdas es el reto imposible para el PSC, que ha perdido su imagen de compromiso social.

Entre las elecciones autonómicas de 2010 y 2012, cuando se cocía el proceso, en el Guinardó el PSC pasó del 21,8 al 15,3%. Ciutadans subió del 3,8 al 8,2%. ERC, del 6,8 al 13,3%. La CUP apareció rascando un 4,1%. Resultados en la misma línea, aunque con variantes, pueden encontrarse en cualquiera de las ciudades del cinturón rojo de Barcelona, la zona de Catalunya que en las europeas más penetró Podemos.

Así que Pablo Iglesias sirve como menú la especialidad de la casa. “Casta”, “régimen corrupto”, “no me fío de los políticos que hacen promesas”, “proceso constituyente”, “sujetos históricos del cambio”, “traidores a su pueblo”, “candados del 78”. Todo ello trufado con referencias a supuestas similitudes entre Catalunya y Madrid. Cuentas corrientes en Suiza, Rato y Pujol, desigualdades flagrantes entre los barrios, rescate a cajas, recortes en la sanidad catalana que, asegura, recuerdan a los de Esperanza Aguirre.

“Yo soy de Vallecas y me siento en mi casa cuando estoy en Cornellá, L'Hospitalet o Nou Barris”. Ovación cerrada. Sobre el espinoso debate del derecho a decidir, Podemos parece haber encontrado su fórmula de éxito: para decidir en Catalunya primero hay que decidir en el conjunto del Estado en un proceso constituyente.

Podemos sabe que para llegar a La Moncloa el Área Metropolitana de Barcelona es clave. Casi la mitad de la población catalana se concentra en ese territorio, y de Catalunya dependen nada menos que 47 de los 350 diputados del Congreso de los Diputados. El partido de Pablo Iglesias tiene el reto de atraer al espacio perdido por el PSC, sobre todo en el conocido como cinturón rojo de la ciudad. Ciudades como L'Hospitalet, Badalona, Santa Coloma, Sant Boi o Viladecans, han sido feudos históricos del PSC, pero han comenzado a dejar de serlo.

En las pasadas elecciones europeas, el Baix Llobregat mantuvo al PSC como la fuerza más votada, pero la colocó solo un poco por encima del 20% en la comarca, muy lejos de los abultados porcentajes de las anteriores europeas. En L'Hospitalet cayeron del 51,8 al 26,2% en 5 años. En Santa Coloma del 55,9 al 29,7%. En Cornellà del 53,8 al 28,42%. En todos esos lugares ERC emergió, se triplicó. Pero también Ciutadans obtuvo grandes porcentajes. El voto socialista salía disparado en todas direcciones.

Pablo Iglesias eligió Barcelona como primer destino a visitar después de ser nombrado secretario general del partido porque quiere teñir de morado el viejo cinturón rojo. Y para ello cree que debe ofrecer el discurso de un partido social, contrario a cualquier cosa similar al nacionalismo catalán, enfrentado a las élites catalanas y españolas y con un proyecto regeneracionista del Estado del que una parte importante de la población de la periferia barcelonesa quiere seguir formando parte. En pleno despliegue territorial, Podemos cree que afianzar un cinturón morado sobre las cenizas del tradicional granero de voto socialista es el primer peldaño para conquistar el Gobierno.

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