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Mi otro 15M

Patricia Canet

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La tarde del 15 de mayo del 2011 la pasé en la habitación de un hospital. Y lo hice tras sufrir placenteramente unas pacientes prisas y unos nervios controlados destinados a conocer a otra silla más por la que nos tendríamos que apretar más en la mesa. Entre las impersonales paredes de ese hotel con reserva de última hora, la vida se abría camino.

En medio de las salidas y venidas de tanta gente, de repente se hizo el silencio. Fue entonces cuando conseguí oír lo que parecía ser la cobertura a deshoras de un informativo sobre algo que parecía ser bastante gordo. Digo “parecía” intencionada y reiteradamente porque en ese momento ninguno de los que estábamos allí teníamos claro qué estaba pasando. Ni con la persona que acababa de estrenar nombre ni con lo que aparecía en la televisión y a lo que nadie se atrevía a poner nombre. Nadie, incluida la persona de la que hacía tiempo sabíamos de su existencia pese a que él acababa de hacer lo propio con nosotros, tenía noción alguna sobre la causa, el sentido o la meta de todo aquello. Desconocíamos todo eso con respecto a la vida con la cual acabábamos de comprometernos y con respecto a la multitud de personas que abarrotaban la Puerta del Sol. Lo que hicimos, por tanto, es lo que se suele hacer cuando las preguntas son muy complejas, esperar las respuestas.

Así, el calendario fue siguiendo su propio destino al marchitar unas hojas y hacer brotar otras nuevas. El tiempo va pasando a medida que la vida va pesando. No son pocas las veces en que pueden encontrarse obstáculos, injusticias y desigualdades por cualquier parte. En esos instantes es cuando realmente se necesita una mano más que amiga que te ayude a recordar que las tuyas tienen fuerza suficiente para compartir y ocupar tras su victoria todos cuantos campos de batallas se presenten. Eso lo consigue hacer la mano más pequeña que conoces con el mero hecho de que ella busque tu compañía y lo consiguen también las otras manos que se prestan a ayudarte gracias a que la conciencia social surgida de las calles ocupadas nos ha recordado que humanidad y solidaridad siempre deben ir juntas.

Un día cualquiera, de repente, te maravillas al ver un hecho totalmente banal pero que ahora adquiere en tu memoria espacio propio. Ves cómo esa pequeña persona, después de haberlo intentado en incontables ocasiones y haber caído en todas ellas, se echa a andar plantando cara a la ley de la gravedad y deseando llegar a los sitios donde su vista no alcanzaba pero algo sí intuía. La fuerza de su gesto es la misma que hay detrás de las historias de esas personas que plantan cara al poder y a la ley gravitatoria de éste, que es la sumisión. En esto, la cultura de la reivindicación en la que estamos viviendo estos últimos años tiene mucho que ver.

Otro de los momentos para el cajón de los recuerdos que ése que se puso en pie te ofrece es saber cómo es su voz, oírle nombrarte y comprender con ello que tú formas parte de su conciencia. Del mismo modo, vas oyendo otras voces que también te incluyen porque sus gritos nacen de tu misma opresión. Esas voces te hacen conocer incluso nuevas palabras de las que sí tenías constancia pero no conocimiento. Te atraen no porque sean atractivas, sino porque has descubierto que su voz es tu voz, que al igual que con esa otra persona, ya no quieres dejar nunca de escuchar su voz porque tras ella hay más verdad de la jamás hubieras imaginado.

Esa persona que ya hace gala del bipedismo y de un incipiente lenguaje te sorprende con unas lecciones vitales con las que sólo la ingenuidad de su corta vida puede sorprenderte. Ironías de la vida, sólo ese alguien a quien le queda todo por aprender puede darte las más maravillosas enseñanzas ofrecidas por la simpleza de su vida. En ese mismo sentido, los directos y claros mensajes que llenan las pancartas de las concentraciones son efectivas por esa misma razón, porque son la cara visible del anhelo de lo más básico que existe, que es la supervivencia. La política es más política desde que no la hacen únicamente los políticos. Resulta imposible refutar tanta evidencia, tanta en un lado como en otro. Esta sólo es una tarea encomiable a aquellos que en vez de seguir propósitos vitales, prefieren asentarse en intereses de clase, diría el amigo Marx.

Tres años han pasado desde aquel 15 de mayo de 2011. Tres vueltas al sol con sus tres velas por soplar. Lo que ese día nació no siempre ha sido perfecto, seamos sinceros. Ha tenido momentos insoportablemente incomprensibles, se ha cabreado y ni él mismo se ha entendido al no saber qué quería ser. No conoce su camino, mucho menos claras tiene la concreción de sus metas. Aún así, a pesar del caos que pueden desprender esas palabras, los vínculos de unión con todo lo que conocí aquella tarde en un hospital son tan fuertes que gracias a ello sé que la vida puede ser mejor aunque a veces no lo sea. Que él brinde la posibilidad de que sí lo sea es el motivo para tratar de conseguirlo cada día.

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