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Elogio de Ricardo Costa

Ricardo Costa, en su declaración ante el juez del caso Gürtel.

Adolf Beltran

Si alguien cree que Ricardo Costa no maneja bien la retórica política y económica es que no lo conoce. A quienes le vimos subir muchas veces a la tribuna de las Corts Valencianes a defender la ortodoxia de su partido, consistente en propugnar las bondades de la competitividad, la libertad de mercado y la bajada de impuestos, su forma de expresarse ante el juez de la Audiencia Nacional durante la vista oral del caso Gürtel nos pareció de lo más genuina.

Lo sorprendente, en contraste con sus tiempos de arrogante portavoz de economía en la Cámara autonómica, no era la oratoria sino la confesión. ¡Estaba pidiendo perdón! Pero, sobre todo, describía el mecanismo delictivo sobre el que funcionó el PP valenciano cuando él era el secretario general. Aunque lo hizo en defensa propia desde el banquillo de los acusados y evitó completar la explicación de cómo se subvertía cualquier competencia lícita en la contratación, al menos se puso serio y cumplió con la reiterada exigencia de que los corruptos asuman su responsabilidad.

Ciertos empresarios financiaban ilegalmente el partido, asumían facturas de sus actos electorales o, más precisamente, aportaban “dinero opaco al fisco” para pagar “complementos” de mítines de Rajoy encargados por Francisco Camps. No me digan que no tiene estilo esa forma de referirse al dinero negro con el que se financiaba el PP. Después de que Álvaro Pérez exhibiera su enorme desparpajo (incluida la autocita del “amiguitos del alma”) al apuntar a Francisco Camps como responsable, Costa hizo lo propio. Y llevó el escándalo hasta las mismas puertas de la dirección nacional del PP, con el extesorero Luis Bárcenas como baluarte.

No hacía falta nada más para que el hundimiento de toda una época encontrara su punto de no retorno. Ya se habían producido condenas en la depuración judicial de la Gürtel que no han llegado a tener el impacto de las sesiones de esta causa sobre la financiación ilegal del PP valenciano. Fueron condenas por el amaño de la adjudicación de los pabellones de la Generalitat Valenciana en Fitur que afectan a Francisco Correa, a Álvaro Pérez y Pablo Crespo, pero también a políticos del PP como la exconsellera de Turismo Milagrosa Martínez, que llegó a ser presidenta de las Corts Valencianes.

Tal vez el hecho de que aquel juicio por las adjudicaciones de Fitur se celebrara en Valencia le restó una repercusión que sí está teniendo el de la Audiencia Nacional en Madrid. Pero lo que ha cambiado, sobre todo, es el hecho mismo de la confesión. Algo que no había ocurrido tampoco en el juicio por la primera época de la Gürtel, en el que declaró como testigo Mariano Rajoy y que todavía está pendiente de sentencia. Ir acumulando condenas es la mejor manera de acabar soltando la lengua. Y Francisco Correa, por ejemplo, todavía puede soltarla mucho más. Pero Costa es el primer dirigente del PP que reconoce los delitos y asume que actuó incorrectamente.

Intenten imaginar el ambiente en el que 'el Bigotes' y Costa desplegaban sus innegables encantos y las condiciones materiales de aquella fiesta montada sobre el soborno, las mordidas, la prevaricación y la malversación. El “dinero opaco al fisco aportado por empresarios”, en efecto, financiaba al PP en las campañas electorales de 2007 y 2008. Y, que sepamos, lo hacía en 2007, 2011 y hasta en 2015 en las últimas elecciones locales en la ciudad de Valencia, como ha revelado la investigación judicial del caso Taula, que salpicó a Rita Barberá en sus últimos tiempos.

La presidenta del PP valenciano, Isabel Bonig, repite una ocurrencia un tanto simplona y suele referirse al gobierno del Pacte del Botànic que lideran Ximo Puig y Mónica Oltra, como el Titanic. No se da cuenta de que la imagen cuadra demasiado bien con la situación de un partido, el suyo, en el que la fiesta, por más que se diga, no acabó con Gürtel, ni con Nóos, ni con Brugal. Ha durado hasta hace bien poco. Y quién sabe si, como apuntan los casos Púnica, Lezo o Taula, no sigue en marcha todavía en algún camarote de ese trasatlántico en el que el capitán, un tal Mariano Rajoy, no llama a zafarrancho porque dice no haber visto nada desde el puente de mando mientras una vía de agua arrasa compartimentos, revienta mamparos y se lleva por delante a la tripulación.

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