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¡Ah, ¿Pero aún existen los desahucios?!

Alfons Cervera

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Unas noticias se amontonan sobre otras y las que se van quedando abajo desaparecen en unas horas. O en unos minutos. Pero hay una cosa curiosa: las que se quedan arriba siempre son las mismas. Las que interesan a la gran clase política y económica. Desde el 20 de diciembre sólo se habla en los medios de comunicación del posible pacto de investidura. Unos días unos pactan con unos y otros días otros pactan con otros. Al final todo es como un cachondeo que parece divertir sólo a sus protagonistas. A los demás sólo nos queda el hartazgo, la sensación de que nos están tomando el pelo, una ausente y vacía cara de desgana, como la que ponía Buster Keaton aunque el mundo ardiera por sus alrededores. La otra repetida noticia que siempre cae encima del montón es la que nos cuenta la corrupción. Cada día salen corruptos nuevos y nuevas corruptelas, y claro que es importante que eso se cuente. Lo que ya no está tan claro es que el relato de la corrupción -a pesar de su aparente carácter de exhaustividad- tenga zonas ocultas. Por ejemplo, tanto airear las conversaciones entre corruptos y sin embargo ¿dónde están las que mantuvieron por wasap los reyes y su corrupto amigo López Madrid que destapó este diario hace unas semanas? Esas conversaciones salieron después en algunos medios pero fueron a parar enseguida a lo más hondo del montón de noticias hasta desaparecer por completo. Cuando hay un atentado, durante unos días saldrán imágenes de ejércitos armados en las calles, declaraciones de los jefes de Estado y otras instancias institucionales guardando cinco minutos de silencio, algunos testimonios que arrimarán el ruido de las bombas al oído ya ensordecido de los espectadores. Pero esos atentados -crueles, insoportables- son los que nos afectan por proximidad e intereses. Los que cada día destrozan otros sitios y a otras gentes más miserables y lejanas del planeta no es que permanezcan en el rincón más a oscuras de la agenda de los medios: es que ni existen para esas agendas y esos medios.

Hubo un tiempo en que algunos acontecimientos ocupaban la línea de salida en todos los medios. Y poco a poco fueron desapareciendo. Qué pasa con esas noticias que fueron de primera fila y hoy están en lo más bajo y escondido del montón. Me preguntaba aquí el otro día que había sido del niño Aylan muerto en aquella playa turca. Y de los refugiados corridos a patadas en sus diversos desembarcos por las playas y las ciudades de la feliz Europa de los millonarios. Y hoy leo una noticia breve en eldiario.es y me pregunto: ¿qué fue de los desahucios? Hasta había llegado a pensar -en el colmo de la inocencia- que ya no existían. Dónde han ido a parar aquellas imágenes de los policías, de la gente gritando rabiosa y entre lloros para que no la echaran de su casa, de los grupos solidarios que se enfrentaban a la policía y a los del juzgado para que dejaran en paz a los habitantes de la vivienda casi siempre rematadamente humilde. Porque esos grupos solidarios siguen en activo. Y tanto que siguen en activo. Pero mediáticamente ya no interesan como antes. Aquel tiempo en que los desahucios fueron noticia de las de arriba del montón: era raro el día en que no salían en los telediarios, en la primera página de los periódicos, en las conversaciones mientras se consumía el primer cigarrillo antes de entrar al curro quien tuviera la suerte de tenerlo: el curro digo, no el cigarrillo. Por eso la sorpresa que me provoca la noticia leída en este diario: un hombre se ha suicidado en su casa de la Avenida del Cid, en Valencia, porque iban a desahuciarlo por no poder pagar el alquiler. Lo encontraron muerto en esa casa. No sé cuánta gente sabía que lo iban a desahuciar. Lo que sé es lo que acabo de leer: que lo encontraron muerto y que el forense dice que se había suicidado. El motivo del suicidio parece bastante claro: lo iban a echar de casa. No es el primer caso. Ya hay un reguero de muertes provocada por la angustia de tener que abandonar a la fuerza la casa donde has vivido mucho tiempo o toda tu vida. Y sin embargo la Constitución asegura que un derecho fundamental es poder disponer de una vivienda digna. Eso dice la Constitución. No sé para qué.

Ese paisaje de desamparo es el normal desde hace demasiado tiempo. No tener nada, ni para pagar un mínimo alquiler, es motivo de que tu vida sólo tenga un sitio para seguir viviéndola: en una acera, en un coche espatarrado en medio de un solar, en la antesala de un banco, a lo mejor del mismo banco que te llevó a tumbarte con una manta a los pies de ese cajero cuyo dinero sea tal vez el tuyo, el que te robó ese mismo banco en una de esas múltiples estafas que siguen gozando de una impunidad que aterra. Esto no es una película. Ni un ejercicio de insultante y gratuita demagogia. Esto es lo que hay en una época donde sólo importa lo que ocupa la parte alta del montón de las noticias. Nadie habla del niño Aylan, ni de las algaradas que se montaban hace mucho tiempo para que no echaran a la gente de sus casas, ni de cuánta de esa gente prefería morir antes que verse en la calle compartiendo el insomnio angustioso con la humillación y la vergüenza.

Hace más de dos meses que los de la alta política sólo hablan de sus pactos de investidura. Todo ese tiempo es tiempo de silencio sobre todo lo demás, sobre lo que interesa a las personas que asisten estupefactas a la desvergüenza de los pactistas sean del partido que sean. Qué van a hacer cuando gobierne un pacto u otro, que pasará con la reforma laboral, con la ley mordaza, con los derechos de los más desprotegidos, con esa Constitución más vieja que la tos, con esta sociedad tan desigual en que unos tienen todos los derechos y los otros ninguno. Qué va a pasar de una puñetera vez -según el gobierno surgido de los pactos o de donde sea- con los desahucios y la prepotencia de los bancos, de esos bancos que son más nuestros que de nadie porque el gobierno del PP los rescató con nuestro dinero al abrigo endemoniado de la crisis financiera que ellos mismos habían provocado.

En la Avenida del Cid de Valencia un suicidio sellaba la última noticia sobre los desahucios, un acontecimiento deplorable que no ha llegado a estar en lo más alto del montón de las noticias que ahora están de moda. Un muerto es sólo un muerto. Nada. Menos que nada si además es pobre. Y encima no pagaba el alquiler de la casa donde vivía antes de suicidarse. ¡Menudo morro, ¿no?! O mejor dicho: merde, como diría la reina de los wsaps a su compi yogui de las tarjetas black.

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