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¡Todos a la cárcel... menos los nuestros!

Alfons Cervera

Cataluña ya no es Cataluña, ni la del españolismo escudado en la Constitución ni la del independentismo puesto al pie de los caballos de la justicia. Ahora mismo Cataluña es sólo un territorio desdichadamente electoral. Un trofeo a conquistar por quienes aplaudían en el Senado -en un ejercicio de desprecio por la democracia y el sufrimiento de un país partido en dos- la aprobación del artículo 155 de una Constitución que, digan lo que digan unos y otros, seguirá siendo intocable.

Las cartas ya están sobre la mesa. La justicia se encargará del trabajo sucio (miren cómo se aplica en sus funciones ese prodigio de obediencia debida al PP que es el fiscal general del Estado) y pondrá el tiempo -todo el tiempo- a disposición de quienes con la excusa de combatir la ruptura de España ya estaban planificando su plan fundamental: las elecciones.

Y ahí estamos: la campaña electoral ha empezado. Lo que queda en las calles, en las casas, en el cruce de caminos de tantos sentimientos tristemente encontrados, es nada. O algo peor que nada: lo que queda de todo eso es una vasta derechización reaccionaria y centralista de la sociedad y el cinismo de quienes se escudan en la convocatoria electoral para arrumbar -como si eso fuera fácil- el complejo proceso político y social que ha ocupado en los últimos meses el territorio tantas veces abrupto del debate territorial. Ahora todo se ha convertido ya en un campo de batalla electoral. A ver quién saca más tajada del melón abierto en canal en que se ha convertido Cataluña. En todo caso, resultará curiosamente castizo ver al PP y Ciudadanos bailar con el “viva España” de Manolo Escobar saliendo a toda pastilla por los altavoces en sus mítines.

Y en este nuevo paisaje, un detalle me llama poderosamente la atención: los aliados -una vez cumplido el objetivo común- andan ya a puñetazos entre ellos. Leo lo que dice Pedro Sánchez con motivo de las investigaciones sobre financiación de los partidos: “el PP es el partido más corrupto de Europa”. Y me quedo a cuadros. Si hace unos días andaban de la mano esos aliados. Si ahí quedan para la historia los selfies entre unos, otros y los de más allá. ¿Cómo alguien que defiende la democracia puede hacerse un selfie con un García Albiol cuyo eslogan electoral para ganar la alcaldía de Badalona era limpiar la ciudad de esa inmigración pobre a la que ese tipo culpaba de todos los males? Ahora resulta que la corrupción no es corrupción cuando nos conviene y sí que es corrupción cuando no nos conviene. Ahora resulta que hay que acusar al PP de corrupto porque estamos en un campo minado en que las amistades de antes se han convertido en enemigas irreconciliables. Ahora el artículo 155 de la Constitución ya sólo ha de preocupar al independentismo catalán porque los otros ya andan en otra cosa mucho más estimulante: ganar las elecciones el 21 de diciembre.

En el ejercicio de la política no vale todo. La decencia, la dignidad, el trabajo institucional y orgánico por el bien colectivo, la honestidad a la hora de buscar en los otros razones que nos sirvan para ser mejores nosotros mismos. Esos valores que vienen de lejos y que desgraciadamente se ven hechos trizas cuando en el horizonte de la política sólo se vislumbran las siluetas perfectamente recortadas y obscenas del poder.

Cataluña ya no es Cataluña. Los trenes chocaron con estrépito de efectos especiales en una película de Hollywood y las peores heridas -aparte esas tan dolorosas y difíciles de cicatrizar en la sociedad catalana- son las que ha sufrido, está sufriendo y va a sufrir la democracia. El fiscal general del Estado, José Manuel Maza, y la jueza Carmen Lamela seguirán en su cruzada personal contra el independentismo, en nombre del estado de derecho, con el permiso cómplice de Rajoy y su gobierno mientras el camino se queda libre para que empiece a dentelladas entre los amigos de antes la campaña electoral.

Quien crea que ese camino ya está limpio del polvo y la paja de estos meses atrás se equivoca de cabo a rabo. Hasta el 21 de diciembre próximo no pararán de pasar cosas. Ahora mismo, la jueza Lamela ha ordenado prisión para Oriol Junqueras y otros exconsellers del gobierno catalán. Y aunque sé que es mezclar churras con merinas (o tal vez no tanto) hay otro detalle que también se ancla en mi torpe cabeza: por qué esa necesidad de meter urgentemente en la cárcel a independentistas catalanes mientras siguen a sus anchas, felices y contentos, gentuza como Rato, Urdangarín, Ana Mato y toda la tropa -sin olvidar desde luego a la valenciana del PP- que ha arruinado este país para llenar sus cajas fuertes con nuestros dineros.

Pero claro, seguramente para Rajoy y sus colegas de coalición en este proceso con tantas rasgaduras lo de exigir la firme y rápida actuación de la justicia contra los chorizos no forma parte del estado de derecho. A lo mejor es eso. A lo mejor.

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