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El desmerengamiento y las ruinas

José Manuel Rambla

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El futuro se nos ha hecho añicos, como los amores primeros, los sueños olvidados de los borrachos o los platos rotos que nunca rompimos y que no paran de hacernos pagar. Por eso no han podido estar más afortunados los promotores de esta peculiar iniciativa, “Ruinas del futuro”, con la que pretenden llamar la atención sobre la masificación y los barracones que sufren los alumnos de centro 103 de Valencia, precariamente ubicados a pocos metros de la Ciutat de les Arts y les Ciencies: una muestra con restos del trencadís caído de Calatrava, expuestos para ser subastados para recaudar fondos para aquella comunidad escolar.

Fidel Castro acuñó el término “desmerengamiento” para concretar en una sola palabra la debacle de la Unión Soviética, sin duda una de sus mayores aportaciones al pensamiento político del último “fin de siècle”. Hoy, pasadas más de tres décadas desde entonces, somos nosotros quienes vivimos nuestro propio desmerengamiento, en el que los trencadis arruinados del afamado arquitecto valenciano parecen ser esps pequeños cristales de azúcar responsables del empalagamiento en este inmaculado dulce de claras de huevo que se derrite inevitablemente hasta pringarnos hasta la mirada. Con ellos se va hecho añicos aquel futuro que nos aseguraron que ya era un presente luminoso, pero que al final resultó un mediocre pasado pluscuamperfecto de codicias, especulaciones, corrupción y fuegos artificiales sin estallar.

Futuro arruinado, como el que también hemos podido ver en la hagiografía de los telediarios a propósito de la muerte de Adolfo Suarez. Memoria pulverizada del hombre sumido en su olvido. Agonía amnésica de un sistema surgido de la Transición y hoy hecho trencadís precipitado, chorritón de merengue ávido de una figura heroica, aunque sea de rancio mazapán, capaz de recuperar los ecos de aquella leyenda que nos hablaba de un tiempo en que la libertad fue graciosamente concedida a los lacayos por un rey y un duque. Una bonita historia en papel cuché de la, por ineludibles cuestiones estéticas, que fueron oportunamente borrados los muertos, como hoy pretenden borrar a los todavía vivos que se manifiestan por las calles reclamando una anacrónica dignidad incompatible con las ineludibles exigencias del mercado.

Un cuento de hadas hechas una ruina tras las últimas exigencias de la troika a los cansados habitantes de estas tierras del Nunca Jamás. Demasiado infantil para esta vejez del ánimo que nos ha caído de golpe. Demasiado burdo el intento de volver a repetirnos la historia interminable con el cuerpo todavía caliente y respirando del presentido difunto. Una leyenda demasiado gastada de monarca pérfido pero campechano, de duque ambicioso y visionario. Un relata de intrigas donde hasta no faltaban personajes invitados de lejanas clandestinidades y pelucas subversivas, encargados de dar verosimilitud a la farsa, o pescadores con gracejo sevillano siempre a punto para las aguas revueltas.

Un guion atado y bien atado que reservaba para las multitudes el placentero limbo de las ausencias, los cadáveres en las cunetas. O la estupidez del sacrificio sobreactuado de la tortura, la cárcel, el garrote o el tiro de gracia. Peligrosos y temerarios que no sabían que donde hay un duque y un rey, sobran las muchedumbres. Para ellas solo quedan los fondos de las tabernas, las charangas y verbenas, o las páginas de sucesos.

Estos días hemos visto como el empalagoso almíbar de los obituarios intentaba en vano poner diques al desmerengamiento que nos anega. Una empresa imposible para este fin de ciclo de lo que se nos auguró como autocomplaciente futuro democrático y se nos presenta sin tapujos como una montaña de trencadís desconchados del alicatado chapucero de nuestra historia, sin posibilidad de hacer con ellos ni exposiciones ni subastas.

Por eso también se ha convertido en urgente el volver a explicarle a la gente mundana cuál es su sitio: la reclusión resignada de las mayorías silenciosas o los negros titulares de las páginas de sucesos. La contundente pedagogía de los uniformes se encarga de aclarar cualquier duda existencial. Al menos mientras encuentran otro duque y otro joven rey consigan rescatarnos de este lodazal de merengue arruinado, para hacernos creer por un momento que volvemos a vivir en un bonito cuento impreso en papel cuché.

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