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¿Somos lo que somos o lo que nos dicen que seamos?

Javier Caro

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El mundo del rock en Valencia vive momentos de duelo, y no porque cada vez es más difícil tocar en un garito sin que te cobren por ello o por la desafección de los medios de comunicación, sino por la muerte de Mario Scasso. Quizás no todo el mundo le conozca, y es normal, él se movía por ambientes de rock y libertad, lugares por donde mucha gente no transita. Mario fotografiaba a cualquiera que se subiera a un escenario, desde el más grande al más pequeño o novel. Desprejuiciaba el estatus y sólo valoraba el talento, el talento de hacer rock con el corazón.

Mario era un referente en cuanto a la fotografía de conciertos, en cuanto a luchar por un sonido que amaba. Era un hombre peculiar, tal vez si alguien ha ido alguna vez a los bares de rock de la ciudad lo haya conocido a través de su coche, pues en su chapa estaban dibujados los nombres y logos de las bandas más importantes del mundo. Era carismático, pues vivía y vestía como le daba la gana, en un acto de personalidad enorme. Sus “pintas” de abuelo del rock conseguían las miradas de todos, ¿cómo iba a pasar una persona mayor desapercibida con una chupa en una ciudad de Lacoste?. Los que amamos el rock venerábamos su forma de vestir y su valentía en una ciudad de modernos indómitos. Un hombre mayor fiel a su modo de vivir y de vestir, era algo increíble, pero que en otros lugares donde el rock es un género musical más, sería algo normal. ¿Acaso alguien no puede ser heavy, rocker o rapero durante toda su vida?, debemos elegir entre lo que “somos” y lo que “deberíamos” que ser. Los que cortaron sus cabellos para un trabajo o para conquistar a una chica, veían en él un espíritu vivo, ágil, que se movía con garbo, con el orgullo de vestir y ser como le daba la gana. Y ahora ha fallecido, y tal vez todo el mundo que lo conociera, incluso de vista como yo, hayan esbozado una mueca de tristeza.

Es difícil vivir como se quiere, sin grandes aspavientos pero con las ideas claras y la dignidad en ristre. Cuántos habrán pasado de llevar la ropa que deseen por la calle, víctimas de los roles sociales, cuántos habrán ocultado sus gustos, sus inclinaciones políticas o sus tendencias sexuales por no ser pasto de las críticas, o por no sentirse fuera del círculo marcado por la sociedad. A veces me pregunto, con algo de rabia, qué nos haría diferentes y únicos si todos votásemos al mismo partido, escucháramos a Enrique Iglesias o fuéramos adoctrinados en el músculo y la apariencia desde un gimnasio. ¿Dónde estaría la variabilidad de la especie humana?.

Aunque en el fondo sí que somos diferentes, distintos, tenemos ideas equivocadas o acertadas, pero al menos nuestras, aunque claro, somos débiles ante el influjo de los demás, no reparamos en la personalidad como algo importante, como algo singular. El mundo nos encorseta en unos perfiles que tal vez no seamos, en ellos nos desenvolvemos de un modo apático, añoramos con desgana la libertad de ser quiénes queremos ser, pero con tanto maquillaje y peluca, al final olvidamos quiénes somos. Si se piensa bien es una lobotomía, extirpar la originalidad, los colores y la creatividad por grises. Todo iguales, sacados de una cadena de montaje, con ideas similares, dibujadas por medios de comunicación y escuelas alienantes con vestimentas acordes a nuestros estatus sociales, a los roles que la sociedad no ha implantando. El heavy, el hippy o el perroflauta, son elementos disgregantes, extraídos de la cadena genética de los hombres y mujeres diseñados para ser respetados y para dirigir nuestros porvenires.

La idea divergente, la que hable de cuestiones que no emboten el cerebro o hagan pensar, son apartados, alejados del hilo musical de las conversaciones lineales, copiadas unas de otras, repetidas hasta la saciedad. Vivir como se quiere es una locura a veces, pues eso mismo es lo que dirán los bienpensados, los defensores de la tradición, de lo que está bien per se. Los locos que llevan greñas y hacen los cuernos, cosas de adolescencia o un paso hacia la adultez. Son frases carentes de sentido, argumentos sostenidos con pinzas, juegos de palabras y sobre todo, ideas pobres de la personalidad de la gente.

Mario ha muerto y ha llevado su identidad hasta el final, amando el rock y la fotografía, muchos morirán siendo lo que otros quieran que sean, y perdiendo en cada suspiro un poco de ellos.

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