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El dramaturgo Chema Cardeña sienta a tres fascistas a su mesa por Navidad

Un momento de 'La gran cena'.

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31 de diciembre de 1943. El Comandantísimo Fango y su señora, María Concha, tienen a bien organizar una cena de fin de año en el palacio del Páramo de Mandrilia, capital de Vandalia. Han invitado a sumarse a la efeméride al canciller de Teutonia, Gandolfo Hider, y a su amante, Helga Bron, así como al mariscal de Etruria, Bruno Montalvini, y a su esposa, Bianca Pettani. La idea es darles a conocer la muy española tradición de despedir el año tomando las uvas y, de paso, disfrutar de una cena sin polarización en un momento en que una guerra mundial sacude Europa. Este es el punto de partida de La gran cena, una propuesta con mimbres chaplinescos y lubitschianos con la que la compañía Arden y la Sala Russafa quieren celebrar las Navidades y que podrá verse del 18 de diciembre al 25 de enero.

Escrita por el dramaturgo Chema Cardeña, La gran cena promete no dejar títere con cabeza, con el telón de fondo del ascenso de la ultraderecha en todo el mundo y una cita, la de Fin de Año, en la que cualquier comentario desafortunado puede transformar una velada entre amigos y familiares en el rosario de la aurora. Así ocurrirá con los tres protagonistas de la obra, unidos por el fascismo en una época en la que se cancelaba a los otros. Entre copichuela y canapé, los ánimos se van calentando y cualquier minucia puede desencadenar la tragedia. Por cierto, ¿de quién fue la idea de invitar a un vegano como Hider a cenar sopa de criadillas?

Testigo de este acontecimiento histórico es el pianista y cantante Gilberto Aubán (el poliédrico Gilbertástico), encargado de dar solemnidad musical al encuentro —aunque preferiría estar en cualquier otro lugar del mundo— y para quien cabe desde el clásico de Irving Berlin Cheek to Cheek hasta El relicario de José Padilla, pasando por Shania Twain o Camela. El resto del elenco lo conforman Darío Torrent, Raquel Ortells, Jaime Vicedo, Rosa López, Vicent Pastor e Iolanda Muñoz.

Una distopía del pasado

Según explica el autor y director de la obra, el punto de partida es imaginar cómo podría haber sido ese final de año de 1943. “Pero esa cena de celebración, seguramente, no se diferencia demasiado de lo que ocurre hoy día, entre bambalinas, en ciertos encuentros internacionales de alto nivel”.

“Las cenas, comidas y reuniones de Navidad las carga el diablo —añade Cardeña—. Yo creo que estas fiestas sacan lo mejor y también lo peor de cada uno. El año se acaba y todo lo que nos ha molestado de los demás surge. Y, a veces, acompañados del alcohol, la lengua no se frena. Rencores, deudas y malentendidos salen a flote. Así que es mejor tener un perfil bajo y pasarlo lo antes posible”.

Quizá el último recurso que nos queda es reírnos de ellos y cruzar los dedos para que nunca podamos ni siquiera imaginar que tipos como estos puedan volver a dirigir los pasos de una nación

Ahora, por lo visto, no se puede hablar de nada, pero entonces ancha era Castilla. “En 1943, en España, tú podías hablar de lo que quisieras si eras leal al régimen y compartías sus principios. Si no, el silencio era lo más prudente, porque hasta dentro de las familias había personas que podían delatarte. En nuestra obra todos comparten ideología y pensamiento; por lo tanto, las discusiones van en otra dirección: a ver quién es más totalitario y radical”, apunta.

Lo que para unos es una pesadilla —tres dictadores repartiéndose Europa— es, para otros, un sueño húmedo. Para el director, “quizá el último recurso que nos queda es reírnos de ellos y cruzar los dedos para que nunca podamos ni siquiera imaginar que tipos como estos puedan volver a dirigir los pasos de una nación. La obra es una especie de conjuro para alejar los deseos de algunos inconscientes, que no son capaces de calibrar lo que supondría el regreso del fascismo”.

¿Y qué pasaría si, dentro de 50 años, le pidieran a Cardeña una actualización de La gran cena? ¿A quién invitaría? “Dentro de 50 años utilizaría personajes de nuestro momento que encajarían muy bien en un esperpento teatral. Por ejemplo, Trump, Milei, Orbán, Ayuso, Meloni o el infame Netanyahu. Todos y todas han cometido los mismos crímenes y las mismas corruptelas para llegar al poder. El pueblo al final lo acaba viendo, aunque a veces ya sea demasiado tarde…”, concluye.

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