Investidura, gatillazo y elecciones
La experiencia de publicar esta columna quincenal está siendo muy grata pero me ha hecho descubrir la angustia de la fecha de entrega. Viernes sí, viernes no, los lectores de eldiariocv.es encuentran mi foto junto a un texto que, cada vez de manera más frecuente, he redactado apenas unas horas antes. Mi problema no es la hoja en blanco, pues soy de los que escribe prácticamente de un tirón, sino de concepto. ¿Qué tengo yo que decir, que no hayan dicho ya otros y sea mínimamente interesante? me pregunto en la ducha matinal, único momento de introspección durante la jornada. Lunes, martes, miércoles... demasiadas veces llega el jueves y sigo tan seco de ideas que temo mi primer “gatillazo” periodístico.
Así estoy hoy, entrada ya la madrugada del fatídico viernes. Se me ocurren mil cosas que decir, graciosas incluso, sobre la “organización criminal” del PPCV y los personajes que nos ha dejado para la posteridad: Rita, Camps, Rus, Benavent, Serafín, Blasco, Cotino... Hay material para varias temporadas de un Polònia valenciano, mil bromas de El Intermedio, un libro de mi colega Moreno y dos o tres docenas de sumarios judiciales. Sin embargo, la vanidad me impide recurrir a lo fácil -no todo va a ser corrupción, ya escribiré sobre eso cuando vaya al juicio de Nóos o levanten el secreto de sumario de Taula, no quiero encasillarme...- al tiempo que me impone una autoexigencia que no sé si podré superar esta vez. Necesito encontrar un asunto de interés y un enfoque propio.
Empezaré por lo primero: el tema. Esta semana no puede ser otro que la frustrada investidura de Pedro Sánchez, que culminará hoy mismo con su rechazo en la segunda votación del pleno del Congreso. Han pasado ya dos meses y medio del 20D y no hay visos de que vaya a resolverse el endemoniado sudoku que dibujaron las urnas con la tinta indeleble de la ley electoral. Si nadie consigue un acuerdo de mayoría habrá repetición de elecciones, lo que -se supone- no quiere ningún partido y tampoco garantiza el desbloqueo de la situación. El gobierno actual podría mantenerse en funciones más de siete meses, en una parálisis institucional inédita en nuestra historia.
Vale, el tema está claro pero ¿cómo lo enfoco? Sinceramente, estoy hecho un lío. En términos de prospectiva, cada día -o cada rato- pienso una cosa distinta: ahora estoy seguro de que vamos irremediablemente a las urnas, ahora convencido de que finalmente habrá acuerdo porque los partidos no pueden permitirse lo contrario. En cuanto al resultado de una nueva convocatoria electoral, tan pronto veo un sorpasso de Podemos y las confluencias -espero que con IU - como un voto de confianza al presidenciable Sánchez y a su socio Rivera, siguiendo la prescripción de editorialistas y tertulianos. Y, en cualquier caso, sigo temiendo que el pueblo soberano se fustigue -“vivan las cadenas”- con cuatro años más del PP, con o sin Rajoy.
Lo único que tengo claro es que sólo hay dos opciones: un pacto de derechas o un pacto de izquierdas, con los matices y etiquetas que cada uno le quiera poner. Atrás quedan los discursos ambiguos de la “nueva política”, como pudimos comprobar en las intervenciones del primer debate. Me gustó -como siempre- Alberto Garzón, certero al señalar la incompatibilidad radical entre un programa económico pactado con la derecha y la agenda social ofrecida a la izquierda. Flipé con Pablo Iglesias, que sacó el rojazo que lleva dentro en un discurso duro y vibrante que soliviantó a las señorías del PSOE. Y fue oportuno Baldoví recordando que la compensación de la deuda histórica valenciana es una cuestión básica de justicia. Tienen razón los tres cuando afirman que 161 escaños son más que 130 y la única opción coherente para ellos es un “acuerdo a cuatro” que represente a los más de 11 millones de personas que quieren un gobierno de izquierdas. Pero quien debe elegir es Sánchez y de momento ha preferido consolidar su posición interna en el PSOE plegándose a las tutelas felipistas al intentar repetir su fórmula magistral: un socio de derechas -en 1993 CiU, en 2016 CiUdadanos- y “la pinza” como mantra acusador. La diferencia es que ahora el pacto no suma y la excusa no cuela.
Veremos qué sucede a partir del lunes y durante dos meses que se nos van a hacer eternos. Como me ha pasado a mí con este artículo, quizá el candidato Sánchez se dé cuenta a última hora de que a la investidura no puede llegar por el camino fácil –el comodín de Rivera- sino por alguna de las tortuosas bifurcaciones que se le ofrecen a izquierda y derecha. O pacta con Podemos, Compromís e IU-UP, con las complicaciones políticas y aritméticas que eso implica, o se rinde a las presiones de los poderes fácticos para una gran coalición. Por experiencia le digo que cuánto más tarde en ponerse, más difícil le resultará evitar el gatillazo (y las elecciones en junio).