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CV Opinión cintillo

Reproducir la foto de Colón

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El éxito del adelanto electoral de Isabel Díaz Ayuso ha derivado en una suerte de euforia colectiva de los populares valencianos, que se ven capaces de conquistar la Generalitat Valenciana. En los pasillos y mentideros hay cierto empeño en hacer paralelismos entre la estrategia madrileña y la valenciana, en dibujar un nuevo discurso del PP más populista, si es que alguna vez se abandonó.

Resulta complejo afirmar con certeza si el el neopopulismo de los dirigentes del PP, de bocata, birra, bares y bailes, es nuevo -trumpismo lo llaman algunos- o es heredero del que en su día realizaron Francisco Camps y Rita Barberá en los años dorados del PP valenciano, un dorado que se descorchaba a medida que pasaba por los tribunales, o si es la derecha valenciana quién busca imitar a la presidenta madrileña para remontar su caída de los últimos años. Pero sí queda claro que, tras el batacazo en las recientes catalanas, los del charrán buscan subirse a la ola, sumarse a la fiesta de la tan reiterada libertad.

El nuevo PP que encabeza Carlos Mazón, presidente de la Diputación de Alicante e hijo político del zaplanismo se asemeja al partido de siempre; en sus formas y en su fondo. El dirigente, arropado por la dirección de Pablo Casado -tanto que celebró su reciente victoria en las primarias en un chiringuito en Formentera con el número dos nacional-, ha puesto en marcha su campaña de “recuperación” de la Comunitat Valenciana haciendo oposición desde Alicante a las medidas del Gobierno del Botánic, pero también a las del central, ligando las políticas de Ximo Puig con las de Pedro Sánchez.

Los populares valencianos vuelven a agitar las banderas que mantienen sus filas exaltadas: agua, lengua, libertad. Libertad para bajar los impuestos a las clases altas y empobrecer al conjunto del país, en un momento en el que el Estado necesita más músculo que nunca para salir de la crisis; libertad para desterrar la lengua cooficial del País Valenciano ante una supuesta imposición, que cuenta con la complicidad de tertulianos y escritores con una visión supremacista de la lengua -y con postulados difícilmente entendibles para los considerados intelectuales, despreciando el aprendizaje, como si el conocimiento fuera un obstáculo y no riqueza-; la libertad de los regantes que reclaman recursos hídricos que son imposibles de asumir en un contexto de cambio climático, en lugar de pensar en estrategias de adaptación; la libertad de la tauromaquia o de los bares abiertos sin límite para el cliente, pero con penalización para el trabajador, en forma de salario irrisorio porque, ay, la libertad del empresario de pagar una miseria.

El ya de facto presidente del PP valenciano ha iniciado una campaña contra unos indultos que aún no se han producido, siguiendo la línea de la polarización a la que su formación se aferra desde hace décadas. Cuando el Gobierno central está a punto de poner fin a uno de los episodios más tensos de la política nacional, la ruptura de una autonomía con el Estado -herida que tardará en cicatrizar-, ruptura que se dio aprovechando la parálisis y debilidad de un presidente-bolso que optó por ser objeto pasivo, testigo, y no actor hasta que el conflicto estalló en la calle; justo cuando los pasos se dan en otra dirección, el principal partido de la oposición decide poner la palanca de freno y boicotear, de nuevo, el camino a la normalidad democrática.

Ahora que Cataluña da muestras de querer volver a sentarse a la mesa la respuesta de la derecha, desde la que aún se quiere llamar de centro hasta la más extrema, es agitar las banderas nacionales, tapando todo lo demás. Es España por encima de todo, pero una España que se circunscribe a un área concreta, a Madrid y las Castillas, que ha elegido cuatro símbolos y no entiende su propia complejidad, que se pierde al bajar de la meseta.

La estrategia de la confrontación resulta útil porque el ruido lo empaña todo; empaña hasta la ausencia de un proyecto para un país que afronta una gran crisis. No oímos hablar al PP, a Ciudadanos ni a los de las siglas verdes de unos presupuestos alternativos, de medidas sanitarias coherentes, de un plan de recuperación ni de un proyecto de país que no nos suene a telediario en blanco y negro, a píxeles y rayajos en pantallas obsoletas. Su proyecto sigue siendo la defensa de las élites y el nepotismo con una visión patrimonial de la política y el Estado, pero no pueden permitir que se note demasiado.

Los populares son aprendices en el cultivo de la neolengua, con estrategias tan simples como obscenas. Este martes, colocaban en su sede un cartel que reza “por la convivencia y la concordia dentro del Estado de Derecho” en una campaña que busca dinamitar el primer intento en años de mantener la convivencia en el Estado de Derecho. Mazón ha trasladado la protesta de Madrid, la segunda toma de la foto de Colón, a la ciudad de Alicante con una propuesta de convocatoria este domingo y mociones contra los indultos en el Parlamento Valenciano y en los ayuntamientos.

Este jueves, en la sesión de control, el president Ximo Puig, de los pocos barones socialistas que apoyan a Pedro Sánchez en la vuelta al diálogo, dará su opinión sobre los indultos a preguntas de Ciudadanos, que sigue en su afán suicida, un circo al que previsiblemente se sumen PP y Vox, que han registrado iniciativas similares con las que agitar, un poco más si cabe, la vida política.

El viernes, en la comisión de Cultura, los populares llevarán su primera iniciativa con la extrema derecha a debate a parlamento valenciano, saltando a la comba con el cordón democrático que plantean el resto de formaciones. Defenderán igualar la tauromaquia a las actividades culturales para optar a subvenciones y garantizar “la libertad, el derecho y la seguridad” de los asistentes a los festejos taurinos. Libertad, convivencia, democracia, son palabras que no significan nada si las deformas lo suficiente, si vuelcas su contenido en cualquier cajón. Cabe esperar que unos días después emane un chorreo de artículos sobre la polarización, los tensos debates, la desafección política.

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