Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

Trance en la piscina (infierno y gloria)

Piscina municipal de Benicalap.

0

Óliver Laxe filma una película en el desierto, ambientada en el Atlas marroquí, y la gente se vuelve loca. Gente que admiro y cuyo criterio estético respeto profundamente subraya extasiada la calidad de las imágenes, la potencia de la historia. La capacidad trascendente de la película. Y a mí que me entró la risa. Porque soy una cínica descreída o porque la película es en realidad una tontería. No lo sé. Pero he vivido experiencias bastante próximas a lo que aparece en Sirât y no, no en un festival. De hecho, experimento cada vez con mayor frecuencia esos viajes sensoriales, según el verano aprieta con más fuerza y debo buscar planes con agua. Por circunstancias que ahora no vienen al caso, antes había varios chalets de amigos (con piscina) donde ir con mi numerosa prole, pero me quedé sin opciones el año pasado. Así que entré en el fascinante mundo de las piscinas públicas. Qué clasista suena, ¿verdad? Lo clasista es no haber pisado una en tu vida.

Es viajar a la dimensión desconocida. En Valencia tenemos playa, ciertamente. Pero al cuarto o quinto día de quitar arena en el coche y en la ducha, de barrer arena, de sacudir sábanas con arena, decides que se acabó, que vas a abrazar el espíritu del verano más extremo: vamos a pasar el día entero en la piscina de Benicalap. En tu mente te trasladas a Carabanchel alto, con Manolito Gafotas, y preparas una enorme bolsa de piscina con toallas, manguitos, juguetes, papas, comida para todos y neverita: allá que te vas. Normalmente hay cola, pues crece la popularidad de estas piscinas debido a sus precios asequibles. Llegas: casi no hay sitio en los escasos centímetros de sombra para colocar tus toallas. La música está alta y se reparte crema solar por doquier. Los padres vagamos por la piscina pequeña como almas en pena; el agua nos llega a la altura de las rodillas, pero tampoco vas a sentarte en el suelo para estar sumergido. Tratamos de no perder de vista a los niños en una piscina rebosante de actividades chiquititas y coloristas: tobogancitos, animales de plástico donde subirse, túneles de chorritos. Un cubo gigante, suspendido en lo alto, que se vuelca cada cierto tiempo sobre los bañistas animados, que gritan y levantan sus brazos.

Los padres vagamos por la piscina pequeña como almas en pena; el agua nos llega a la altura de las rodillas, pero tampoco vas a sentarte en el suelo para estar sumergido

De vez en cuando, alcanzas la toalla, como un náufrago. Te has llevado un libro, pero acabas mareada por el calor; no lees ni una frase completa, después de abrirlo y cerrarlo veinte veces. Métete, mamá. Vamos a cambiar de piscina. Hínchame los manguitos. ¿Hemos traído mi coche de carreras? Cuerpos y más cuerpos, carne tatuada tostándose al sol. Coméis algo apretados en una toalla, las mesas están todas ocupadas. La música sigue sonando atronadora y esporádicamente aparece una animadora que da brincos al borde de la piscina. Te dicen tus hijas que esta es la música que escuchan sus compañeros de clase. A-tún-con-pan, a-tún-con-pan, a-tún-con-pan. Es un viaje sideral. No hay tiempo de reposo para la siesta, aquí, ni miedo a los cortes de digestión. Miras de tanto en tanto el móvil como pidiendo la hora. Pones cremas de nuevo (¿es el equivalente a drogarse en un festival?). Tus hijas mayores se tiran una y otra vez por la tirolina y los toboganes, tratan de enseñar a los pequeños a nadar. “Es la escuela de tiburones”, les dicen.

Sonríes atontada, el calor no afloja ni un grado, pero los niños están disfrutando tanto. Milagro, suenan los silbatos: evacúan las diferentes piscinas. Cinco minutos, gritan los socorristas. Los más vivarachos apuran los restos de su mojito en un vaso de plástico del chiringuito. Has sobrevivido, un día más de verano, a la piscina de Benicalap. Para redondear la experiencia, compras una caja de conos de nata y chocolate en el Chárter vecino y os los tomáis en un parque que tiene dos bancos, uno de ellos roto. Pasa un gato. Estáis quemados, estáis cansados, estáis felices. Como si hubierais estado todo el día, en trance, bailando en el desierto.

[Existe un puente llamado Sirât (la piscina de Benicalap) que une infierno y paraíso. Se advierte al que lo cruza que su paso es más estrecho que una hebra de cabello, más afilado que una espada.]

Etiquetas
stats