Responsabilidad difusa
“El infierno debe ser un lugar donde te encierran con tus consecuencias y te obligan a lidiar con ellas”, escribe Laura Restrepo. Una cosa tiene la ficción que no tiene la vida y es que presenta finales y principios, fábulas complejas o simples, abiertas o cerradas, pero siempre contenidas entre una primera frase y una última. Las historias, algunas historias, nos dan cierta ilusión de control: esto empieza así, sucede algo, concluye de tal o cual manera. Pero la vida, qué terca, se empeña en prolongarse después de lo que debía haber sido el punto final y en agarrarse a historias que poco tienen que ver, en principio, con uno mismo. Y de este modo es muy difícil establecer responsabilidades claras.
Por ello se entiende el éxito del tópico barroco que asocia la cuna y el sepulcro, las mantillas con la mortaja, pues remite precisamente a la necesidad de delimitar el arco de una vida, de hacerla asumible. Claro está, con el ánimo encomiable de detectar los nexos causales y deducir la moralidad de una historia o de una vida. De eso se trata casi siempre. Y mucho más cuando hablamos no de una ficción, sino de una tragedia como la que ocupa un porcentaje no pequeño de las páginas de este periódico. Ya lo saben, dimitieron a Mazón; es posible que no pague penalmente, pero es un cadáver político. O casi. Tras la publicación de los mensajes de Pradas, los familiares de las víctimas presionan para que se le reclame el acta de diputado. En muchas ocasiones, ya nos lo enseñaba la navaja de Ockham, la solución más sencilla es la correcta: estaba informado, quería comer con Vilaplana, se negaba a confinar una provincia. Vale, ¿y qué más? ¿Ahí acaba todo?
En las tragedias, en las ficciones serias quiero decir, la responsabilidad no es nunca de un solo personaje. Aunque la fábula empiece en el verso primero y acabe en el 3000, digamos, siempre hay una prehistoria que explica por qué hemos llegado hasta ahí. En La vida es sueño, por ejemplo, se concatenan los hechos hasta dar con Segismundo encerrado en una torre al principio de la obra. Así lo explica Basilio: hubo presagios en el cielo, la madre del príncipe murió en el parto, … El rey de Polonia reconoce y niega a un tiempo: admite ante la corte que tiene un sucesor legítimo, pero desdibuja su responsabilidad en la toma de decisiones. Y eso mismo hace después Segismundo cuando, liberado del encierro, se comporta como un tirano, un compuesto de hombre y fiera.
Lo que trato de expresar es que incluso la fábula teatral excede a las acciones mostradas en escena. Como espectadores, solemos juzgar lo que tenemos delante y, a partir de ahí, elaboramos nuestro veredicto. Otras veces, nos quedamos cavilando, al cerrarse el telón, y hacemos predicciones: ¿se convertirá el nuevo rey en un tirano que invoque la razón de Estado para gobernar a su arbitrio? En el centro de La vida es sueño, Segismundo advierte que “en este mundo, en conclusión, / todos sueñan lo que son, / aunque ninguno lo entiende”. Resuena especialmente ahora el momento en que describe cómo sueña el rey que es rey y hasta qué punto “este aplauso, que recibe / prestado, en el viento escribe”. Que las apariencias sean solo eso, vanidad de vanidades, no exime a los personajes de responder por sus actos. Esta concepción de la tragedia se opone a la de los clásicos griegos, para los cuales el hado (lo fatal) difuminaba las responsabilidades: cada cual se abismaba de forma irremediable en su destino.
No podemos creer en la responsabilidad difusa, la teoría que asegura que lo fatal iba a producirse en cualquier caso y que la cadena trágica debía conducir, sí o sí, al tremendo desenlace del 29 de octubre pasado
Parece que se va muriendo el personaje del antiguo president; el patio de mosqueteros (al que Lope de Vega llamaba “senado”, never forget) abuchea el desenlace de la historia o critica la versión de lo que ha visto en función de muchos factores: estético, emocional, teórico, moral… En los tribunales, sin embargo, se debería esclarecer la verdad judicial que, en el caso que nos ocupa, consiste en demostrar el nexo causal de la terrible negligencia. No podemos creer en la responsabilidad difusa, la teoría que asegura que lo fatal iba a producirse en cualquier caso y que la cadena trágica debía conducir, sí o sí, al tremendo desenlace del 29 de octubre pasado. Como si todavía creyéramos en el hado. No, claro que no: la responsabilidad no es difusa, pero es probable que haya más de uno al que señalar.
0