La última frase
A qué suena una última frase. A qué quiere sonar este final previo al silencio que siempre trae agosto. En 1933, Lorca dio una conferencia en Buenos Aires en la que anticipó un concepto que se impondría después en ciertas corrientes historiográficas: la idea de paisaje sonoro. Tituló esa charla “Cómo canta una ciudad de noviembre a noviembre”. En ella, describe Granada exclusivamente a través de sus sonidos: recorre con el sentido del oído las cuatro estaciones (de noviembre a noviembre) de su ciudad; así, pinta el murmullo de sus aguas, de sus gentes, de sus campanarios. Las canciones que suenan en las calles. Al descubrir ese trabajo tan delicado, pensé que podría describir cómo canta Valencia en agosto (pues no permanece muda), pero me salió algo desinflado, un tanto gentrificado: camiones de basura en la madrugada insomne, ruedecitas de los trolleys de los turistas, el crujido de una cucaracha bajo una chancleta (crac), los bafles de los conciertos en distintos puntos de la ciudad. El eco de los diálogos antiguos de una película francesa o italiana en un cine de verano. Todo un poco previsible, deprimente, topicazzo. Así que decidí quedarme con ustedes en el librito que da título a este artículo. Se trata de La última frase, de Camila Cañeque, publicado en 2024 por La uÑa RoTa. Va por su tercera edición. Aunque hizo bastante ruido cultural el año pasado y ganó el Premio Zenda Ópera prima, tal vez ustedes no lo conozcan y quieran venirse un rato conmigo a un lugar interesante.
Me topé con el primer (y último libro) de Cañeque de casualidad y llevo un año queriendo meterle mano. Para empezar, La última frase tiene un diseño poco convencional; es decir, parece que lo estemos abriendo mal, por la contraportada (que presenta su sinopsis, ISBN, código de barras). En su día se llevó no pocas reseñas elogiosas y este año el honor de haber sido incluido en el peculiar Canon de cámara oscura donde Enrique Vila-Matas elabora una selección de 70 títulos no (tan) canónicos. Cañeque, por cierto, jamás lo sabrá, pues ni siquiera llegó a ver su ensayo publicado: falleció súbitamente a los 39 años. Se supone que las circunstancias personales de los escritores nunca debieran afectar a la recepción de su obra. Es lo que se llama la autonomía del objeto artístico y te lo enseñan en primero de lo que sea. Pero, aunque queramos jugar a eso, cuando la personalidad del artista desborda, resulta imposible separarlos. En fin, que parece oportuno recordar que Cañeque fue una artista en sentido amplio, que alcanzó cierto prestigio por algunas performances en las que reflejaba el agotamiento cultural, personal. Este aparece como motivo central de unas obras que suelen girar en torno a la siesta, el descanso, la espera... o el final.
¿De dónde le viene esta fijación por los finales? Según la autora, porque todo lo vivo se dirige inexorablemente hacia la muerte pero, a la vez, su final es lo que posibilita su existencia. Necesitamos el final para que haya relato. Amén. [1] Sabemos que la primera frase de cualquier novela está llena de promesas y las hay memorables: “Es el anzuelo que quiere ser mordido”, dice Cañeque. Ciertos míticos principios [2] han pasado a la memoria colectiva y son perfectamente reconocibles. Pero nuestra autora se centra sólo en las últimas frases hasta recopilar 452 ejemplares de sus “pequeñas criaturas apocalípticas”. Es un libro bastante loco, aunque intente parecer razonable. La sorpresa puede llegar, si no antes, cuando una escanea el QR que hay al final del libro: se abren, de golpe, las 452 frases seleccionadas en 452 pestañitas. La longitud de las frases varía considerablemente, pues no se recoge el desenlace de la trama sino “la última unidad gramatical antes de que el texto desaparezca por completo”. Este es pues el libro sobre una obsesión en forma de ensayo y juego literario. En teoría, no debemos mirar quiénes son los autores de las frases hasta las últimas páginas, a las que Cañeque remite mediante un sistema de notas para escapar del juego puramente erudito (no hay nada más erudito que un sistema de notas a pie de página). [3] Para mí fue imposible, porque muchas de estas frases son hermosas y chocantes. De esta manera, la autora proporciona con alegría las últimas frases que ha escogido sin detallar a priori su autoría, con la esperanza de que la sigamos en sus reflexiones y experiencias.
performance - camila cañeque from co on Vimeo.
El libro consiste en gran medida en el relato del proceso de composición del mismo: Cañeque cuenta que trató de experimentar con diferentes criterios para agrupar sus últimas frases. Primero, lo intentó por orden alfabético; luego, por autor; de forma cronológica y llegó incluso a dedicar un capítulo entero a las últimas frases que empiezan por Y... Y claudicó, se dejó llevar. Comparte con nosotros algunos tópicos de los finales: muchos son acuosos (porque o bien llueve o se llora o alguien bebe agua o se ducha), aunque también hay bastantes playas. Un clásico son las partidas o las llegadas; el paradigma es el regreso de Ulises, aunque tampoco es infrecuente que un personaje se lance a la aventura.[4] Hay muchas camas, en los finales, y muchas muertes. Aunque es un detalle que se citen todas las “estrellas” con las que se cierran el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso de la Comedia de Dante. Así, las últimas frases van apareciendo al hilo del ensayo. “Una noche”, relata Cañeque, “decidí desordenarlas y ponerlas a bailar”. Es decir, opta por colocar varios finales seguidos que, de alguna manera, conforman un microrrelato. Por ejemplo, “Estaba sentado allí y estaba temblando de recuerdos.[5] / Déjate ir.[6] / Yo cuidaré de ti.[7] / Nadie nos cuida, pero eso es lo que me decía”.[8]
Decía mi querido Cortázar que sólo se tarda dos años en aprender a hablar, pero sesenta en aprender a callar
Realmente, al desubicar estas frases de su contexto, consigue impactar al lector: “ESTO NO ES UNA SALIDA”.[9] ¿Pero qué manera es esta de acabar un libro, señores? Juega con cierres de novelas, de poemas o de ensayos: Cioran con Borges con Despentes con Goethe son purita posmodernidad. Pero el criterio para reunirlos funciona. Tampoco resulta tan sorprendente la frase que cierra Edipo Rey, pero qué empaque adquiere de este modo, separada del texto trágico: “Así que, siendo mortal, debes pensar con la consideración puesta siempre en el último día, y no juzgar feliz a nadie antes que llegue el término de su vida sin haber sufrido ninguna desgracia”. Pero no todo es drama, porque “Para nadie es irrelevante la paz”.[10] De hecho hay palabrotas (un final glorioso de Bolaño) y hay copas y bailes. [11] Lo que hay es sobre todo mucho amor por la maldita literatura, como reconoce Cañeque. Es café para los muy cafeteros: “La ficción nos ofrece la certeza de su propia muerte. Es la mayor fabricante de finales. Y la mejor”. Así, aunque el final aceche desde el principio, siempre deseamos prolongar el placer de leer (de escribir) un poquitito más: no queremos despedirnos de un personaje, que acabe la historia, cerrar el libro. Decía mi querido Cortázar que sólo se tarda dos años en aprender a hablar, pero sesenta en aprender a callar. [12] Qué raro aprender a callar, qué difícil. [13] En la vida, el final no implica necesariamente el silencio, pues puede establecerse como horizonte de posibilidad de lo nuevo. Del mismo modo, la última frase puede ir seguida de una primera frase. Es la duración del silencio en este impasse lo que genera angustia.
Y, como concluye Cañeque, “Aquí lo dejo. Con una última frase. Una más.Vale”. [14]
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[1] Última frase de La Santa Biblia. Cito como cita la autora: no disparen al pianista.
[2] “Llamadme Ismael” (Hermann Melville, Moby Dick), “El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar” (Gabriel García Márquez, Crónica de una muerte anunciada), etc. Añada aquí cada cual su principio favorito.
[3] Yo la llamé “mentirosilla” en mis anotaciones, porque hasta la página 91 no reconoce que su libro es también un tributo a la cita. ¡Acabáramos!
[4] Recuerdo el final de Mi año de descanso y relajación, de Ottessa Moshfegh: “Ahí está, una persona zambulléndose en lo desconocido, y lo hacía completamente despierta”. También le impactó a Leila Guerriero, de la que soy fan declarada.
[5] Jonas Mekas, Ningún lugar adonde ir.
[6] Patrick Modiano, En el café de la juventud perdida.
[7] Octavia Butler, Hija de sangre.
[8] Joan Didion, El año del pensamiento mágico.
[9] Bret Easton Ellis, American Psycho.
[10] Emmanuel Lévinas, Nuevas lecturas talmúdicas.
[13] “Y después se desata la tormenta de mierda”, Roberto Bolaño, Nocturno en Chile.
[12] “Silencio antes de nacer, silencio después de la muerte, la vida es puro ruido entre dos insondables silencios”, Isabel Allende, Paula.
[13] Vila-Matas encontró una rara avis: aquellos “escritores Bartleby” o artistas del no que, tras experimentar un éxito arrollador (¡o incluso fracasos!), prefirieron no seguir escribiendo.
[14] Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha.
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