Leo Bassi: “En Italia hubiera sido inconcebible un mausoleo a Mussolini como el de Franco en el Valle de los Caídos”
Cuando se observa a Leo Bassi de cerca, en un camerino de la madrileña sala Mirador, no cabe duda de su parecido físico con Benito Mussolini. Calvo, gordo, de voz ronca y profunda y muy gesticulante, a sus 67 años, uno de los cómicos más iconoclastas de la escena europea puede dar a la perfección la réplica del Duce. Pero cuando comienza a actuar, en medio de una escenografía fascista y solemne, en su monólogo Yo, Mussolini la actitud del espectador oscila entre la risa y el miedo. De eso se trata cuando Bassi afirma con rotundidad, en una charla con eldiario.es, que “el miedo de la gente es la base del fascismo y por ello el humor tiene la función de quitar ese miedo”. Perseguido en más de una ocasión por grupos de la extrema derecha y por la jerarquía católica, víctima de un atentado frustrado en el teatro Alfil de Madrid en 2006, sus espectáculos (La revelación, El último bufón…) arremeten sin concesiones contra todo tipo de autoritarismo. Yo Mussolini estará en cartel todos los fines de semana de noviembre.
Este hijo, nieto y bisnieto de artistas del teatro y del circo ha seguido con atención los avatares de la reciente exhumación del general Francisco Franco de su tumba en el Valle de los Caídos y califica esta medida de “algo serio y necesario que debería haberse realizado hace mucho tiempo”. Al comparar al dictador español con el italiano, que gobernó Italia con mano de hierro entre 1922 y 1945, Leo Bassi señala rotundo: “En Italia hubiera sido inconcebible un mausoleo a Mussolini como el de Franco en el Valle de los Caídos. Por otra parte, cabe recordar que unas 35.000 personas siguen en fosas en aquel monumento. Lo que me ha parecido más divertido de la exhumación han sido las negociaciones entre el Gobierno, la familia, el Vaticano… Ahora sí, ahora no, durante meses.
De todos modos, era un chiste que los nietos de Franco dijeran que la exhumación respondía a un acto dictatorial“. Al repasar la trayectoria de los dos dictadores, Bassi recuerda, en un castellano muy fluido salpicado de italianismos, que Mussolini no utilizó el catolicismo como base de su ideología y solamente se relacionó con el Vaticano por astucia política. ”Por el contrario“, añade, ”Franco se apoyó mucho en la Iglesia y en los caciques para lograr sus fines. Quizá las mayores similitudes entre Mussolini, Franco y Hitler, aparte del poder dictatorial, se hallarían en su obsesión por militarizar las sociedades, por someter a sus poblaciones a las reglas y la disciplina de un Ejército“.
Bassi observa con preocupación, como todos los demócratas europeos, el ascenso de un neofascismo en varios países, entre ellos Italia y España y lo atribuye al miedo ante las crisis, la inmigración o los movimientos sociales en auge como el feminismo. “Además”, explica, “tras la caída de la URSS y del comunismo la izquierda europea ha sido muy intelectual, pero ha olvidado factores viscerales y emocionales que movilizan a la gente. De otro lado, la izquierda no sabe cómo dirigirse hoy a las clases trabajadoras que ya no creen en una revolución económica y política. De hecho, los obreros pasan los domingos por la mañana en centros comerciales y por la tarde se quedan en casa a ver películas de Netflix. En definitiva, el fascismo ofrece soluciones falsas, pero fáciles de asimilar”. No olvida Bassi el papel que juegan los videojuegos de contenido militar y agresivo, como Call of duty, que acaparan la atención de millones de jóvenes y cita un dato que resulta estremecedor: el 80% de los jugadores de Call of duty en Estados Unidos votaron a Donald Trump.
Está convencido el cómico italiano, al que gusta definirse como bufón, de que el humor bien utilizado puede ser más corrosivo y desmitificador de los dictadores que un argumento dramático. Las referencias a películas como To be or not to be (Ernst Lubitsch, 1943) o El gran dictador (Charles Chaplin, 1940) figuran como magistrales símbolos de una narrativa contra Adolf Hitler y los horrores del nazismo. “Si el humor se emplea con profundidad”, comenta Bassi, “su poder es tremendo porque la risa implica una distancia de lo que estás viendo y te permite una mayor lucidez para analizar lo que está pasando. En cualquier caso, la comicidad puede ser reaccionaria o liberadora, según cómo se utilice, y bastaría recordar los innumerables chistes sobre judíos en la Alemania nazi. Pero está claro que el humor que quita el miedo de la gente se convierte en un instrumento revolucionario”.
No muestra simpatía Leo Bassi por su colega Beppe Grillo, fundador del Movimiento 5 Estrellas (M5E), al que tacha de demagogo que se sirvió de su popularidad para llegar al poder. “Siempre tuve dudas sobre Grillo”, afirma, “y nunca me hizo reír. En ese sentido no me sorprendió que su movimiento se transformara en una organización política”. Para Bassi, sobrevive una cara negra de Italia que arranca en Mussolini y se prolonga en la mafia o en líderes como Silvio Berlusconi o Matteo Salvini. “Los italianos”, concluye, tenemos fama de simpáticos, de payasos, de vitalistas. Pero en el fondo de la sociedad italiana se esconde un fascio de la muerte. De hecho, Mussolini envió a la muerte a cientos de miles de italianos por el deseo de revivir el Imperio romano“. Lo dice un bufón que interpreta en escena al Duce.