Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
El PSOE convierte su Comité Federal en un acto de aclamación a Pedro Sánchez
Las generaciones sin 'colchón' inmobiliario ni ahorros
Opinión - El extraño regreso de unas manos muy sucias. Por Pere Rusiñol

Empezar el año a bordo del Open Arms para salvar 265 vidas: “Si no fuera por vosotros estaría muerto”

Primera embarcación rescatada con 169 personas

Guillem Trius

Porto Empedocle (Sicilia) —

14

En la sala de máquinas del Open Arms está todo listo para arrancar la 79 misión. Las revoluciones del motor de este remolcador de altura, perfectamente adaptado para realizar rescates, anuncian un nuevo destino. Hoy, 22 de diciembre, la previsión meteorológica en las costas de Libia es muy buena y el capitán Marco Antonio Martínez sabe que estas son las condiciones perfectas para que las embarcaciones salgan rumbo a Europa. “Tenemos una ventana de buen tiempo hasta llegar a zona SAR (Search and Rescue), luego viene un temporal peligroso. Hay que salir hoy para estar allí cuando antes” confiesa el capitán mientras la tripulación se prepara para zarpar. 

Superados todos los protocolos sanitarios, obligados por la epidemia de coronavirus, la misión zarpa, esa misma noche, desde el puerto de Barcelona rumbo al Mediterráneo Central. Estas Navidades, el Open Arms es el único barco de rescate activo y las consecuencias del temporal que se acerca preocupan al capitán. La pandemia, la herencia de Salvini y las inspecciones han hecho que, actualmente, sea muy complicado estar operativo en esa zona. “Antes podíamos llegar a coincidir hasta 4 embarcaciones aquí en el Mediterráneo Central”, recuerda Esther Camps, coordinadora de la 79 misión, y añade “los gobiernos europeos se han dedicado a criminalizar a las organizaciones como la nuestra. Cada vez las inspecciones son más duras y todo con el objetivo de silenciar el problema” explica Esther. “Sólo quieren que desistamos pero lo que no entienden es que cada vez tenemos más fuerza” agrega el capitán con indignación desde el otro lado del puente de mando. 

Mientras Marco Antonio y Adrián Pérez, primer oficial del Open Arms, trazan rumbo a Sicilia, las luces de una ciudad que ya duerme se van apagando en el horizonte. Todo está tranquilo a este lado del Mediterráneo. Navegar por este mar tantas veces transitado invoca, inevitablemente, la etimología de los que, antes que nosotros, surcaron estas aguas. A este mar los griegos le llamaban “póntos” (πόντος), que quería decir camino, sendero abierto, puente, y no frontera. La sensación de estar completamente rodeado por sus aguas permanece inmutable, seguramente el único paisaje que el hombre aún no ha podido alterar. 

Las guardias nocturnas se suceden a medida que el Open Arms avanza hacia su destino y las malas previsiones meteorológicas se van confirmando. Mientras en casa, nuestras familias se disponen abrir los regalos de una Navidad con mascarilla, un correo electrónico alerta a la tripulación. Un aviso de embarcación a la deriva con 15 personas a bordo obliga a cambiar de rumbo. “Ahora mismo estamos a unas 100 millas. A esta velocidad mañana por la mañana estamos allí”, comenta el capitán después de realizar unos cálculos en el ordenador de navegación. 

El temporal arrecia y, poco a poco, reduce las posibilidades de que estas 15 personas sean rescatadas. Después de una extensa e intensa búsqueda, que se alarga toda la mañana, las peores predicciones meteorológicas se materializan. Las olas castigan sin descanso el casco del Open Arms, que, progresivamente, ha ido reduciendo su actividad. Los transitados pasillos están ahora vacíos y la siempre concurrida cocina es un lugar triste y abandonado. Esther Camps ha estado en más de 30 misiones y esta situación no es nueva para ella. “Con la poca información que nos ha llegado y el temporal en el que estamos sabemos que es casi imposible encontrar esta embarcación”, reconoce con pesar. Cargar con la decisión de tener que parar una búsqueda es la penitencia que acompaña a los cargos de responsabilidad del Open Arms. “Sabemos perfectamente que no es culpa nuestra que esta gente esté aquí, como tampoco es culpa nuestra que no haya más embarcaciones operativas. Lo más triste de todo es que seamos los únicos que les estamos buscando”, expresa Marco Antonio con más tristeza que indignación. El capitán realiza una pausa para sentarse y añade: “Tomar esta decisión me rompe el alma pero hace demasiado mal tiempo para seguir buscando”. A medida que el Open Arms gira rumbo a Siracusa para resguardarse, una última pregunta lanzada por el capitán resuena en las almas de los presentes: “¿Son estos los valores de Europa en los que nos hemos educado?”. 

El temporal retiene a la misión 79 en la bahía de Siracusa, el mar está impracticable y la tripulación cuenta los días que faltan para volver a navegar. La mañana del 30 de diciembre, el buen tiempo enciende el motor del Open Arms, que vuelve a anunciar un nuevo destino. Camino a la zona SAR, un correo electrónico en el que también están en copia las autoridades italianas, libias y maltesas, advierte de otra embarcación a la deriva. En él se indica la posición, qué tipo de embarcación es y cuántas personas lleva a bordo. Esther ordena la información y baja rápidamente a comunicar la noticia a toda la tripulación mientras los oficiales ponen rumbo a la nueva posición. “Tenemos a una embarcación de madera a cuatro horas, hay 160 personas a bordo, en una hora bajamos las lanchas, iros preparando”, va anunciando Esther por los camarotes avisando a socorristas, patrones, doctores y periodistas.  

Después de una hora de navegación y coincidiendo con la última puesta de sol de un año atípico, las lanchas de rescate vislumbran la embarcación. Es un bajel de madera con dos cubiertas. Anais Portillo, primera socorrista de la Echo4, es la encargada de establecer el primer contacto. “¡Hello, hello, hello!” repite saludando con los brazos. “¡Everybody sit down please, todos sentados!”. Parece mentira que puedan caber 160 personas en una embarcación de esas dimensiones. “We have lifejackets for everybody, tenemos salvavidas para todos”, repite Anais en un fuerte tono de voz. La Echo4 se va acercando a la embarcación de madera y justo cuando la situación parece controlada… “¡Hombre al agua! Hombre al agua! ¡Please don’t jump, no saltéis!”, grita Anais mientras Andrés del Pozo, segundo socorrista de la Echo4, arranca del agua al joven que acaba de saltar. ¡Please don’t jump, no saltéis!“ repiten juntos los dos socorristas. El momento es tenso, nadie tiene chaleco y si todos saltan la operación de rescate puede complicarse mucho. Las voces de Anais y Andrés van bajando el tono hasta que la situación vuelve a estar controlada. Una vez repartidos todos los chalecos toca esperar a que llegue el Open Arms para empezar a transferir a las personas a su cubierta. La operación se alarga hasta la medianoche pero, finalmente, los 169 náufragos, incluidos 6 bebés, descansan a salvo en un lugar seguro.

En el comedor del Open Arms no hay tiempo para procesar el rescate. Marc Monfort, jefe de maquinas, sintoniza rápidamente una emisora al azar mientras sujeta un bol con uvas, quedan 3 minutos para las campanadas. La tripulación, aún con la indumentaria de salvamento, celebra un nuevo año. A pocos metros, en la cubierta, 169 personas celebran la vida. 

“New Year, new life” (año nuevo vida nueva) susurra un chico de Bangladesh al alba del primer día del año. Una larga pero ordenada cola espera el desayuno. La tripulación hace turnos de 3 horas para servir comida y tener controlada la situación. Hay que ser estrictos con los horarios, los equipos de protección personal no abundan y no se puede pisar la cubierta sin ellos. Mascarillas, guantes y EPIs son la nueva indumentaria de abordo. En la cola, una cara conocida emerge entre la multitud. Filmon Amaha tiene 14 años y viene de Eritrea. “Salté de emoción. He escapado de tantas cosas que cuando vi vuestro barco no pude evitar saltar al agua”, reconoce esbozando una pícara sonrisa. Sus compañeros, también de Eritrea, ríen y bromean a su alrededor. “Escapamos de Eritrea porque el dictador que hay nos obliga a todos a realizar un servicio militar indefinido”, añade Filmon, ahora con un gesto mucho más serio. Uno de cada tres refugiados que intentan llegar a Europa por el Mediterráneo es de Eritrea. Conocida como la Corea del Norte africana, este país lleva 30 años gobernado por el dictador Isaías Afewerki, que tiene aislada a su población en una cárcel del tamaño de sus fronteras. “Cruzamos el mar porque no hay nada peor que el sitio de donde venimos”, explica Filmon en su idioma tigriña. No entiendo lo que dice pero, por las caras de sus amigos, sé que las bromas se han acabado. “Mi familia no sabe que estoy aquí, no saben que estoy vivo”, añade en un tono más preocupado. “Todos mis sueños se han hecho realidad. Como ser humano tengo ambiciones y necesito cumplirlas. Mi mayor ambición es ser una persona con estudios y poder apoyar a mi familia”, concluye Filmon con una tímida sonrisa.

La vida en la cubierta principal y la vida dentro del Open Arms tienen ritmos muy distintos. Dentro, el tiempo transcurre uniforme y el mar susurra; fuera, la realidad es frenética y el mar grita. Mientras tanto, Esther Camps ya ha empezado las gestiones para solicitar un puerto seguro donde desembarcar. Coincidiendo con la negativa de Malta, un aviso de una segunda embarcación a la deriva sorprende a la tripulación. Hoy es 2 de enero. El capitán Marco Antonio y sus oficiales, Adrián Pérez y Angelo Selim, ponen rumbo a la nueva posición. “Capitán, estamos a 6 horas del target” comunica Adrián. Las coordenadas no son exactas y se van actualizando. “Lo mejor es bajar las lanchas y establecer un patrón de búsqueda” coinciden en el puente de mando. Después de 2 horas, el Open Arms avista la embarcación a media milla. Es una embarcación de madera con el motor roto y lleva unas 90 personas a bordo. Entretanto, las olas no dan tregua y anuncian otro temporal. La operación de salvamento se desarrolla con la normalidad relativa de una operación de esta naturaleza. En la cubierta del Open Arms las primeras personas rescatadas ayudan a las nuevas. Ferhat Isham tiene 30 años y viene de Casablanca. “Si no fuera por vosotros estaría muerto, es lo mínimo que puedo hacer” confiesa mientras ayuda a un joven eritreo a quitarse el chaleco salvavidas. 96 náufragos se suman a los 169, en total 265 personas llenan ahora la cubierta de un barco que busca destino. 

El segundo rescate ha sido en zona SAR Malta. Esther sabe que, por ley, deberían proporcionarles un puerto así que vuelve a contactar con las autoridades competentes. “Cuando los gobiernos dicen que los náufragos son inmigrantes están corrompiendo el lenguaje del mar y el significado del derecho. Un náufrago es simplemente una persona que se está ahogando o que tiene un problema con su embarcación”, explica el capitán que, como cada mañana, se dispone a rellenar el diario de navegación. “Cuando lleguen a tierra podemos discutir qué son, pero aquí, en el mar, son náufragos”, concluye. 

Ante la segunda negativa de Malta, Italia responde a la llamada. Todo el mecanismo burocrático parece que empieza a activarse. La espera es incierta, nadie sabe cuánto pueden tardar en darnos puerto. Entretanto, un tercer correo electrónico pone en alerta al puente. Parece que hay una tercera embarcación a la deriva. Es de noche y el mar está cada vez más agitado, empezar a realizar tareas de búsqueda en estas condiciones es prácticamente imposible. Otra decisión complicada se cierne sobre el mando de la misión 79. Por la información que ha llegado, en la embarcación viajan 80 personas, rescatarlas supondría sobrepasar la capacidad del Open Arms. “Aquí no dejamos a nadie atrás”, sentencia el capitán que, junto a Esther, deciden detener el rumbo y aguantar hasta a mañana. “Esperaremos a que salga el Colibrí para que nos confirme su posición exacta”, dice Esther que, de momento, prefiere no transmitir esta última alerta al resto de ola tripulación. 

La mañana del día 3, el Colibrí, una avioneta de una organización francesa de pilotos que vuela la zona del Mediterráneo Central, confirma la información. Es una embarcación de goma rumbo norte con 84 personas. Esther transmite las coordenadas al capitán que rápidamente las introduce en el ordenador. “Están en SAR Malta” confirma Marco. “Estamos a 130 millas, tardaríamos más de 13 horas”, añade. “Espera porque nos confirman que los libios están a punto de interceptarlos” dice Esther que ya se levanta a comprobar las coordenadas. “Esto es una devolución en caliente en toda regla”, comenta con indignación tras haber verificado la posición. El capitán levanta la mirada del monitor hacía una Esther que sigue incrédula y dice resignado “por lo menos no van a morir ahogados…”. 

El Open Arms reemprende rumbo norte aún con la incertidumbre de no tener destino. La temida tormenta ya atiza, sin piedad, la cubierta de un barco desbordado. Los llantos de los bebés se mezclan con el gimoteo del viento y ninguna lona parece poder desafiar esta lluvia. Tequam Guaye, de Etiopía, protege a su hijo pequeño entre sus brazos. Markon tiene 3 años y nació en Libia. “La situación en Libia era terrible, nos hemos enfrentado a todo tipo de abusos” explica Tequam. “Ahora damos gracias a Dios porque estamos en un lugar seguro y deseamos lo mismo para nuestros hermanos que están sufriendo allá atrás” añade con esperanza. Tequam abandonó Etiopía en 2016 cuando los disturbios civiles provocaron centenares de muertes en todo el país. Hoy, una nueva guerra en la región del Tigray descubre las tensiones étnicas de un territorio en constante disputa. 

La tormenta sigue sacudiendo la cubierta principal mientras Esther agiliza los tramites con las autoridades italianas. En el cambio de turno un mensaje en la pizarra del comedor sorprende a la tripulación: “¡Tenemos puerto! Porto Empedocle. Hora estimada de llegada: las 11:00”. “¡Tenemos puerto! ¡Tenemos puerto! ¡Tenemos puerto!” celebra el equipo y el mensaje se va extendiendo por todo el barco. La mañana siguiente, Marco Antonio aprovecha la megafonía para transmitir la buena noticia a toda la gente. La cubierta es una fiesta. Varios grupos de eritreos cantan y rezan, Tequam y su marido abrazan al pequeño Markon, Isham se saluda efusivamente con su yerno y Filmon se suma a los rezos de sus compatriotas. En el interior del Open Arms un mensaje firmado por el capitán pone fin a una misión que hoy descansa cumpliendo cuarentena en las costas de Sicilia: “La lucha por el genero humano sigue, el racismo no vencerá! Tenéis todo mi respeto”. 

A día de hoy, aún no se sabe nada de las 15 personas que se encontraban a la deriva el pasado 25 de diciembre. Según la Organización Internacional para las Migraciones, desde 2014, han muerto 19.346 personas tratando de cruzar el Mar Mediterráneo. 

Etiquetas
stats