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En el interior del sueño roto de la F1 vasca: 50 millones de dinero público invertidos en un túnel de viento y un pabellón abandonados

Interior de la turbina del túnel del viento de Epsilon Euskadi.

Iker Rioja Andueza

En la entrada del edificio E9 del parque tecnológico de Miñano, a las afueras de Vitoria, sigue en pie la mayúscula ‘e’ roja, redondeada y minúscula que fue logotipo de Epsilon Euskadi, la fallida escudería vasca de Fórmula 1 que dirigió el catalán Joan Villadelprat. El proyecto, auspiciado hace una década por el PNV como parte de un sueño del motor que incluía un circuito de carreras que nunca existió (Arakamendi) y otro fiasco, el coche eléctrico ‘made in Basque Country’ Hiriko, se tragó unos 50 millones de euros en ayudas públicas y ha dejado como legado un pabellón de 13.700 metros cuadrados útiles y de titularidad pública ahora abandonado. En siete años nadie ha querido comprarlo mientras su tecnología se marchita y se deprecia. Mientras la Administración sigue pagando religiosamente el mantenimiento y las deudas, un gasto que supera cada año el millón de euros.

La directora de la red de parques tecnológicos de Euskadi, Itziar Epalza, y el gerente de Miñano, Patxi Márquez, han enseñado este viernes las viejas instalaciones de Epsilon Euskadi a una comisión de las Juntas Generales, el Parlamento foral de Álava. Había sido la procuradora del PP Marta Alaña la promotora de la iniciativa. También se ha permitido el acceso a unos pocos medios de comunicación interesados, incluida la visita a la que pretendía ser la joya de la corona de Epsilon Euskadi, un costosísimo –e infrautilizado- túnel del viento.

El tiempo congelado en 2011

El interior de la mole de diseño que acogió a Epsilon Euskadi no solamente está abandonado, sino que parece que fue desalojado de manera repentina cuando la empresa de Villadelprat quebró con estrépito y tras haber competido en solamente una carrera fuera de las series de Renault. Y no precisamente en el ‘gran circo’, sino en Le Mans. Los calendarios de las paredes siguen congelados en 2011, en un corcho cuelga el ‘planning’ de competiciones de la temporada 2010 y una sala continúa presidida por una maqueta a gran escala (1/2) de un monoplaza negro con su ‘e’ roja y cuyas piezas, incluidas las ruedas, están tiradas en las mesas.

En algunas estancias del inmenso pabellón hay cajones llenos de gorras ajadas del equipo Epsilon Euskadi que ni siquiera atraerían a coleccionistas y cuartillas tiradas con viejos bocetos. Nadie borró nunca las pizarras con fórmulas matemáticas e ideas. La dirección de Internet que se anuncia en las paredes es ahora un dominio a la venta. En el comedor, junto a una lata de galletitas danesas llena de bolsitas de infusiones probablemente caducadas, dos monedas españolas y una portuguesa de 5 céntimos de euro muestran signos evidentes de una pátina verdosa fruto de la humedad.

Los rigores del paso del tiempo no perdonan ni a la zona noble. En el despacho de Villadelprat, de grandes dimensiones y con una gran zona de sofás y sala de reuniones, las fotografías de los coches de Fórmula 1 que adornan el lugar empiezan a perder color por la luz del sol de unos despachos cuyas cortinas nadie corre ya. El empresario ha sido condenado ya por estos hechos en la vía mercantilaunque absuelto en el caso paralelo, la creación de Epic Racing.

Aquí y allá aparecen pegatinas con el logotipo del Ministerio de Ciencia de Cristina Garmendia y que recuerdan que “la adquisición e instalación del equipamiento tecnológico” estaba pagada por el Gobierno central del socialista José Luis Rodríguez Zapatero, cuyo socio presupuestario, el PNV, siempre se acordaba de proyectos como éste, como Hiriko o como la planta de purines de Carranza. En el caso de Epsilon Euskadi, los nacionalistas lograron unos 17 millones de euros en fondos estatales, 11,8 en 2007, 4,7 en 2008 y 0,35 en los siguientes ejercicios. Del presupuesto total, el 90% procedía de ayudas públicas y apenas el 10% era inversión privada. 

La factura para el dinero de todos se incrementó, además, por la ejecución de un aval que el parque tecnológico de Miñano, una sociedad pública autonómica en la que también participan la Diputación de Álava y el Ayuntamiento de Vitoria, autorizó en su día y que próximamente llevará al banquillo de los acusados al que fuera máximo representante de la red de parques hace una década, el nacionalista Julián Sánchez Alegría. Según constató la investigación de la juez de Vitoria Ana Jesús Zulueta, Sánchez Alegría desoyó un informe jurídico y autorizó un aval encubierto con patrimonio público a una empresa privada, por mucho que fuera considerada “estratégica” o, en palabras de Villadelprat, “un proyecto nacional vasco”.

Cuando Epsilon Euskadi ya estaba en crisis, tocó la puerta de los bancos, pero recibió un portazo. ¿Qué ocurrió? “Las entidades de crédito, ante la situación financiera que presentaba la mercantil, no asumieron el riesgo [...]. Epsilon, que era financiado al 90% por medio de fondos públicos, carecía de recursos propios para dar garantías adicionales a los bancos. Ante esa situación de incapacidad, se dirigió al parque tecnológico de Álava, el cual entró en la garantía”, concluyó la investigación judicial.

Un coste de un millón de euros cada año hasta 2032

¿La consecuencia? Quebró Epsilon Euskadi y las entidades financieras se dirigieron al parque tecnológico para recuperar su dinero. Miñano tuvo que poner 16,4 millones para recomprar unas instalaciones que ya eran suyas. Según han explicado Epalza y Márquez, ese dinero se paga a través de un crédito vivo hasta 2032. Cada año hay que devolver 900.000 euros de principal más los intereses. En 2014, el primer año, eran de 400.000 euros. Ahora “se han renegociado” y ‘solamente’ son 100.000 euros al año. La minuta total rondará los 19 millones de euros si se mantuvieran las condiciones actuales de financiación. Además, cada año hay que poner unos 22.000 euros en mantenimiento.

Los gestores de Miñano pretenden paliar con ingresos atípicos esos gastos objetivos que tienen hipotecada a la Administración hasta dentro de más de una década. Se intentó liquidar algo del mobiliario, pero apenas se lograron 70.000 euros. Ante la falta de compradores, lo más útil ha sido ofrecer el E9 y sus instalaciones futuristas como ‘set’ de rodaje. Hasta 15 producciones han grabado en Epsilon Euskadi, aunque sólo se han ingresado 92.000 euros en total.

Miñano no pierde la esperanza de vender el pabellón. Y de venderlo como un todo. Su “valor de tasación” es de 23 millones por lo que, en pura teoría, hasta se podría recuperar más dinero del que se puso para el aval. En pura teoría, porque desde 2014 la lista de interesados se ha ido alargando sin que ninguno pusiera la chequera sobre la mesa. Incluso se tocó la puerta de otros equipos de Fórmula 1 pero ellos ya tienen instalaciones propias y no necesitan reiniciar unas ya obsoletas para un sector pegado a la tecnología más puntera. El sector de la automoción y de la aeronáutica local ni contempla el uso de estas instalaciones. Oficialmente, aunque no hay detalles por la “confidencialidad” que requieren estos negocios, habría tres ofertas sobre la mesa ahora mismo.

El elemento “diferencial” del edificio E9 es su túnel del viento con suelo rodante y capacidad para testar con aires de hasta 300 kilómetros por hora propulsados por una turbina del tamaño de un avión comercial. El matiz es que, cuando se ideó, Villadelprat hablaba de que sólo había dos en Europa. Ahora son 30 y probablemente ninguno lleve tanto tiempo abandonado. “¿Obsoleto? No. ¿Que hay tecnología más moderna? Sí”, puntualiza Márquez sobre el estado actual de esta máquina. Un informe independiente calcula en 650.000 euros el coste de actualizar el ‘software’ para devolver a su uso la enorme instalación. Su turbina tiene el tamaño de un avión. El ‘hardware’, en cambio, estaría “funcional” con apenas un poco de engrasado y rodaje. La pintura nívea que rodea las instalaciones, sin embargo, empieza a mostrar evidentes desconchones.

Un ciclista retirado y trofeos abandonados

Quizás para convencer a los compradores, junto a la sala de mandos del túnel hay fotografías en tamaño DIN A4 de los logros de este túnel del viento. En ellas sonríe un ciclista retirado, Alberto Contador, cuando preparó en Vitoria el Tour de 2010 (y compró un chuletón en Irún que luego motivó un positivo por clembuterol). También aparece el balón oficial de la liga de fútbol que presentó en 2009 en Miñano otro notable del deporte español ya fuera de la competición, el guardameta Víctor Valdés.

Lo que sí resplandece es la enorme vitrina de trofeos semioculta en un pasillo oscuro que une la entrada con el espacio de trabajo principal. Les acompañan un par de botellas ‘magnum’ de champán. Son los restos de los podios en las World Series de Renault que ilusionaron a Villadelprat –ahora comentarista- con llevar su ‘e’ roja, redondeada y minúscula a las cotas más altas de la Fórmula 1. O cuando Iñaki Azkuna cortó Bilbao para que los monoplazas rugieran junto al Guggenheim. Pero ni en 2009 ni en 2010 Epsilon Euskadi logró la licencia para el ‘gran circo’. “El mundo se construye de sueños” -explicaban Epalza y Márquez- sobre el castillo en el aire que supuso este plan. Pero esta ensoñación acabó en pesadilla.

 

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