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Por qué Crimea es la mejor baza de Zelenski para negociar con Rusia

El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, asiste a la primera cumbre parlamentaria de la Plataforma de Crimea por videoconferencia, el 25 de octubre.

Patrick Wintour

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En una intervención que ha pasado desapercibida, el ex primer ministro británico Boris Johnson –considerado un aliado íntimo del presidente ucraniano, Volodímir Zelenski– hizo hace unos días la sorprendente declaración de que si las tropas rusas regresaran a las tierras que ocupaban dentro de Ucrania antes de la invasión del 24 de febrero, eso representaría una base para reabrir las conversaciones entre Ucrania y Rusia. Esta declaración implica que Ucrania tendría que aceptar que la retirada de las tropas rusas de Crimea no sería una condición previa para el inicio de las conversaciones.

Cuando escribió esto, el pasado 9 de diciembre en el periódico The Wall Street Journal, Johnson hizo público algo que muchos diplomáticos admiten en privado: forzar militarmente la devolución de Crimea, anexionada en 2014 por Rusia en una acción condenada por la ONU, y hacer que pase al control absoluto de Ucrania es un camino plagado de riesgos.

El veterano diplomático estadounidense Henry Kissinger hizo una propuesta similar en un artículo publicado por el semanario The Spectator. Kissinger argumentó que a Rusia solo había que exigirle la devolución del territorio obtenido desde febrero. Los territorios ocupados hace casi diez años “podrían ser objeto de una negociación tras un alto el fuego”, incluida Crimea. Si esa negociación no resolviera el estatus de territorios especialmente conflictivos, “podría organizarse un referéndum de autodeterminación con supervisión internacional”.

La argumentación se basa en las diferencias históricas y étnicas de Crimea con relación al resto de Ucrania. Además, en la península hay 30.000 soldados rusos atrincherados y Kiev no tiene buen acceso por tierra, mar o aire a la zona. La retención de Crimea en alguna de sus formas es tan preciada para Vladímir Putin que, si sintiera que se le escapa de las manos, algunos temen que pueda llevar a cabo su amenaza de desplegar armas nucleares tácticas, la escalada que aterroriza, y frena, a Washington y a las capitales europeas.

Una señal errónea

En público, la postura de Ucrania es resistirse a cualquier alto al fuego que no implique la recuperación de todos los territorios anexionados por Putin desde 2014. Zelenski lo ha dicho en innumerables ocasiones. “Un simple alto el fuego no servirá. A menos que liberamos todo nuestro territorio, no traeremos la paz”, dijo durante el foro New Economy organizado por la agencia de noticias Bloomberg en Singapur.

Zelenski también ha invertido mucho capital diplomático en la creación de la Plataforma de Crimea, un órgano de coordinación diseñado para hacer presión de forma que el resto del mundo no pierda de vista la ocupación ilegal de Crimea. “Crimea es y ha sido parte de Ucrania de la misma manera que Gdansk o Lublin son partes de Polonia”, dijo el presidente polaco, Andrzej Duda, durante una reunión de la plataforma el pasado agosto. “Creo que muchos de nosotros tenemos que hacer un examen de conciencia por lo ocurrido en el último año, ¿fue el consentimiento tácito de la ocupación en Crimea una señal errónea que muchos países enviaron a Rusia?”, añadió.

Según las encuestas entre la población de Ucrania, un 85% de los ciudadanos apoya la recuperación de los territorios arrebatados por Rusia desde 2014 como condición para terminar la guerra.

Avances militares ucranianos

El Ejército ucraniano tiene claramente un plan para avanzar hacia el sur, aislando la península de Crimea y cortando las líneas de suministro rusas. Idealmente bajando desde la vertiente oriental del río Dnipro hasta llegar a la presa que suministra el 85% de su agua dulce.

Pero la campaña militar para afrontar la impenetrabilidad de Crimea aún está en pañales. El 7 de octubre, las fuerzas especiales ucranianas atacaron el muy custodiado puente de 19 kilómetros sobre el estrecho de Kerch, un símbolo de la anexión y de la reunificación casi mística de Rusia con una cuna de la iglesia ortodoxa rusa.

Ese puente que une a Crimea y a Rusia fue una enorme obra de ingeniería inaugurada personalmente por Putin después de tres años de construcción. Con su línea de ferrocarril y con sus tuberías de agua, se trata de la principal vía de suministro de Rusia para los soldados que luchan en Jersón y la región vecina. Los daños contra el puente han ralentizado esos suministros pero no los han interrumpido.

No ha sido el único ataque para ablandar las defensas rusas de Crimea. El 9 de agosto, seis explosiones sacudieron la base aérea de Saki, en Novofedorivka. Y en noviembre los ucranianos atacaron a la mayor base militar rusa en Crimea, cerca de Dzhankoi. Se dice que los habitantes de Crimea se preguntan temerosos cuál será el próximo depósito de municiones en explotar. Y Moscú parece haberse puesto nervioso por el movimiento de resistencia de Crimea Atesh, a juzgar por el número de ciudadanos de la península que los rusos han detenido recientemente acusándolos de colaborar con el enemigo.

Según Volodímir Havrylov, viceministro de Defensa de Ucrania, los soldados de su país llegarán a finales de diciembre a la península. El asesor principal de Zelenski, Mijailo Podoliak, sugirió que se creara allí un tribunal de crímenes de guerra sobre la base de que “lo que empezó en Crimea debe terminar allí”. Y el expresidente ucraniano Petro Poroschenko sugirió organizar una nueva conferencia de Yalta en la península en 2023, similar a la cumbre de 1945 en la que las potencias vencedoras planificaron el orden posterior a la Segunda Guerra Mundial.

Vulnerabilidades

Pero ¿es práctica, o incluso sensata, la toma de Crimea? Los militares británicos señalan las vulnerabilidades de la península, entre ellas la dependencia de Ucrania continental por el suministro de agua. Al comienzo de la invasión del pasado febrero, Rusia se hizo con el control de la presa hidroeléctrica de Kajovka, en el sur de Ucrania. El embalse situado detrás de esa presa permite que el agua fluya por el Canal de Crimea del Norte, una obra soviética de 250 millas de largo [unos 400 kilómetros] para llevar el agua dulce del río Dnipro a las zonas áridas de Crimea y el sur ucraniano.

En los ocho años que han seguido a la anexión rusa, el canal se secó. Según las autoridades ucranianas, Rusia no pagó los suministros y construyó una presa de hormigón sobre él, generando grandes problemas en el riego, las cosechas y el acceso a agua potable en toda la península. Crimea ha perdido hasta el 80% de sus tierras cultivables y plantaciones como las de arroz se han vuelto imposibles. 

Tras la invasión a gran escala que Putin empezó en febrero, los soldados rusos llegaron rápidamente a Tavriisk, la ciudad donde se había represado el canal, para destruir esa presa y llevar a Crimea 1,7 millones de metros cúbicos de agua del río Dnipro.

Fuentes oficiales británicas creen que el objetivo de recuperar el control ucraniano sobre la central hidroeléctrica de Kajovka, así como sobre el canal del norte de Crimea, es factible y atractivo. Pero hablar de una ofensiva que expulse de Crimea a los 30.000 soldados rusos inquieta a los militares estadounidenses. “Desde el punto de vista militar, la probabilidad de que eso ocurra pronto no es alta”, dijo el general y jefe del Estado Mayor, Mark Milley.

Estatus especial

Los diplomáticos ucranianos admiten en privado que el temor de Washington y de las capitales europeas a una espiral bélica es lo que está frenando el suministro de la artillería de largo alcance necesaria para terminar el trabajo, incluida la recuperación de Crimea.

Los diplomáticos europeos reconocen el estatus especial de Crimea. Los dirigentes soviéticos no se la cedieron a Ucrania hasta 1954, la mayor parte de su población es rusa y muchos de sus residentes son jubilados de la marina rusa en el Mar Negro.

Desde que comenzó la ocupación no se ha podido hacer una encuesta de opinión fiable. Según una filtración con los resultados reales del referéndum de anexión de 2014, solo un tercio de la población había votado por la unión con Rusia. Desde entonces, la economía de Crimea ha ido razonablemente bien y 300.000 rusos se han mudado a la península. Muchos tártaros de Crimea y activistas proucranianos se han vuelto a ver obligados a abandonar el territorio. 

“Cuando hablamos de la gente que vive en Crimea, es absolutamente diferente de lo que teníamos hace ocho años”, dijo en noviembre la viceprimera ministra de Ucrania, Olha Stefanishyna. A los ciudadanos de Crimea se les ha mantenido en una burbuja mediática rusa durante casi una década.

La perspectiva de alargar una guerra sangrienta para liberar a unos habitantes entre los que muchos podrían no querer ser liberados sería un final poco glorioso para la campaña ucraniana.

Incluso algunos diplomáticos ucranianos dicen que la realidad es que, aunque la ofensiva del sur aísle militarmente la península, puede ser prudente ir despacio. En lugar de lanzar una invasión a través de los pantanosos mares de Syvash o Rotten, todos ellos con accesos terrestres relativamente estrechos debido a las mareas, podría ser mejor intentar reabrir las conversaciones con Rusia.

Para entonces se argumenta que Putin sufrirá graves problemas internos y defender Crimea puede ser el menor de sus problemas. Otros hablan de algún tipo de estatus especial para la península, con una posible soberanía compartida. Pero la confianza está bajo mínimos. Un acuerdo anterior permitía a Rusia mantener en Sebastopol su flota del Mar Negro al menos hasta 2042. Putin rompió ese acuerdo en 2014.

Traducción de Francisco de Zárate

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