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The Guardian en español

ANÁLISIS

La historia de los 'hippies' soviéticos ayuda a entender la reacción de los jóvenes en Rusia ahora

Un momento del documental Soviet Hippies, dirigido por Terje Toomistu.

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Estudio la historia de la Unión Soviética, un país que ya no existe. Estudio la historia de los hippies soviéticos, un fenómeno que también pertenece al pasado. Durante el periodo de la perestroika, en los años 80, las reformas políticas y económicas condujeron a una mayor libertad de prensa, de expresión y de reunión. El sentimiento nacional irredentista creció en las repúblicas soviéticas, incluida Ucrania, lo que finalmente condujo a la disolución de la Unión Soviética. La guerra de Putin en Ucrania es también una guerra contra esta historia: quiere revertir todo el proyecto de la perestroika, restableciendo la primacía y la ideología del Estado ruso.

En el centro de la crisis de Rusia, tanto antes como ahora, se encuentra un complejo conflicto generacional. Una élite de edad avanzada, con valores anclados en el pasado, se ha enfrentado a una población más joven deseosa de promover una identidad nacional diferente. El régimen de Putin no será derrocado por los jóvenes, al igual que la Unión Soviética no se derrumbó por la Beatlemanía. Pero los jóvenes rusos están minando el terreno en el que Putin se sustenta.

El proyecto ideológico de la Unión Soviética tenía problemas mucho antes de que se desintegrara en 1991. La perestroika solo fue posible porque la población estaba harta de la incompetencia, la corrupción, la pomposidad, los eslóganes vacíos y el liderazgo de una gerontocracia. Nadie ejemplificó mejor esta tensión que los hippies soviéticos, jóvenes que amaban sin complejos la música, la ropa y las ideas occidentales. Los hippies organizaban sus propios campamentos de verano, creaban sus propios canales de información y hacían autostop por todo el país. Su propia existencia era un acto de rebeldía. Para los hippies soviéticos, la perestroika supuso que el pequeño rincón de libertad que se habían labrado en su vida privada se extendiera a toda la Unión Soviética.

Silencio ante la guerra

Estos días me preguntan con frecuencia qué opinan mis amigos y colegas hippies de la guerra de Rusia contra Ucrania. Está implícita la expectativa de que deben estar horrorizados y deben encontrarse entre los manifestantes más comprometidos. La realidad es más compleja, al igual que la realidad de los hippies soviéticos en las décadas de los 70 y 80. Los hippies amaban y siguen amando la paz. Pero amar la paz es distinto a oponerse a la guerra, igual que amar la música occidental es distinto a oponerse a la Unión Soviética. Los hippies soviéticos adoptaron el signo de la paz como símbolo. Pero los hippies soviéticos, a diferencia de sus homólogos estadounidenses, no nacieron de un movimiento antibélico. Eran pacifistas sin guerra. Y cuando la Unión Soviética emprendió la guerra en Afganistán en 1979, optaron por permanecer en silencio.

La política era sucia. La guerra no siempre lo es. ¿No había derrotado la Unión Soviética al fascismo en 1945 y liberado a los pueblos de Europa? ¿No eran los soldados soviéticos héroes y no agresores? No es casualidad que Putin, que es contemporáneo de los hippies soviéticos e incluso creció en el mismo complejo de viviendas que algunos de los líderes del movimiento, invoque constantemente a los nazis en sus discursos. También él es hijo del culto a la “gran guerra patriótica”, como se llama en Rusia a la Segunda Guerra Mundial, de la época de Brézhnev. La victoria del fascismo está en el centro de su identidad como ruso. Quienes se oponen a Rusia son “nazis” por el solo hecho de oponerse. 

Los hippies soviéticos se mostraron ambivalentes respecto al pacifismo. Preferían hablar de música, vida y espiritualismo. Su silencio permitió disimular sus diferencias: ayudó a los hippies rusos a ignorar el hecho de que los sentimientos antisoviéticos de sus homólogos lituanos y letones eran diferentes a los de sus amigos moscovitas. Mientras que los primeros estaban arraigados en un deseo de independencia política, los segundos expresaban su desprecio por el sistema soviético, pero no una crítica a su naturaleza imperial.

Malos revolucionarios

Los movimientos juveniles desempeñaron un papel en la caída del sistema soviético. Pero desempeñaron este papel en la retaguardia, no en primera línea. Fueron expertos en crear universos paralelos sin enfrentarse directamente al orden político. Esta habilidad los convirtió en excelentes supervivientes pero en malos revolucionarios. Les permitía dar cabida a una gran variedad de opiniones, pero les impedía adoptar una posición política unificada. La antigua comunidad de hippies soviéticos alberga ahora opiniones de todo el espectro, que van desde la oposición a la guerra hasta el apoyo total.

La mayoría de ellos practican el mismo escapismo que caracterizaba su existencia hace 40 años. Han pasado de Facebook, una red social que está prohibida en Rusia pero a la que se puede acceder con una VPN, a plataformas como VKontakte y Telegram casi sin rechistar. Se preocupan más por el trato que reciben los rusos en el extranjero que por sus compañeros hippies en Ucrania.

Tras el mitin de Putin del 18 de marzo, surgió algo más: el stiob (imitaciones satíricas) al estilo soviético. El stiob denota la burla que la gente hace de los gobernantes pomposos a través de imitaciones. En la antigua Unión Soviética, el stiob se convirtió en una de las principales formas de comunicación. Los hippies soviéticos de Rusia no se burlaron inicialmente de Putin hasta el mitin, en el que su chaqueta fue objeto de burlas implacables; al igual que los invitados “internacionales” del mitin, todos ellos procedentes de Rusia.

Esta postura distante y apolítica se convirtió en el sello de toda una generación. Después de 1991, acabó traduciéndose en apatía. Pero las nuevas generaciones de jóvenes rusos han crecido desde los años 70 y 80. Durante la primera década de los años 2000, los jóvenes acudieron a Putin, a la Iglesia Ortodoxa y a organizaciones juveniles afines al régimen, como Nashi, en un intento de encontrar una alternativa al predominio de la cultura comercial occidental. Desde 2011, los jóvenes han constituido la columna vertebral de los movimientos de protesta que siguen las estrategias de la disidencia soviética, apoyándose en actuaciones y eventos de protesta llamativos (el más famoso de ellos, la oración anti-Putin de Pussy Riot), en creaciones artísticas, musicales y mediáticas, y en la creación de espacios individuales de libertad.

En estos momentos, la presión represiva del Estado es tan alta que prácticamente han dejado de celebrarse manifestaciones masivas. En las encuestas de opinión oficiales, cerca de la mitad de los menores de 30 años en Rusia se oponen a la guerra, y muchos otros evitan la cuestión. El escapismo del último periodo soviético se ha traducido en un éxodo de muchos jóvenes intelectuales rusos hacia Occidente y los países vecinos.

Algunos jóvenes rusos buscan prácticas alternativas, héroes alternativos, canales de información alternativos, temas de conversación alternativos, formas de ver el mundo y de relacionarse con Occidente. Las jóvenes feministas han surgido como una de las fuerzas motrices de la resistencia organizada. Los jóvenes informáticos están creando nuevas empresas en las antiguas repúblicas soviéticas. Los jóvenes periodistas escriben desde Riga, Tallin y Berlín. Cuando el régimen de Putin termine, ya existirá un pequeño mundo ruso alternativo. Y entonces los historiadores escribirán sobre los núcleos de cambio que se detectaron por primera vez en el apogeo del régimen de Putin.

* Juliane Fürst es directora del departamento de Comunismo y Sociedad del Centro de Historia Contemporánea de Potsdam, Alemania.

Traducción de Emma Reverter

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