Los cien años de Antonio Frisa, encuadernador
Antonio Frisa dice con sorna que lleva cien años al frente de su negocio. No su persona, sino su nombre y apellido: un Antonio Frisa, su abuelo, abrió esta tienda de encuadernación de la calle de la Madera en 1917. Su padre, Antonio Frisa, le sucedió en el puesto y su hijo, el cuarto Antonio Frisa de la familia, lleva varios años aprendiendo el oficio para cuando toque dar el relevo. “Así no hay que cambiar el nombre del cartel”, sigue bromeando.
Como a todos los comercios centenarios de Madrid que se ha mantenido de generación en generación, a Frisa le correspondía una placa frente al local, de esas con diseño de Mingote que se instalan en el suelo. La suya se la colocó el Ayuntamiento hace unos días, con algo de retraso por las cosas de la burocracia municipal (la fecha oficial de actividad era de marzo de 2017) y aún más dilación respecto la apertura real, en octubre de 1917. Entonces también tardaban en conceder las licencias.
Entrar en el pequeño taller de Frisa es como meterse en un museo tipo industrial: tijeras, martillos y otras herramientas se acumulan en sus paredes. Algunas de ellas son también centenarias, están ahí desde la apertura del local. Pero lo que más impresiona son las enormes máquinas para guillotinar y prensar distribuidas por el local, compradas por el abuelo, que adquirió una alemana de la fábrica Mansfeld en el año 1923 por 4.450 pesetas (la factura la tienen enmarcada junto a la puerta) aprovechando una oportunidad al ser rechazada por unos monjes. “Era una fortuna, pero hoy la seguimos utilizando”, cuenta.
Acostumbrados hoy a la obsolescencia programada de los bienes de consumo actuales, sorprende que todas estas máquinas y herramientas lleven funcionando décadas y sin apenas mantenimiento. Con ellas desarrollan un trabajo manual que ha sobrevivido sin problemas a la revolución digital. “Lo que nos ha quitado por un lado nos llega por el otro, ahora resulta más sencillo que nos envíen los textos para encuadernar”, detalla Antonio.
El abuelo empezó ganando 5 pesetas al día. Hoy se encuadernan libros a precios muy competitivos: de 10 € el más básico hasta los 60 € por una encuadernación de piel. Cuentan que han llegado a hacer libros para el Papa Juan Pablo II. Y otros por hasta 800 euros, encargos muy especiales, con trabajo muy fino, filigranas de oro y mucha dedicación. “Pero eso era en otra época, ahora se trabaja mucho más rápido, la gente quiere todo de un día para otro”, se queja Antonio.
Encuadernar con cartón y papel pintado
Encuadernar con cartón y papel pintado
Aunque Antonio puede resumir los cien años de historia de su negocio en apenas cinco minutos, cuando la charla se extiende es el momento en el que aparecen los detalles que dan valor a conseguir estar tanto tiempo abiertos. Como el hecho de que la Guerra Civil estuvo a punto de dar al traste con el negocio. “Como estalló en fin de semana, a mi abuelo le pilló pasando el día en Segovia y ya no pudo volver”, explica Antonio con naturalidad. Así que, ni corto ni perezoso, utilizó otro taller de encuadernación de un compañero que le había pasado lo mismo y así se ganó la vida hasta el 39, cuando volvió a su local de la calle Madera y comprobó que nadie había entrado allí. “Por lo visto, un vecino amigo suyo pagó la contribución y dejaron la tienda tranquila”, afirma el nieto.
La posguerra fue dura y, para subsistir y no cerrar, cuenta Antonio Frisa que su abuelo encuadernaba con lo que tenía más a mano, como cartones procedentes de las cajas para las camisas, o con papeles pintados para la pared que obtenía en una tienda de su misma calle. Lo que hiciera falta.
Frisa ha pasado a engrosar una selecta lista de comercios con más de 100 años en Malasaña. Uno de ellos lo tiene casi al lado, en su misma acera: se trata del broncista Navarro, que también va por la cuarta generación. El resto de comercios centenarios del barrio son la Antigua Casa Crespo (en Divino Pastor), la Farmacia Malasaña (San Ildefonso), bodegas La Ardosa, peluquería Urbano (ambas en Colón) y La Moda (calle Pez).
En la actualidad, el éxito de Frisa radica en que, en unos tiempos en los que se editan miles de ejemplares de un libro, ellos pueden encuadernar unas pocas decenas a precios muy competitivos y en poco tiempo. Decimos ellos porque, además de los Antonio Frisa -padre e hijo- está también Conchi, mujer de Antonio -padre- y la otra pata en la que se apoya la imprenta. Nada menos que 39 años en el negocio de su familia.
A la tercera generación de los Frisa encuadernadores le quedan cuatro años para jubilarse. Con 62 años, Antonio ve el futuro con calma y sin prisa: “Sí, me jubilaré, pero seguiré andando por aquí”, explica mirando a su hijo, licenciado en Administración y Dirección de Empresas, pero al que el negocio familiar le ha acabado enganchando y asegura muchas más décadas de encuadernación artesanal en Malasaña.
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