Contaba Carlos Sentís en sus ‘Memorias de un espectador’ que Josep Pla era un buen hombre aunque un poco envidioso. El defecto que Sentís achacaba a Pla lo argumentaba en que anhelaba de otros escritores su dinero, su buena situación o la mujer hermosa que, en su caso, estos poseían. Pero eso, añadía el longevo periodista que alcanzó los 99 años, no empañaba para nada la enorme calidad como escritor del ampurdanés.
Parece que Pla, como buen catalán, se quejaba siempre de que sus fondos financieros eran más bien exiguos. Incluso, durante su estancia madrileña como corresponsal de un periódico de su tierra, llegó a proponer en determinados encuentros “con diputados y algún prohombre” hacer una derrama de la que indefectiblemente él era el más directo beneficiario.
Contaba además Sentís que Pla disfrutaba siempre que se hallaba ante buena mesa y mejor auditorio. Y que una vez, uno de esos prohombres le mostró un cuadro que acababan de hacerle a su mujer para que opinara sobre la obra, a lo que el autor de ‘El cuaderno gris’ le espetó impasible: “Pues con esa señora yo no me acostaría”. El enfado del anfitrión debió de ser monumental.
En otra ocasión alguien le acusó de copiar un texto sin citar su procedencia; eso que hoy en día está tan en boga a costa de algunas tesis doctorales. Tras pedir el agraviado “desenmascarar al canalla”, concluyó que el apellido Pla venía de ‘pla-gio’.
Un día que Sentís visitó a Pla en su masía de Llofriu, este le dijo que allí estaba con su madre “con la que nada me une”. El escritor siempre arrostró que sus progenitores no valoraran suficientemente su quehacer.
Durante una entrevista a la que le sometió en los años 70 del pasado siglo, en el recordado ‘A fondo’ de TVE, el hoy olvidado y coterráneo de esta región Joaquín Soler Serrano -fallecido en 2010-, Pla habló entre otras muchas cosas de la importancia de la inteligibilidad en el escritor. Y dijo que, a pesar de todo lo vivido, ignoraba muchas cosas; entre otras, citó, lo que realmente era el amor. En eso confluiría con otro grande de las letras, el argentino Jorge Luis Borges, quien reconocería que las mujeres lo hicieron desdichado, aunque la felicidad que obtuvo compensaba toda la desdicha, ya que era mejor ser feliz y desdichado que no ser ninguna de las dos cosas.
En 1925, Pla ya escribió que el periodista era un náufrago provisional. Él, que lo había sido todo en el oficio. Cuando redactó por vez primera el ‘Cuaderno’ apenas superaba los veinte años. Y cuando lo publicó, revisado, sobrepasaba los sesenta. Misántropo empedernido, publicaría unas 150 biografías y retratos. De ellos, ni uno solo de mujer alguna. Pla, de reencarnarse, sería hoy un lobo solitario, estepario y visceral. Y quizá, también, un bloguero impenitente.
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