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Educación afectivo-sexual: no se trata solo de sexo, sino de derechos humanos

Escolares en clase

Loola Pérez

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En época de negociaciones y pactos políticos conviene señalar la evidencia con esta rotundidad: la educación afectivo-sexual y la educación en igualdad es una cuestión de derechos humanos.

No lo digo yo, ni como profesional en Sexología, ni como Presidenta de Mujeres Jóvenes de la Región de Murcia: 8 de marzo (MUJOMUR), sino el Relator Especial sobre el Derecho a la Educación de Naciones Unidas. En 2010 afirmaba lo siguiente “el derecho a la educación incluye el derecho a la educación sexual, el cual es un derecho humano en sí mismo, que a su vez resulta condición indispensable para asegurar que las personas disfrutemos de otros derechos humanos, como el derecho a la salud, el derecho a la información y los derechos sexuales y reproductivos”.

La UNESCO, en su informe ‘Educación Integral de la Sexualidad: Conceptos, Enfoques y Competencias’ insiste además en que la educación sexual debe inscribirse como “parte integral de la educación básica, que va más allá de la adquisición de conocimientos, ya que proporciona competencias y habilidades para la vida”.

En el ámbito nacional, tanto las acciones educativas y preventivas en materia de igualdad, educación y de salud sexual se contemplan en la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género y la Ley Orgánica 2/2010, de 3 de marzo, de salud sexual y reproductiva y de interrupción voluntaria del embarazo.

Por si la hoja de ruta no estuviera ya definida hasta tienen cabida en la Agenda 2030. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) incluyen la educación afectivo-sexual y la educación en igualdad en los ODS número 3 (“garantizar el acceso universal a los servicios de salud sexual y reproductiva, incluidos los de planificación de la familia, información y educación, y la integración de la salud reproductiva en las estrategias y programas nacionales”), 4 (“garantizar una educación inclusiva y equitativa de calidad y promover oportunidades de aprendizaje para todos” y 5 (“garantizar el acceso universal a la salud sexual y reproductiva y los derechos reproductivos, de conformidad con el Programa de Acción de la Conferencia Internacional sobre la Población y el Desarrollo, la Plataforma de Acción de Bejing y los documentos finales de sus conferencias a examen”).

Hecha la aclaración conviene señalar que quienes dificultan las iniciativas de educación afectivo-sexual y educación en igualdad participan en un retroceso sin precedentes de los derechos humanos, en especial, de los derechos humanos de la juventud. En este sentido, no solo es necesario confrontar los argumentos dogmáticos de quienes se oponen a la educación afectivo-sexual y la educación en igualdad, sino también señalar la inacción que al respecto muestra tanto el gobierno regional como el nacional. Tanto daño hacen los que hablan de “adoctrinamiento en las aulas” como los que miran hacia otro lado y no hacen nada, legislatura tras legislatura.

Se debe tener claro que en la educación afectivo-sexual y en la educación en igualdad no todo vale. Hacer educación no es hacer ideología ni imponer creencias religiosas. La herramienta de la educación es la pedagogía y cuando hacemos esto, los y las profesionales no entendemos de colores políticos. Aplicamos profesión, ciencia, rigor y también valores que conectan estrictamente con los derechos humanos, como el derecho a la información.

Hay que procurar una educación afectivo-sexual integral, continuada, de calidad, científica y adaptada a la edad madurativa de las y los jóvenes. De lo poco que se hace, no siempre se hace bien. Al respecto, existen muy malas praxis como creer que la educación afectivo-sexual se reduce a abordar conductas de riesgo, enseñar a poner un condón en 1º de Bachillerato o confiar ciegamente en que una ‘charla’ de 50 minutos es suficiente. Por si alguien anda despistado, vamos a recordarlo: hacer educación afectivo-sexual es hacer profesión, no milagros. Los milagros son competencia de Dios y no existe interés por nuestra parte en quitarle el monopolio.

De este modo, hay que incidir en la idea de que ‘sobre sexualidad y sexo’ no puede educar cualquiera. Aquellas personas cuya docencia se basa en impartir la asignatura de Biología no pueden hacer malabares con la programación para hacer educación afectivo-sexual y no profundizar en la meiosis, el gen y Alfred Russel Wallace. Posiblemente no solo es que no tengan tiempo sino que, con todo el respeto del mundo, puede que tampoco posean las habilidades y competencias específicas para hacer educación afectivo-sexual de forma profesional. Esto no significa que no aporten, al revés, todo suma, pero hablar de reproducción, de la herencia del sexo y brevemente de anticoncepción no es suficiente.

Tampoco vale la buena voluntad para hacer educación afectivo-sexual. Se ha popularizado la idea de cualquier persona voluntaria de una ONG, con una formación básica impartida por la misma, puede hacer educación afectivo-sexual en un aula. De este modo, no solo se precariza la profesión de quienes somos sexólogas y sexólogos sino que también se devalúa la misma educación afectivo-sexual. Si una institución o centro educativo cree que un voluntario o voluntaria sin formación oficial en sexualidad humana puede hacer educación afectivo-sexual integral, ¿también permitirá que la educación vial la imparta una persona que no tiene carnet de conducir y que ha recibido una formación básica, no oficial, por parte de una entidad?

La educación afectivo-sexual debe suponer un compromiso social. Importa la formación, el enfoque y la información a las familias. La formación que capacite para hacer educación afectivo-sexual en un aula debe estar acreditada y el enfoque no puede ser otro que integral, es decir, que asuma los aspectos biológicos, psicológicos y sociales que con respecto a la sexualidad y el sexo refieren al ser humano. Por ejemplo, no sirve de nada explicar cómo se pone un preservativo si antes no se ha trabajado la autonomía, la responsabilidad y el cuidado compartido. En saco roto cae también trabajar en el aula el consentimiento sexual si luego nuestros chicos y chicas no conocen los recursos regionales donde pedir ayuda, por ejemplo, el Centro de Atención Integral a Víctimas de Agresiones y /o Abusos Sexuales.

Además, hay que informar a las familias sobre las iniciativas en educación afectivo-sexual. Los y las profesionales no trabajamos contra las familias, de hecho, no son pocas las que agradecen nuestras intervenciones porque no saben cómo abordar los cambios de la pubertad, los primeros noviazgos o las relaciones sexuales con sus hijos e hijas. No obstante, informar a las familias no es cuestionar la capacidad profesional de quien imparte este tipo de iniciativas, sembrando la duda sobre los contenidos impartidos y tampoco vulnerando los Derechos Humanos de las personas (como el derecho a recibir educación sexual durante la juventud) como pretenden determinadas fuerzas políticas o poderes religiosos.

La educación afectivo-sexual no convierte a nadie en homosexual. La homosexualidad ni es un delito ni una enfermedad. Nadie deja de ir al trabajo por ser homosexual. Sin embargo, la educación afectivo-sexual sí permitirá que si tienes un hijo o hija homosexual, las personas que hay en su aula, esos seres adolescentes que viven con sus problemas de acné y entre canciones de Don Patricio, le respeten, acepten y entiendan que la diversidad no es la excepción sino la norma. Digo más, la educación afectivo-sexual puede influir para que tu hijo o hija, que no es homosexual, sea más tolerante con el colectivo LGTBI. Es decir, con las personas con las que convivirá en su presente y en su futuro.

De un modo similar, estos aspectos sobre educación afectivo-sexual deber ser extensibles en la aplicación de la educación en igualdad. Las reivindicaciones feministas son para las calles y la educación en igualdad para las aulas. Cabe hacer un incómodo apunte en estos tiempos de proliferación de lo políticamente correcto. De igual modo que nadie está obligado a creer en Dios, tampoco está obligado a ser feminista, pero, en otro orden de cosas, las instituciones y gobiernos sí tienen la competencia y compromiso (a las leyes y tratados internacionales me remito) de educar y promover la igualdad entre mujeres y hombres. Hacer educación en igualdad es una vacuna contra la violencia machista y las relaciones tóxicas. Por ello, es fundamental que la explicación del delito evite discursos ideológicos y sensacionalistas. Entrar a un aula y creer que se hace educación en igualdad hablando de que ‘la justicia es patriarcal’ o de que los hombres son ‘violadores en potencia’ es no solo falso, también una estafa educativa para la juventud, las familias y el conjunto de la ciudadanía. La educación en igualdad no es tratar a los chicos como verdugos y a las chicas como eternas víctimas. Ni ellos vienen de Marte ni nosotras de Venus, por el contrario, todos y todas venimos del mono y somos capaces de cuestionar nuestras actitudes, empoderarnos como hombres y como mujeres y aprender sobre buen trato en las relaciones de pareja. 

Expuesto todo lo anterior cabe la pregunta, ¿para qué sirve la educación afectivo-sexual y la educación en igualdad?  Sin duda, para algo tan cursi como es hacer un mundo mejor, donde los chicos y chicas puedan aprender a cuidarse, respetarse, aceptarse, ser responsables y autónomos, capaces de aplicar la ética del cuidado personal y mutuo, de resolver conflictos sin violencia, de elegir cómo vivirse en la diversidad de ser hombre y ser mujer, atesorar el conocimiento científico y evitar el tabú sobre el sexo, incorporar el autocuidado, discernir entre la pornografía y el sexo real, aplicar el consentimiento sexual, conocer el propio cuerpo, entender sin angustia ni culpa el placer, asumir la importancia de la salud sexual y amar desde la autonomía, el respeto y el amor propio. La pregunta ahora es, ¿quién o quiénes pueden estar en contra de todo esto? Digámoslo de nuevo: el rumor del ‘adoctrinamiento’ pone en riesgo el derecho a la información, dificulta el trabajo de los y las profesionales y provoca que las instituciones pierdan credibilidad, especialmente en un momento donde la violencia sexual y los contagios de ETS se incrementan en la juventud. Esto es sumamente preocupante. La juventud importa. Sin educación afectivo-sexual y sin educación en igualdad, continuará la involución y será la pornografía quien siga educando a los y las más jóvenes.

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