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Medio millar de muertes por COVID-19 en la Región de Murcia: “Se permitió que el hospital Morales Meseguer se colapsara”

UCI durante la pandemia de coronavirus

Elisa M. Almagro

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La COVID-19 en la Región de Murcia ya se ha cobrado más de medio millar de vidas. La Comunidad ha atravesado una semana negra, la del 9 y el 15 de noviembre, con un total de 82 fallecidos.

Con casi 50.000 casos desde el inicio del brote y una incidencia acumulada de 678 casos por cada cien mil habitantes, la Comunidad se encuentra en uno de los puntos mas álgidos de la epidemia.

La Región atravesó lo peor de la primera ola a partir de mediados de marzo y no afrontó su primera muerte por COVID hasta el día 20 de ese mes. Un total de 150 personas murieron a causa del coronavirus durante este periodo. Una cifra que ahora se ve duplicada en la segunda ola, con 352.

“La primera ola nos pilló a todos los sanitarios por sorpresa como al resto de la población en general. De pronto se nos echó encima una enfermedad que habíamos visto que estaba en China y en Italia”, recuerda una de las internistas del Morales Meseguer asignadas a la planta COVID.

“Aunque ya nos estábamos preparando desde el punto de vista de protocolos fue un aluvión, una catarata de pacientes”, continúa la internista. A mediados de marzo, la Región acumulaba 71 casos de COVID-19, que ascendieron a 974 el 31 de marzo. “Sobre todo en mi hospital, en el Morales, los primeros focos dependían directamente de nuestra área hospitalaria. Durante la primera ola estaban en Murcia centro y en Molina de Segura”, recuerda la profesional.

“En mi opinión no se ha gestionado bien el área metropolitana”, critica Miguel Ángel Sánchez, enfermero de la planta COVID del hospital Reina Sofía y miembro de la asociación Sanitarios Necesarios. “Había un protocolo inicial que duró muy poco, si aparecía alguien en urgencias con coronavirus se le derivaría a la Arrixaca, pues ahí estaba el equipo y el personal formado”, explica. “En cuanto hubo dos o tres casos se suspendió ese protocolo y se ordenó que cada hospital gestionase los casos de su área. Fue de la noche a la mañana y sin presión hospitalaria para eso. Se permitió que el Morales se colapsara”, denuncia el enfermero.

“Nosotros -en el Reina Sofía- no llegamos a tanto colapso, pero íbamos un pasito por detrás, nuestra UCI es muy pequeña. Tuvimos suerte de que empezamos más tarde y coincidió con el confinamiento. En la primera ola nuestra unidad tenía un tope de 20 camas. Luego se abrió otra unidad con otras 20 que llegó a la mitad de su capacidad. Creo que llegamos a tener 35 pacientes en el pico máximo”, señala Sánchez.

“Desbordados y poco respaldados”

Durante la primera ola, los sanitarios tuvieron que trabajar al borde del colapso y con una dolencia prácticamente desconocida: “Pese a que en toda mi planta el personal tenía de media una experiencia de más de 10 años, perdimos la sensación de control. Era una forma de trabajar distinta con unos pacientes distintos y en circunstancias distintas”, asegura el enfermero.

“Fue una mala experiencia, era todo muy triste, sobre todo cuando salías fuera y lo veías todo cerrado por el confinamiento. Luego venías a casa, los padres mayores... Intentas aliviar a la gente ingresada que está tan sola. Gente mayor, sin familiares, todo eso ha influido mucho. Los enfrentamientos políticos desanimaban un poco, pero intentabas centrarte en tu trabajo” lamenta la internista.

“Nos vimos muy desbordados y en ocasiones a nivel de gestión hospitalaria muy poco respaldados”, apunta Sánchez. “El tema estructural se tuvo que hacer desde media base. Nuestros compañeros nos ayudaron a desbloquear camas para poder dejar la planta solo para COVID. Al principio estuvieron pacientes COVID y otros infecciosos en la misma planta”.

EPIS de bolsas de basura

“Las EPIS las hacíamos en casa: bolsa de basura, gafas de piscina y mucho miedo. En mi caso a finales de diciembre a mi mujer le encontraron un pequeño tumor en el riñón. La operaron en enero y la pandemia empezó cuando salía de la convalecencia. Y con dos niños... Tenía que ir a trabajar sin medidas de protección. Muchos días volvía llorando a casa, había mucha tensión”, cuenta Sánchez.

La internista del Morales recuerda que durante el colapso “íbamos a trabajar dos días seguidos por la mañana, dos seguidos por la tarde y luego al quinto hacíamos una guardia y descansabamos dos días. Tras una guardia en la que se me venía el mundo encima me vine a casa llorando. Cerré todas las redes esos dos días y al volver los casos habían bajado”.

El número de casos comenzó a bajar de forma abrupta a mediados de abril, y los datos de la Región se estabilizaron en forma de meseta durante los meses de mayo, junio y julio, hasta que volvieron a aumentar a principios de agosto. “Cuando nos desconfinaron sabíamos que habría una segunda ola. Pero en Murcia empezó tan pronto, fue a finales de agosto. Poco a poco fue creciendo y ahora que estamos en noviembre llevamos dos meses y medio de un brote muy bestia”, señala la sanitaria del Morales. “En la primera ola pasamos casi de puntillas. Pero el pasado viernes llegó información de nuestros compañeros de Caravaca y ahora están al borde del colapso. En la primera ola ni se enteraron, era un oasis sin coronavirus”, afirma.

“No vemos la luz”

Enrique López, supervisor de enfermería en el hospital Reina Sofía, cuenta que tanto él como su equipo se enfrentan a esta segunda ola: “Más cansados física y psicológicamente. Esta segunda ola se está alargando mucho. No vemos la luz”.

“Vemos mucha diferencia entre la presión asistencial y lo que estamos sufriendo dentro del hospital cuando salimos a la calle, la percepción es muy diferente”, observa López.

“Ahora es el contraste, salíamos a la calle y no veíamos a nadie. Y ahora la gente está como si nada, al menos hasta las últimas medidas que se han tomado. Tal vez sea bueno que sea así, que la gente, con cuidado, viva su vida”, reflexiona la internista.

Más de 150 fallecidos en residencias murcianas

El pasado domingo, un hombre de 90 años se precipitó por la ventana de su residencia Montepinar. Tiene 90 años y decidió empaquetar sus cosas en una mochila e intentar huir de la institución, que acumula 26 casos positivos en la actualidad.

De acuerdo con Salud, en la primera ola 66 ancianos fallecieron en sus residencias. En lo que llevamos de segunda ola ya se ha superado esa cifra, que de acuerdo con el portavoz del Comité de Seguimiento del COVID en la Región, Jaime Pérez, alcanza el centenar de muertes.

Un total de nueve residencias de la Región cuentan con casos confirmados de coronavirus, con 279 residentes y 26 empleados contagiados. Preocupa especialmente la residencia Villanueva del Río Segura, donde 63 usuarios y 18 trabajadores han dado positivo.

A principios de noviembre un grupo de auxiliares de enfermería hicieron llegar al CORECAAS, el equipo encargado de atender los brotes en las residencias, un documento denunciando las condiciones en las que se encuentran los centros de mayores.

PP, Ciudadanos y Vox rechazaron la apertura de una comisión de investigación para las residencias de mayores y han optado por un comité técnico, definido desde la oposición como: “Un comité Juan Palomo, en el que López Miras actúa con la lógica del yo me lo guiso, yo me lo como”. La portavoz de Podemos en la Asamblea Regional, María Marín, ha asegurado que “no hace falta ser vidente para saber que el resultado de la investigación de este comité de López Miras va a ser exonerar de cualquier responsabilidad al Gobierno Autonómico”

“Infectándose en casas-patera”

“En la segunda ola ha habido problemas de determinantes sociales en poblaciones muy precarizadas como los jornaleros que viven hacinados y que muchas veces no pueden dejar el trabajo”, señalan fuentes sanitarias que han seguido este problema de cerca.

“La agricultura es un sector muy importante, pero muy precarizado. Totana es un ejemplo de casas-patera, donde una habitación se alquila a una familia o varios temporeros por meses y esto antes no pasaba”, denuncian, “Hace 15 años las empresas hortofrutícolas tenían residencias en sus fincas, los jornaleros vivían allí y tenían comedores. Las condiciones precarias en las que se ven obligados a vivir aumenta la posibilidad de contagio”.

“Llevamos décadas arrastrando falta de políticas sociales y ahora aponer una solución es muy complicado”, lamentan.

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