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¿Tus hijos se pelean a muerte? Que no cunda el pánico, eso es bueno

Imagen de archivo de un grupo de niños jugando.

Elena Couceiro

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“Mamáaaaaaa, me ha quitado mi juguete”, “Papáaaaaaaa, es que me ha pegado”, “¿No podemos devolver al hermano?”, “Odio ser la mayor, siempre me echáis la culpa de todo”, “Odio ser el pequeño, siempre tengo que obedecer a la mayor”, “Odio tener hermanos”.

Todas estas frases las he escuchado en casa y algunas de ellas en los últimos tres días, cuando ya empiezan a olvidarse en un cajón los propósitos de Año Nuevo. Uno de ellos era llevar mejor las agotadoras peleas de mis cachorros, pero la idea de trabajar el ambiente familiar no va mucho con mis hijos, que se pasan todas las tardes y todo el fin de semana peleando. Y los adultos, muchas veces fuera de nuestras casillas, nos ponemos sobre los hombros un trabajo más, de jueces y de detectives, para tratar de poner fin a tanta pelea.

Hablo con Antonio Ortuño, psicólogo infanto-juvenil, autor del libro Familias inteligentes y padre de dos hijas, y confirmo mis sospechas: las discusiones fraternales (y a veces fratricidas) son uno de los asuntos que más nos preocupan. “Las peleas entre hermanos, junto al uso responsable de las pantallas, son de las consultas que más recibo. Es algo habitual y normal que ocurre en todos los hogares, y que desespera a muchas familias. Desespera porque son conductas que no se sabe bien cómo gestionarlas, cómo controlarlas, por lo que se ponen en marcha multitud de estrategias para afrontarlo”, explica.

María Soto, responsable del proyecto 'Educa Bonito', aporta otras explicaciones a la preocupación de las familias por las peleas entre hermanos: “Las peleas entre hermanos nos preocupan porque pensamos que quizás nuestros hijos se pueden llevar mal en un futuro, pero sobre todo creo que preocupan sinceramente porque molestan, porque parece que se genera un clima tóxico negativo y no nos gusta. Nos gustaría que hubiera armonía, nos gustaría que se llevaran bien y se genera mucha tensión en casa cuando hay peleas”.

Con la lupa de detective y la maza de juez a cuestas

¿Qué hacemos las familias cuando nuestros hijos se pelean a matar? Una de las frases que más sacamos a pasear es el típico: “¿Quién ha empezado?” para averiguar qué ha pasado y dictar sentencia. Antonio Ortuño considera que estas estrategias no tienen mucho sentido. Cuando hacemos de detectives y jueces, dice, “normalmente te encuentras con dos versiones del hecho que apenas tienen coincidencias, pero se intenta sacar conclusiones de lo que ha ocurrido”.

Con esta forma de abordar las peleas entre hermanos, lo que les estamos enseñando, sigue Ortuño, es “que mientan. Cuanto más dramática sea mi versión, más probabilidades de conseguir mantener el juguete bajo mi poder”. Además, les animamos con estas estrategias a que compitan. “Cuando se asume el papel de juez, la sentencia hace que una gane, y otro pierda. Uno tiene el juguete, el otro no (o ninguno de los dos, según te pille). Y el que pierde no se da por vencido y empieza a ”fabricar“ una nueva pelea”.

María Soto está de acuerdo: “Cada vez que nuestros hijos tienen un roce lo que solemos hacer es intervenir y al intervenir estamos evitando que ellos desarrollen habilidades sociales para acabar solucionando sus problemas entre ellos. Lo que pasa es que nos cuesta mucho porque queremos que en el momento dejen de discutir”.

Las peleas entre hermanos como un buen aprendizaje

Ambos expertos creen que el secreto para solucionar las peleas entre los hijos es (redoble de tambor) entender que son normales, que se van a producir y dejar de verlas como un problema, un fracaso nuestro o algo que tenemos que ir corriendo a solucionar. María Soto subraya que estas discusiones son necesarias. “Tener hermanos significa tener un laboratorio social en el que están aprendiendo un montón de habilidades para relacionarse con los demás. Si entendemos las peleas como cuando vemos a otros cachorros mamíferos jugando, como una manera de jugar, de acercarse al otro, pinchándose, picándose, buscándose, no nos agobiaríamos tanto y sobre todo entenderíamos que nosotros no tenemos que solucionar esas peleas, que son ellos los que los que tienen que aprender a tramitar sus conflictos y a generar sus propias soluciones”.

Antonio Ortuño abunda en esta idea de ver las peleas entre hermanos como un aprendizaje de habilidades: “Las peleas entre hermanos son oportunidades que tienen para entrenar sus competencias, sus habilidades para resolver conflictos. Necesitan ponerse a prueba en contextos seguros, y qué mejor contexto seguro para entrenarse que el seno familiar”. Así que propone que los adultos no asumamos “el problema de forma exclusiva, que no intentemos a toda costa que no se peleen, sino que aprovechemos para que sean hijos e hijas los que aprendan estrategias más inteligentes para resolver los conflictos que irremediablemente se van a encontrar en sus vidas”.

La hora de abordarlo

Vale, muy bien, las peleas son buenas, son un aprendizaje, me digo como un mantra para sobrellevar el ambiente bélico en mi hogar. Pero ¿qué hacer en concreto cuando se producen? Antonio Ortuño propone “tener bajo control aquello que desean (el juguete o el mando de la televisión) y dejar que lleguen a un acuerdo. Limitarte a decir, con la mayor tranquilidad posible: 'Yo estoy haciendo la cena, cuando os pongáis de acuerdo, os doy el mando' (o el juguete o lo que sea)”.

No hay que pasarse de ilusos, aclara Ortuño: “La respuesta no será 'Gracias por darnos la oportunidad de llegar a un acuerdo, mamá. Ahora hacemos una asamblea y lo decidimos'. Están acostumbrados que sea el mundo adulto el que decide, y les cuesta asumir la responsabilidad. Pero con el tiempo, se comprobarán los resultados. La especie humana ha evolucionado de forma más inteligente cuando ha colaborado, cuando ha cooperado para conseguir sus objetivos. Las peleas entre hermanos pueden ser oportunidades para que puedan aprender a cooperar”.

María Soto ofrece otra clave: la confianza: “Cada vez que recurran a nosotros en mitad de una pelea, es bueno ser capaces de transmitir desde la calma con 'esto son cosas vuestras, vosotros lo vais a solucionar seguro', desde la confianza, no como lavándonos las manos o despreocupándonos. Se trata de transmitirles ”entendemos que estáis pasando mal momento pero también confiamos plenamente en que vosotros vais a saber solucionarlo. Cuando os calméis seguro que encontráis una solución juntos“.

¿Cómo cultivar una buena relación entre hermanos?

Antonio Ortuño subraya que la clave de un buen ambiente familiar está en “las funciones parentales que están recogidas en un documento elaborado por el Consejo de Europa desde 2006. Son la aceptación incondicional y el control respetuoso. La primera se refiere a cómo atendemos al plano emocional de los hijos e hijas y la segunda al plano del comportamiento. Una primera regla para fomentar un buen clima sería ser muy amables siempre con las emociones de nuestros hijos e hijas, pero muy coherentes y firmes con lo que decimos que vamos a hacer”. Además, se muestra partidario de “saber distribuir de forma inteligente las responsabilidades del hogar a la hora de resolver los conflictos. La responsabilidad puede ser adulta, compartida o de nuestros hijos e hijas”. Ser firmes pero amables si nos toca decidir, aprender y enseñar a negociar si es una responsabilidad compartida y permitir a nuestros hijos tomar sus propias decisiones son algunas de las estrategias que propone Ortuño.

María Soto, por su parte, defiende que “para que los hermanos se lleven bien lo único que tenemos que hacer es dejar de hacer ciertas cosas que hacemos sin darnos cuenta, que propician a veces los celos. Hay que entender que cada miembro de la familia tiene que encontrar su lugar, buscar su papel como si fuera una obra de teatro”. Por eso propone “no comparar, no etiquetar, no tratarlos igual porque cada uno es diferente y evitar utilizar la competitividad como recurso educativo como el recurrente a ver quién llega antes”. Además, cree necesario “pasar tiempo a solas con cada uno de los hermanos. Es fundamental para que ellos tengan su espacio con cada uno de sus progenitores”.

Soto señala además una trampa en la que tal vez he caído llevada por el deseo de tener las tardes y los fines de semana en paz: “Es importante entender que el buen clima familiar 100%, sin ningún tipo de roce, es imposible. A veces, pretenderlo justamente favorece la tensión que lleva a las peleas en familia. Donde hay roce humano hay conflicto”. Pero eso sí, nos propone “redirigir ese conflicto hacia aprendizajes, normalizarlo y después posteriormente y previamente hablar a los niños de temas como empatía y respeto, pero no en el momento de la pelea, porque la pelea es sagrada, es suya y tienen que tramitarla ellos”.

Vaya, ahora me están dando ganas de que tengan una buena pelea, a ver si puedo mantener la maza y la lupa a raya. Menos mal que no van a tardar mucho, que mis hijos parecen haberse apuntado a un máster de gestión de conflictos.

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