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¿Eres mujer? Pagas más

Muchas peluquerias cobran a sus clientes por su género y no por el trabajo realizado.

Patricia Burgo Muñoz

Ser mujer cuesta más. La desigualdad de género se refleja en muchas realidades ya conocidas, como la dificultad para acceder a puestos de responsabilidad, la diferencia salarial con respecto a los hombres, o los roles tradicionalmente asignados a las féminas y que no se consiguen enterrar. A todo esto hay que sumar una nueva queja que ha salido a la luz recientemente: las mujeres pagan más por productos similares. Una práctica a la que han llamado ‘tasa rosa’.

La queja la ha puesto de actualidad el movimiento feminista francés Georgette Stand que ha logrado despertar el interés por este sobrecoste. La agrupación ha realizado una comparativa de precios entre diversos productos que, a pesar de ser muy similares, son más caros si están destinados al público femenino. Los ejemplos van desde las cuchillas de afeitar –un paquete de cinco unidades de color rosa cuesta 1,80 euros, frente a 1,72 euros de un paquete de 10 cuchillas ‘masculinas-, a perfumes, juguetes, o un simple corte de pelo.

Las asociaciones de consumidores españolas no han recibido ninguna queja a este respecto y tampoco han realizado nigún estudio acerca de una realidad que hasta ahora ha pasado desapercibida. Desde FACUA achacan la diferencia de precios “al gran fraude -legal, eso sí- que es la sociedad de consumo”. Su portavoz Rubén Sánchez asegura que el sobreprecio se dirige a “determinados perfiles de consumidor”, y se fijan “en aquellos que están dispuestos a gastar más dinero, ya sean hombres, mujeres, heterosexuales, homosexuales...”, aclara.

Pero, ¿por qué existe esta diferencia de precio específica en productos dirigidos a mujeres o a hombres? ¿Y por qué no ha salido a la luz hasta ahora? Lina Gálvez, economista y profesora de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, cree que la evolución del mercado en los últimos 30 años ha llevado a esta situación. “Hasta los años 80, los productos estaban estandarizados” pero el acceso de la mujer al mercado laboral y la posibilidad de contar con ingresos propios, señala Gálvez, “ha provocado un consumo más específico y no solo dirigido a las familias”.

Los fabricantes y las empresas de 'marketing' se han encontrado con “millones y millones” de mujeres que pueden tener un gasto diferenciado. Esto unido a la revolución de las tecnologías y la posibilidad que ofrece internet de conocer los intereses específicos de cada consumidor “nos ha convertido en compradores individualizados”, comenta.

Sexualizar el consumo

Hasta aquí la explicación puramente académica desde un punto de vista mercantil. ¿Dónde comienza la desigualdad? Según Gálvez, “ha habido una retroalimentación entre empresas de 'marketing' y empresas de fabricación que se basan en unos estereotipos que además fomentan, se está sexualizando el consumo”, dice.

En este sentido, la economista advierte de que “los estereotipos son muy potentes” y cita como ejemplo el consumo infantil de ropa y de ocio. “Desde que Disney puso en marcha la línea princesa, las niñas solo se mueven por esa línea, las princesas, el color rosa…” explica. “Se está hipersexualizando a los niños y eso hace que los adolescentes adopten unos roles más sexualizados, en esta generación es incluso más pronunciado que en otras épocas y al final las mujeres estamos socializadas en estos estereotipos”, advierte.

Ante esta realidad la economista considera que las cosas pueden cambiar pero “va a costar mucho”. “No es tan fácil como parar una campaña de una marca determinada, esto es una fuerza muy potente y muy difícil de parar. Es un proceso que viene de lejos, y no va a ser fácil contrarrestar”, reconoce. Pero al mismo tiempo se muestra esperanzada “una vez que empiece a moverse, y lo vamos a mover, las cosas podrán cambiar”, concluye.

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