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Sobre este blog

eldiario.es presenta 'Operación Chanquete', novela veraniega por entregas escrita por Isaac Rosa e ilustrada por Manel Fontdevila. Una mirada crítica a la nostalgia y la mitificación de los años ochenta, protagonizada por un misterioso grupo de jóvenes activistas, que con sus espectaculares acciones denuncian la falta de futuro. Una historia de intriga y humor llena de precarios, submileuristas, becarios y gente que no se ha enterado de que la crisis ya pasó.

Descabezada la cúpula del comando Verano Azul

Descabezada la cúpula del comando Verano Azul

Isaac Rosa / Manel Fontdevila

Todos recordáis la secuencia. Los que ya tenéis una edad, la recordáis con emoción, en plan trauma infantil, os asoma la lagrimilla. Los que tenemos menos años la hemos visto también mil veces, cada vez que nuestros padres nos ponían la serie en Youtube, o convertida en meme recurrente en redes.

Están todos en la playa, la pandilla al completo, y se oye a lo lejos la voz de Pancho, gritando. Entonces aparece entre las cañas, corre por la arena con la cara desencajada, y da la noticia: “¡Chanquete ha muerto! ¡Chanquete ha muerto!”

Así me imaginé al grupo cuando recibiesen la noticia. Estarían reunidos en la nave abandonada, todos con las caretas puestas, esperando la videollamada en el ordenador, y en ese momento llegaría corriendo el de la careta de Pancho, con la careta desencajada, y daría la noticia: “¡Chanquete ha sido detenido! ¡Chanquete ha sido detenido!”.

Esa era la noticia del día, de la semana, del verano: la policía había detenido a Chanquete. O dicho con el lenguaje que usaron algunos medios: “La policía descabeza la cúpula del comando Verano Azul”.

-Descabezar, cúpula, comando… Cómo les gusta a algunos el viejo vocabulario de la lucha antiterrorista –dijo el director en la reunión de redacción.

Pero esperen, me estoy adelantando. Nos habíamos quedado en el momento en que yo estaba entrevistando a “Quique”, tras el concierto ese de la EGB, y me avisaron de que tenía un paquete esperándome en el periódico.

Por suerte ya se habían acabado los jueguecitos nostálgicos del principio, ahora me enviaban un pendrive mondo y lirondo. Aun así, lo pinché temiendo que sonase otra vez Loco Mía o Parchís, pero nada, se abrió de inmediato el archivo.

Un vídeo. De reservado de restaurante, como los del primer envío. Pero esta vez con sonido.

La jefa de información política reconoció de inmediato a uno de los comensales:

-Es un juez del Supremo. Uno de los miembros del tribunal que juzga el 'procés'.

Ahí estaba el juez, al final de una comida con varios colegas del Supremo. Sin por supuesto saber que había una cámara, y con la relajación propia de una sobremesa con orujo. En el corte que nos habían enviado, el magistrado hablaba de “los catalanes”. Los catalanes esto, los catalanes lo otro. Explicaba lo que en su opinión habría que hacer para resolver de una vez por todas “lo de los catalanes”. Hasta chistes acabó contando, chistes viejísimos de catalanes tacaños.

Todo eso podía disculparse, pensamos en el periódico con los primeros minutos de grabación. Era un asunto incómodo, poco presentable, pero el juez estaba hablando en privado, nadie piensa que los magistrados sean almas puras sin opiniones, ideología y hasta con poca gracia. Se espera que luego se pongan la toga y dejen todo lo anterior en el reservado del restaurante. Pero el juez siguió hablando y contó más cosas. Sobre el proceso judicial. Reveló conversaciones con otros miembros del tribunal. Habló de su relación con la fiscalía, y hasta con la acusación popular. Y lo peor, habló de la sentencia que todavía no estaba redactada. Un bocazas, vaya.

No tuvimos dudas sobre si publicarlo o no. Si no lo hacíamos nosotros, lo sacarían otros, o lo difundirían ellos directamente. Así que lo publicamos de inmediato. Y empezó el terremoto político, cuyas consecuencias ya conocéis, no voy a aburriros repitiendo lo que ya sabéis, la que se montó en Cataluña, lo que hicieron las defensas de los acusados, o lo que dijo la prensa europea.

Y sí, ahí fue cuando empezaron a ponerse las cosas serias. Hasta entonces era un grupo de niñatos jugando con fuego pero sin quemar nada grave. A partir de ahí dejaron de ser niñatos para convertirse en un “comando”, que tenía una “cúpula” y que estaba “atentando” contra las instituciones y la democracia. Así lo repitieron varios medios, tertulianos y portavoces políticos, que exigieron la comparecencia inmediata del ministro de Interior y pidieron contundencia policial contra “las nuevas formas de kale borroka”.

La inspectora Velasco me llamó para despedirse. La habían apartado del caso:

-Alguien desde arriba ha decidido ponerse al frente y lanzar toda la artillería. Con el tema Cataluña no se juega, deberían saberlo.

Y así fue: al día siguiente el ministro anunció la detención de “Javi”, que era el autor de la filtración del vídeo. Resultó que “Javi” era militante de una organización independentista y, según declaró, se había metido en el grupo de Chanquete para ver si de allí salía algo que pudiesen usar para su propia causa. Entre el material grabado en restaurantes apareció lo del juez, y no dudó en sacarlo, lo hizo por su cuenta sin decir nada al resto del grupo.

-Así que Javi también era un infiltrado. Ya van cinco. Menuda tropa –pensé.

De pronto cambió todo el relato. Lo que hasta entonces era “la lucha imaginativa de unos cuantos jóvenes descontentos”, para algunos medios y tertulianos pasaba a convertirse en “la última maniobra del independentismo contra España”, “un ataque a la democracia”, y hasta “un nuevo intento de golpe de Estado”. No solo el último episodio con el juez, sino todo lo revelado antes, todo era parte del “golpe de Estado”.

Pocas horas después de la caída de “Javi”, saltó la noticia en todas las redacciones: “¡Chanquete ha muerto!”

Es decir: “Chanquete ha sido detenido”. O con las palabras de cierto periódico, que llevó a portada la foto del detenido: “La policía descabeza la cúpula del comando Verano Azul”. Habían atrapado a Chanquete.

El detenido, pese a su juventud, era un viejo conocido de la policía, que lo tenía más que fichado. Y lo reunía todo, era el villano perfecto: algunos medios le adjudicaron vínculos con el independentismo catalán, con Bildu, con Podemos, con Venezuela y hasta con el yihadismo, aunque este último estaba muy cogido por los pelos. Un monstruo que, tras el entrañable rostro de Chanquete, quería destruir España, y que había manipulado a unos cuantos jóvenes inconformistas y se había ganado la simpatía de miles de personas con sus acciones. Hasta que cayó la careta.

En cuanto vi su foto en las portadas, llamé a la inspectora Velasco, que se sorprendió de mi llamada:

-Carmela, el caso ya no es mío, lo llevan desde arriba.

-Ese no es Chanquete.

-¿Qué?

-El que han detenido no es Chanquete. No sé de dónde ha salido ni si tiene alguna relación con el grupo, pero te aseguro que no es.

-¿Y cómo lo sabes, si no le viste la cara en la reunión?

-Pero oí su voz.

-¿Y por qué estás tan segura, has oído hablar al detenido?

Hice la típica pausa dramática antes de soltarlo:

-Porque Chanquete es… una mujer.

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