Santa Angela de los Refugiados
A la canciller alemana le han sentado bien las vacaciones, ha hecho examen de conciencia y al llegar septiembre ha colgado en un imán de la nevera sus propósitos para el nuevo curso: “Voy a ser buena, voy a ser buena, voy a ser buena”. Tras pisotear en julio a los pobres griegos pobres, y hacer llorar a una niña palestina, a doña Angela Scrooge se le apareció el fantasma de las navidades futuras y le dijo que por ese camino acabaría sola y amargada.
Así que ahí la tienen: hace solo un mes la retratábamos con bigotillo hitleriano, y hoy es reconocida como la campeona de la solidaridad, la madre amantísima de los parias de la tierra, la que afea a Europa su falta de piedad. A diferencia de otros gobernantes, ella no ha necesitado ver a un niño muerto en la playa para que se le ablande el corazón: lo suyo es bondad sin colorantes artificiales. Mientras los malos europeos ponen alambradas y se lavan las manos, la hermana Merkel extiende alfombra roja a 800.000 desvalidos.
Que nooooo, me dice un malpensado: que no hay caída del caballo, ni tampoco un trastorno de personalidad, una Angela Jekyll con los refugiados que al ver un griego se convierte en Merkel Hyde; sino una sola Angela Merkel que con sirios y griegos hace exactamente lo mismo: defender los intereses de Alemania. Ni una santa con los refugiados, ni una diablesa con los griegos: solo defiende sus intereses. Los de la clase dominante alemana, aclaremos, que no tienen por qué coincidir con los de la mayoría social alemana. Ni por supuesto con los intereses de los refugiados. La voluntad de acogida de Merkel coincide estos días con la impresionante ola de solidaridad de la población alemana, y con las necesidades urgentes de los refugiados, así que bienvenida sea. Pero no están pensando en lo mismo.
Alemania necesita que lleguen millones de trabajadores en los próximos años. El envejecimiento de la población es un problema para su mercado laboral y su sistema de pensiones, y hace tiempo que asumieron su futuro como país de inmigración. Repito: necesitan millones de trabajadores. Mi-llo-nes. Muchos. Que oímos millones y nos parece una avalancha, pero hay que recordar que en España, durante la década prodigiosa (1998-2008), llegaron cinco millones de extranjeros. Repito: cinco millones. Imaginen cuántos puede recibir la gigantesca locomotora europea. O el conjunto de Europa, con sus quinientos millones de habitantes. O la propia España.
Así que, ante la crisis de refugiados, Alemania hace de la necesidad virtud. Santa Angela abre sus brazos y su corazón, pero no a cualquier muerto de hambre: quiere trabajadores cualificados. Que a Alemania se le ha dado siempre muy bien la selección de personal. Le han venido de perlas los españoles que llegaron estos años con su titulitis en la maleta. Y le vendrán muy bien los sirios, que como repiten los medios, “son como nosotros”: educados, formados, gente trabajadora. “No como esos negros que entran por el sur”, se lee entre líneas. Las alambradas europeas no están para cerrar el paso, sino para filtrar en plan portero de discoteca: tú sí, tú no, tú sí, tú no...
En el seno amoroso de Merkel caben muchos, pero sin pasarse: este año se quedará con una buena parte, pero no con todos. Los que le sobren los colocará en cuotas por toda la Unión. No solo eso: su propuesta conjunta con Hollande incluye el retorno de los “inmigrantes irregulares” a sus países de origen, “acompañarlos a la frontera de manera digna”. Que el amor de una madre es grande, pero también tiene limites.