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Arrimadas y Feijóo muerden el anzuelo

Santiago Abascal y Macarena Olona.

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Ya casi nadie se acuerda, pero en febrero del 2016 Albert Rivera y Pedro Sánchez firmaron su pacto con el cuadro de Juan Genovés 'El abrazo', del año 1976, como fondo. La elección no fue una casualidad. Esta obra simboliza la Transición, para algunos un ejemplo de reconciliación, para otros una etapa a revisar. Ciudadanos y PP eran de los primeros aunque Inés Arrimadas, en su carrera hacia la nada, y Alberto Núñez Feijóo, desandando sobre sus propios pasos, reabren ahora un debate que los redactores de la Carta Magna resolvieron en el artículo 2. Solo el miedo a Vox y las propias inseguridades explican que Arrimadas y Feijóo cometan este error y no asuman que en España existen nacionalidades. 

Uno de los constituyentes y poco sospechoso de no velar por la igualdad entre los españoles, Rafael Arias-Salgado, lo resumió muy bien durante su tramitación: “El término genera problemas; quitarlo generaría más”. El representante de la UCD lo argumentó con la cabeza fría que se requería entonces y hoy: “Somos conscientes de los problemas que suscita la inserción del término ‘nacionalidades’, pero también creemos que su desaparición podría engendrar otros mayores. Las reivindicaciones nacionalistas son un hecho y en aras de su integración en la unidad política que es España es preciso darles una satisfacción racional, compatible con el reconocimiento y la permanencia indiscutida de la nación española. Por eso aceptamos el término ‘nacionalidades’ [...] Lo que hay que hacer es interpretarlo y delimitar su alcance [...], para evitar sus hipotéticas consecuencias desintegradoras”.

Jordi Solé Tura (PCE) dijo lo que muchos no se atrevían ni a pensar y que más de cuatro décadas después hay quien lo consideraría casi como un favor al independentismo, aunque es evidente que no lo es. “La auténtica unidad de España se basa en reconocer lo que hay, señaló”. Solé Tura defendía que España era una nación de naciones, algo que el PSC con buenos argumentos o con la boca pequeña ha defendido a lo largo de su historia.

El nuevo número dos del PP, Elías Bendodo, afirmó una obviedad, que España es un Estado plurinacional, y se lió tal que Feijóo, que está aún descubriendo cómo las gastan en Madrid, acabó rectificándolo y tildando la frase de “error”. Hay ocho comunidades que se reconocen como una “nacionalidad”, entre ellas Galicia. Algunas como Catalunya y Euskadi han intentado darle un carácter más político, aunque sea sin un valor jurídico, y cuando han querido ir más lejos ha sido el Tribunal Constitucional quien ha fijado los límites. Es lo que pasó cuando a raíz de la reforma del Estatut avisó en la sentencia dictada en el 2010 que declarar Catalunya como nación no tenía “eficacia jurídica”. De hecho, por eso se puso la referencia en el preámbulo del texto aprobado en el Parlament. Tiene un carácter simbólico, cosa que en ese momento enfadó a más de un diputado de ERC y de la que entonces era Convergència.

Sin haber hecho nada, Vox puede apuntarse un nuevo tanto. Juan Marín, el candidato de Ciudadanos a la Junta de Andalucía proclamaba que quería un partido de centro y andalucista y solo unos días después Arrimadas da un nuevo volantazo en su viaje a ninguna parte. Los sondeos más optimistas apuntan que Ciudadanos podría pasar de los 21 escaños a dos. Una debacle parecida a la que sufrieron en las autonómicas catalanas y cuyo remate será, según todos los sondeos, el resultado de las próximas generales.   

Vox se autoubica en el llamado sector constitucionalista cuando muchas de sus propuestas lo que quieren es desmontar la Carta Magna. Desde cargarse un pilar básico como el modelo autonómico (aunque sea solo de boquilla) a vulnerar el respeto a las lenguas cooficiales o limitar las garantías de la libertad ideológica, religiosa y de culto. Que Ciudadanos y el PP asuman algunas de sus propuestas es un éxito que puede apuntarse la extrema derecha. Vox crece gracias a los errores de sus adversarios y este de Feijóo y Arrimadas no ha sido de los pequeños.

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