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Los bárbaros asaltan Indra

Sede de Indra
5 de julio de 2022 22:07 h

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Los cambios impulsados en Indra, la multinacional tecnológica del Ibex35, por la mayoría de su Consejo de Administración han generado una auténtica ola de indignación en el PP y en muchos medios económicos, que ponen el grito en el cielo ante lo que consideran injerencias intolerables del Gobierno. A pesar de que la SEPI, el organismo que gestiona las participaciones industriales del Estado, es el primer accionista de la corporación y que cuenta con el apoyo de una mayoría sólida del capital, el retrato común que difunden los guardianes de las esencias del capitalismo patrio bien podría asemejarse a las estampas de los bárbaros a punto de entrar en la civilizada Roma.

Pero no se trata de la civilizada Roma, sino de Indra, quizá la corporación española más emblemática en las últimas décadas de lo que el periodista Juan Pedro Velázquez-Gaztelu llama “capitalismo a la española”, con permanente interconexión entre los intereses políticos y económicos, con el Gobierno y la razón de Estado en la proa. 

Las privatizaciones de finales del siglo pasado, iniciadas por Felipe González pero rematadas y reorientadas por José María Aznar, alumbraron auténticos acorazados empresariales supuestamente privados pero siempre muy bien alineados con los intereses del Gobierno de Aznar, que nombró entre sus máximos ejecutivos a camaradas verdaderamente pata negra, de Juan Villalonga en Telefónica a Francisco González en el BBVA, este procedente del banco público Argentaria, entre otros.

El paisaje actual es en buena medida fruto de aquellas decisiones con luces largas de Aznar, que reforzaron todavía más al PP en el flanco clave del poder económico, ya de por sí muy identificado con la derecha desde siempre. Al conservar la importante participación pública en el accionariado de Indra -justificada por operar en un sector estratégico como Defensa-, la compañía tecnológica quedó como principal exponente de este modelo híbrido (de mayoría privada y en Bolsa, pero sensible a las prioridades estratégicas del Gobierno), que por supuesto parece que solo puede tolerarse cuando manda el PP. 

Las operaciones políticas pilotadas por la derecha alrededor de Indra han sido constantes desde su fundación, en 1993, como ha registrado con detalle el periodista Rodrigo Ponce de León, sin que los guardianes de las esencias del buen capitalismo mostraran jamás ningún tipo de inquietud. Y eso que el alineamiento con los intereses del Gobierno incluso llegaron a extremos tan singulares y aún hoy inexplicados como la compra millonaria de Europraxis, consultora vinculada a un hijo de Jordi Pujol, en el marco político y económico abierto tras el gran pacto entre las derechas españolista y catalanista que supuso el pacto del Majestic, en 1996, por el que Pujol hizo presidente a Aznar.

Los cambios en Indra han despertado ahora un súbito interés de los medios políticos y económicos hegemónicos hacia todas las consideraciones ESG, las siglas en inglés que definen los criterios medioambientales, sociales y de buena gobernanza de las compañías. Y ello es sin duda una buena noticia… en la medida en que hasta ahora habían ignorado por completo el cumplimiento en Indra de estos criterios, que exigen ir más allá de la lógica del beneficio y de la cuenta de resultados.

El último informe del Observatorio de la Responsabilidad Social Corporativa (ORSC), el organismo de referencia en España en el análisis exhaustivo de toda la documentación oficial depositada ante la CNMV, corresponde al ejercicio de 2020, todavía, pues, en los viejos buenos tiempos de siempre en Indra previos al asedio de los bárbaros. Y tras el análisis de más de 650 indicadores, la multinacional obtiene una puntuación discreta de solo 41,9 sobre 100, en la zona media de la tabla del Ibex35, pero equivalente a un suspenso, incluso con profesor benigno.

La calificación de Indra es especialmente negativa en el área de Corrupción, donde apenas registró un 26,18 sobre 100 al no contar con planes creíbles para atajarla, y en la de Derechos Humanos, con un raquítico 18,68 ante la falta de diligencia en adoptar los protocolos de buenas prácticas internacionales.

El informe subraya un aspecto especialmente sensible para los modelos ESG en un ejercicio tan delicado como el de la irrupción de la pandemia del Covid19. Al igual que la mayoría de corporaciones, los directivos prometieron rebajarse el sueldo en el momento de máximo sufrimiento pandémico, pero según el estudio en Indra no llegó a materializarse. Todo lo contrario: a pesar de que se informó “de una reducción voluntaria del 25% en la retribución fija de los consejeros en los meses de abril, mayo y junio [de 2020], la retribución total ha aumentado un 20,47% debido al crecimiento del beneficio bruto de las acciones o instrumentos financieros consolidados”.

Otro informe de referencia sobre las prácticas de buen gobierno en las corporaciones del Ibex35, más centrado en la política salarial, lo elabora la Fundación 1º de Mayo, de CCOO, y también arroja datos muy poco alentadores desde la perspectiva ESG en el Antiguo Régimen, sin que los nuevos evangelistas del buen gobierno llegaran a levantar la voz. Pese a contabilizar unas pérdidas netas de 65 millones de euros en el ejercicio de 2020, el salario de los consejeros subió ese año el citado 20,47%, mientras que el primer ejecutivo se embolsó el 63% más, justo cuando la gran mayoría de directivos del Ibex se rebajaron sus retribuciones por la pandemia.

En cambio, el salario medio de los empleados de Indra retrocedió ese mismo ejercicio el 1,3%, con lo que la brecha salarial entre la retribución del primer ejecutivo y el salario medio de la compañía aumentó en un solo ejercicio de un ratio de 81,2 a 134,6: el mayor crecimiento de todo el Ibex en un momento de caídas generalizadas de este indicador ante la emergencia de la covid19.

Nadie levantó tampoco entonces la bandera del ESG ante una empresa tan supuestamente modélica.

Hasta que llegaron los bárbaros.

Pero si los bárbaros estuvieran realmente a punto de asaltar Roma, lo más probable es que sintieran una gran decepción al entrar: resulta que ya llevaban muchos años dentro.

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