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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

La crisis golpea duro al Gobierno

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en una imagen reciente.

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La inquietud por la marcha de la economía domina en todos los ambientes sociales. Es palpable en la calle y en cualquier lugar en donde se encuentren más de dos personas. La subida de los precios es el asunto que más inquieta e irrita. Más, cuanto más se desciende en la escala social. Pero más allá de la situación inmediata, la de hoy mismo, lo que marca el estado de la opinión es la sensación generalizada de que la cosa va a ir a peor, de que vienen momentos malos de verdad. Poco puede hacer el Gobierno para modificar ese estado de ánimo. La propaganda tiene un límite.

Sobre todo si cada día se recrudece el bombardeo de malas noticias económicas, incluyendo entre ellas la marcha de la guerra de Ucrania. Y si la legión de tertulianos y portavoces de la derecha -todos con el mismo discurso, sin cambiar una palabra- se lanzan para anular el eco de cualquier medida paliativa o incluso contra cualquier dato positivo que aparece en los informativos. Hay tener un temple especial para aguantar tanta presión.

No hacen falta análisis muy profundos para saber que este clima de disgusto ciudadano tiene un impacto relevante en la popularidad y en las perspectivas electorales del gobierno de coalición de izquierdas. Las encuestas lo registran hace meses y esa incidencia no para de crecer. El Gobierno, incluso Pedro Sánchez, casi lo ha reconocido públicamente, con sus valoraciones negativas sobre la situación económica -más por parte de algunos ministros que de otros- y sobre todo aprestándose a cerrar cualquier fisura entre los socios de coalición, que hace pocas semanas estaban abiertas y hacían hasta pensar que el pacto iba a romperse.

Unos y otros han debido comprender que no es momento de peleas ni de lucir pecho, que lo que toca ahora es defenderse juntos. Pero, ¿pueden hacer algo eficaz el Gobierno y los partidos que lo forman para revertir las tendencias demoscópicas actuales y para cambiar el clima de pesimismo e irritación que manda en la opinión pública?

No caben respuestas tajantes a esas preguntas. Porque estas cosas son siempre complejas, y en ellas influyen más factores de los que aparecen a primera vista. Sí, los precios desbocados golpean duramente al Gobierno y favorecen las expectativas de la oposición. Incluso en esta fase incipiente de la etapa Núñez Feijóo. Porque en esa parte de la opinión pública que decidirá el resultado electoral oscilando de una parte a otra puede estar gestándose la idea de que merece la pena que uno nuevo se haga con los mandos y puede que hasta acierte donde, para ellos, los anteriores han fracasado.

Esa hipotética reflexión es mucho más peligrosa para el futuro del gobierno de coalición que cualquier campaña que pueda lanzar el PP. Por eso, y en primerísimo lugar, en lo que tendrían que esforzarse Pedro Sánchez y los suyos es en demostrar a la gente y a la ciudadanía que saben lo que se traen entre manos, que no están superados por las circunstancias, evitando cualquier vacilación y no digamos cualquier movimiento de signo contrario a la línea que hasta el momento se ha venido manteniendo.

Para llegar a las elecciones, a las municipales y autonómicas de mayo en primer lugar, que serán cruciales, pudiendo presentar cuando menos un bagaje de eficacia inmune a la labor destructiva de la oposición y de sus corifeos. Pase lo que pase después.

No es tarea fácil, desde luego. Porque en breve y también a medio plazo, a lo que está cayendo se van a sumar nuevos elementos negativos. La subida de los tipos de interés por parte del Banco Central Europeo, en primer lugar. Dentro de menos de dos semanas.

El BCE espera con esa medida frenar el alza de los precios, que considera el mayor problema económico del momento. Y que por su propia dinámica no se va a parar, porque la guerra de Ucrania y el arma del gas que Rusia está empleando en ella tiene todas las trazas de continuar aún por mucho tiempo. Entre otras cosas, porque el presidente norteamericano Joe Biden parece dispuesto a seguir alimentando el conflicto hasta donde sea.

La subida de tipos puede ser eficaz, al menos en parte. Pero tendrá el efecto negativo de encarecer las inversiones y, sobre todo, de elevar el coste de financiación de las deudas públicas, que en el caso español es muy alta -el 116 % del PIB- y tiende a seguir creciendo. Y si ese capítulo se descontrola, la cosa podría ir a peor y colocar al Gobierno ante serias dificultades para encontrar compradores de sus títulos de deuda o de poderlo hacer solo a precios cada vez más altos.

Ese fantasma sobrevuela varias economías europeas. De ahí que no esté aún claro en que cuantía van a subir los tipos. Si el porcentaje es bajo, su impacto sobre los precios será menor. Si es alto, como en Estados Unidos, sus efectos negativos podrían ser muy serios.

El Gobierno tendrá que lidiar con ese toro dentro de muy poco. Para entonces ya habrá hecho público su nuevo “plan de contingencia”, del que se sabe poco, pero del que tampoco se esperan milagros.

Poco hay que decir en estos momentos del “pacto de rentas”, que podría ayudar mucho, no solo por sus obvias consecuencias económicas sino porque trasladaría la imagen de compromiso de todos en hacer frente a la crisis. Pero parece que se ha borrado de la agenda de unos y otros. Los sindicatos hablan de movilizaciones por aumentos salariales -que son la antítesis de un pacto de rentas- y la CEOE se cierra en banda incluso a una reunión con ellos. Tal vez convencida de que basta esperar un año para que haya cambio de gobierno y el PP haga muchas de las cosas que le convienen. 

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