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Españoles en el (culo del) mundo

Isaac Rosa

Durante un tiempo tuvo su gracia ‘Españoles en el mundo’, el popular programa televisivo que muestra las vidas de compatriotas que viven en lugares remotos, a menudo exóticos. Tanto este programa, como sus versiones regionales, era en realidad una serie de ficción, del género comedia costumbrista: esos españoles que siempre echaban de menos el jamón y que nos enseñaban los rincones más pintorescos de su nueva ciudad mientras relataban anécdotas con qué ilustrar el choque cultural.

Según avanzaba la crisis, el programa fue perdiendo gracia. Ya no era una telecomedia, sino más bien un espacio de servicio público: durante un tiempo ‘Españoles en el mundo’ ha sido la única política laboral de los gobiernos central y autonómicos para los jóvenes (y no tan jóvenes): “mirad qué bien le va a estos valientes, dejad de esperar aquí un trabajo que no llegará nunca, haced la maleta y buena suerte”.

Hoy el programa parece una broma pesada, cuando empezamos a conocer casos de “españoles en el culo del mundo” que no echan de menos el jamón sino un cuarto de baño limpio, como los 128 compatriotas que llevan varios días hacinados en un albergue alemán, gastando ahorros y sin ver los contratos que les prometieron. Prepárense, porque tendremos más noticias así, de españoles estafados, explotados, abandonados. En algunos casos, atraídos por el brillo de algún capítulo de ‘Españoles por el mundo’, como ocurrió en Noruega con quienes fueron buscando casas de madera y sanidad pública, y acabaron en la calle.

El golpe para nuestra autoestima como sociedad es enorme: de pronto, nuestros hijos y hermanos, que formaban parte de “la generación mejor preparada de la historia”, se convierten en carne de cañón, ejército de reserva, mano de obra barata que a veces cae en manos de aprovechados o en enredos burocráticos que hacen más evidente la fragilidad de sus vidas. Los mismos jóvenes llamados a comerse el mundo, y que hoy marchan con miedo de que el mundo se los meriende a ellos. Todos conocemos en nuestro entorno jóvenes (y no tan jóvenes) que han dejado su casa, han guardado sus pertenencias en el trastero familiar, y se han montado en el mismo avión low-cost que hace no mucho prometía llevarles de turismo por medio planeta, y que hoy se convierte en vagón de emigrantes. No, no llevan la maleta de cartón de nuestros abuelos, pero el trolley de ruedas no hace mucho mejor el mismo viaje.

Porque ese es otro aspecto, que igualmente golpea nuestra castigada autoestima: nuestro referente con que comprender lo que hoy les pasa a miles de españoles, no es el lejano recuerdo de lo que pasaron nuestros padres y abuelos en Suiza o Alemania hace medio siglo. El espejo en el que mirarnos es mucho más próximo en el tiempo y cercano en el espacio, todavía lo tenemos en nuestros barrios: los trabajadores que hasta fechas recientes querían venir a España a trabajar en lo que fuese con tal de dejar atrás la falta de futuro de sus países. Apenas sabíamos de sus vidas, pero también eran jóvenes de las generaciones mejor preparadas de sus países, y mujeres que cuidaban a nuestros hijos mientras dejaban a sus propios hijos al otro lado del océano, y familias rotas, y a menudo también eran ellos estafados, explotados, abandonados.

Evidentemente no es igual la situación de estos españoles de Erfurt (con los que parece que las autoridades alemanas se están portando bien, mejor que las españolas), no es igual a la de quienes malvivían en nuestros invernaderos o iban de madrugada a los alrededores de la estación para esperar una furgoneta que los eligiese para una obra. Mucho menos tiene que ver con los cientos de muertos en Lampedusa. Y, por supuesto, hay muchísimos que no acaban como estos de Erfurt, incluso hay quienes de verdad encontrarán una vida mejor. Pero, con todo, no sé si estamos valorando la conmoción que implica pasar de ser un país de inmigración a otro de emigración en tan poco tiempo. Y ni siquiera ‘Españoles en el mundo’ nos endulza ya ese trago amargo.

(Déjenme recordarles un libro reciente que viene muy al caso, y en cuya edición he participado: Qué hacemos con las fronteras. Imprescindible para entender este mundo donde los trabajadores son desplazados de un lugar a otro según las necesidades del capitalismo; esa rueda en la que de nuevo hemos entrado nosotros).

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