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Irene Montero en Vanity Fair

La ministra de Igualdad, Irene Montero, responde a preguntas durante una rueda de prensa

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La entrevista a la ministra de Igualdad Irene Montero en Vanity Fair ha abierto de nuevo el debate sobre el comportamiento de los líderes de la izquierda ante los medios de comunicación. Frente a algunos partidarios de que la izquierda no debe legitimar medios claramente hostiles a sus ideas, otros consideran que deben aprovechar todas las oportunidades que se ofrezcan para poder exponer sus posiciones. 

Creo que me encuentro entre estos últimos. Si publicar en medios que no son precisamente afines a mis ideas me permite expresarme en libertad, quizás puede ayudarme a acercarme a votantes a los que, de otro modo, nunca llegaría. Y no soy el único. Es bueno recordar que Rafael Alberti y Marcelino Camacho escribían páginas terceras en el ABC, el artículo de opinión firmado más noble y extenso del diario. Ese gran maestro del periodismo que fue para mí Javier Ortiz siempre tenía claro que había que aprovechar todas las rendijas que nos dejaran para poder expresarnos. De hecho seguía escribiendo sus columnas en El Mundo mientras se dilucidaba en los juzgados una denuncia suya contra el entonces director Pedro J. Ramírez. 

Ya en tiempos más recientes, creo que la presencia de Pablo Iglesias en las tertulias de Intereconomía eran una gran oportunidad para poder exponer sus ideas en la medida en que se le dejaba expresarse en libertad. 

Pero, ¿hasta dónde se puede llegar en esa participación en medios ajenos a nuestros valores y principios? Creo que la entrevista de Irene Montero en Vanity Fair ha consistido en una cosa diferente.

Para empezar, una líder política -en mi opinión-, y menos una ministra, no debería permitir que una entrevista suya se ilustre con fotografías citando las marcas comerciales de la ropa que lleva puesta que, a buen seguro, se ha elegido desde la revista. Pero, además, una ministra de Igualdad no puede permitir un pie de foto en el que se lea: “La política y mujer del vicepresidente Pablo Iglesias luce vestido de Maje y abrigo oversize de lana de Mango” (la negrita es mía). 

No contentos con el pie de foto anterior, la referencia constante a los hijos es gravísima. No solo porque se proyecta la sensación de que la madre es la única encargada de la crianza, sino porque, aunque no puedes evitar que la prensa hable de ellos, sí puedes dejar claro que no vas a abordar temas personales ni ningún asunto referente a tus hijos. Los hijos menores no deben ser objeto de ataque político, pero tampoco de tu discurso. 

Por último, las preguntas íntimas y personales en la entrevista son intolerables, y lo que es peor, impensables si el entrevistado fuera un político varón ¿Se imaginan preguntarle al ministro de Transporte, José Luis Ábalos, sobre la posibilidad de “una pareja abierta” o si “ha tenido relaciones” con hombres?.

Creo que ha sido un error de la ministra de Igualdad aceptar la entrevista en esas condiciones. No debería haber ningún problema para aceptar una entrevista de Vanity Fair, pero la dignidad de una ministra hubiera consistido en dejar claro que se iba a vestir con la ropa que quisiera, que no se iba a citar ninguna marca comercial de su indumentaria y que no aceptaría preguntas personales. Y si algún elemento añadido de la entrevista le hubiera parecido inoportuno (como dirigirse a ella como “la mujer del vicepresidente Pablo Iglesias”), hacer pública su queja. Y, por supuesto, que otros políticos de derecha lo permitan no es ninguna razón para justificar que un ministro de izquierda lo haga. 

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