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Madriluf

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, se lava las manos durante la presentación de la nueva zona de restauración del centro comercial Intu Xanadú, en Arroyomolinos, Madrid.

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Una decena de turistas europeos, la mayoría franceses, se arremolinan en la calle Espoz y Mina, qué paradoja, gritando y bebiendo después del toque de queda de las 23:00. La fotografía de Olmo Calvo ha definido la concepción tan colonial que España tiene de sí misma para permitir que lo que está prohibido para los propios sea un derecho para los habitantes de la metrópoli. España es una zona administrativa colonial de Francia o Reino Unido en la estructura capitalista europea, por eso no hay hordas de españoles en las calles de París o Londres, porque ni siquiera nos dejarían pasar. Pero es algo más profundo, estamos en una situación de sumisión frente a ellos en la cadena de producción capitalista. España es en términos de relaciones laborales un trabajador precario sin contrato que tiene que aceptar cualquier trabajo para su subsistencia por parte de empleadores sin escrúpulos.

Eurovegas fue un fracaso en su implementación de conformación grotesca y megalómana pero abrió el camino para consolidar el modelo que los líderes del Gobierno de Madrid querían para su región. El centro de Madrid es el Magaluf de la Europa pandémica. Mientras en sus ciudades las restricciones para el ocio son casi totales, pueden venir a nuestra casa a divertirse y a emborracharse sin atender las mínimas normas de comportamiento, poniendo en peligro nuestra salud y la posibilidad de recuperar el ocio y la vida normal que no podemos tener para que ellos la disfruten. Un comportamiento que incidirá de forma radical en la turismofobia y que tiene un calado mucho más profundo.

La reacción ante las hordas de turistas que vienen a emborracharse incumpliendo las normas que todos nos hemos dado para superar la pandemia desemboca en un hartazgo que puede desbordarse en cualquier dirección. Ciudadanos españoles que no pueden ver a su familia desde hace meses se juegan una sanción por el simple hecho de querer ver a su novia o sus padres mientras asisten atónitos a fines de semana festivos de parisinos en las calles de su ciudad. El agravio, tan humillante en una situación de fatiga pandémica por un año de dolor y restricciones, solo hace prever que el cumplimiento de las medidas se romperá de manera emocional tras un racionamiento lógico. No hay manera de sancionar socialmente a quien decida romper el confinamiento perimetral para abrazar a los suyos, digan lo que digan las leyes. Y de eso los únicos culpables son los responsables políticos locales, autonómicos y nacionales.

No es necesario apuntar nombres y apellidos porque ya dan igual los nombres cuando la sensación de hastío es generalizada, a nadie le interesa de quiénes son las competencias en cada aspecto cuando la polarización y los sesgos ya han decidido. Si Pedro Sánchez cree que el conocimiento profundo de la distribución de las competencias le va a servir para eludir la responsabilidad es que no conoce a su pueblo. Ayuso vencerá. La trascendencia de las imágenes de borrachos en el centro de Madrid tienen una importancia en la conciencia social del cumplimiento de las medidas sanitarias a nivel nacional. No importa de dónde sea quien las observa, produce la misma sensación de rabia, ira e incomprensión. El marco decidido por Ayuso para su campaña es invencible cuando se identifica la libertad con las terrazas llenas y el comunismo con el cierre del ocio. Salgan de ese marco rápido o morirán de forma dolorosa.

Es comprensible el hartazgo allende la capital de quien ve cómo la disputa regional acapara el debate nacional. Cualquier madrileño que no viva en el centro siente la misma emoción al ver cómo se está dirimiendo la precampaña. Madrid es mucho más que lo que ocurre en el centro de Madrid y es verdaderamente grotesco que las elecciones autonómicas del 4 de mayo se hayan convertido en un debate sobre lo que ocurre en las calles que rodean Sol. Madrid ya no es más que lo que sucede en la almendra central, la M30 se ha convertido en una periferia insondable para los debates públicos y ya no digamos lo que ocurre en el cinturón rojo o la cuenca del Henares. El único debate plebiscitario que se está dando es el que interesa a Ayuso y se centra en un estomagante falso dilema entre tomar cañas o cerrar los bares. Un debate que además está perdido, porque hasta el último votante de Unidas Podemos es un asiduo a las terrazas, las cervezas y las bravas. Así que, como la izquierda no sea capaz de escapar del cebo de esa dicotomía, la construcción de un Madriluf en toda la región será el sueño cumplido que Sheldon Adelson no pudo construir. Somos colonia, pero es que igual queremos serlo. Que vivan las cadenas.

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