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Por qué las mujeres escribimos sobre mujeres

Andrea Abreu. Foto: Alex de la Torre
5 de noviembre de 2023 22:01 h

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La semana pasada se generó y alimentó el debate de por qué las mujeres escribimos tanto sobre nosotras mismas, por qué la literatura femenina actual versa siempre sobre los mismos temas, rozando el victimismo o incluso la misandria. Así que en esta columna trataré de responder a ese modo limitante de entender la literatura femenina. Empezando por considerar que la propia etiqueta de “literatura femenina” no tiene ningún sentido.  

Las mujeres escriben sobre mujeres porque durante bastante tiempo no pudieron hacerlo, porque ahora interesa (antes no lo hacía), lo hacen como denuncia o reivindicación, pero, sobre todo, porque el género con el que nacimos nos moldea y moldea nuestra forma de ver el mundo. Moldea nuestras relaciones personales, sentimentales y laborales. Moldea nuestra infancia, adolescencia, vida adulta y vejez. Moldea nuestros vínculos. Moldea nuestro acercamiento al sexo, al matrimonio o la maternidad. Moldea nuestros prejuicios, debilidades y fortalezas. Moldea nuestros miedos e inseguridades. 

Y del mismo modo que escritores como Jack Kerouac o John Steinbeck, por ejemplo, escribieron sobre la amistad masculina, ahora ellas pueden hacerlo con una intención feminista, por qué no, pero también con una sencilla intención literaria. ¿Por qué si un escritor que escribe sobre sí mismo, o sobre los problemas que le rodean, es introspectivo y auténtico, por qué un escritor hablando sobre su relación con las mujeres escribe “novela más personal”, pero si lo hace una escritora resulta plañidera y autocomplaciente? ¿Por qué una escritora no puede aprovechar sus experiencias personales del mismo modo que lo han hecho ellos durante siglos?

A todos aquellos que piensan que la literatura femenina siempre trata los mismos temas y del mismo modo les recomendaría encarecidamente ampliar su biblioteca y descubrir que se puede escribir sobre mujeres con mil prismas y enfoques diferentes. Les aconsejaría que leyesen, por ejemplo, a Elisa Victoria que escribió en ‘Vozdevieja’ sobre la amistad de una niña de nueve años con su abuela. O que leyesen a Andrea Abreu que escribió en ‘Panza de burro’ sobre la amistad de dos niñas de un barrio humilde de Tenerife, una de ellas prematuramente madura. O que leyesen a Maggie O´Farrell que escribió en ‘Hamnet’ sobre la mujer de Shakespeare, sobre cómo tuvo que soportar la carga de la familia tras la pérdida de su hijo que contrajo repentinamente la peste. O que leyesen a Guadalupe Nettel que reflexionó en ‘La hija única’ sobre la maternidad, sobre su negación o su asunción. O que leyesen a Belén López Peiró que escribió en ‘Por qué volvías cada verano’ sobre los abusos sexuales de un tío a su sobrina cada verano. O que leyesen a Ariana Harwicz que escribió en ‘Mátate, amor’ sobre la asfixia de las relaciones familiares y la vida en el campo. O que leyesen a Mariana Enríquez que escribió en ‘Las cosas que perdimos en el fuego’ sobre mujeres en entornos de pobreza y miseria. O que leyesen a A Elena Medel que escribió en ‘Las maravillas’ la historia dos generaciones de mujeres trabajadoras, sin maniqueísmo ni nostalgia. O que leyesen a Samanta Schweblin que escribió en ‘Distancia de rescate’ sobre la sensación de estar perdiendo a un hijo. Que leyesen a tantas y tantas más autoras contemporáneas magníficas.  

Le recomendaría, en definitiva, que leyesen a mujeres sin prejuicios para ampliar su estrecha mirada (porque todo lo que no incluye plenamente al otro contiene estrecheces). Si bien verdad que existe una deriva voluntaria o involuntaria hacia el feminismo en las novelas o ensayos –deriva validísima–, también es cierto que no hay una unidad de miradas formales o estéticas en la literatura escritura por mujeres. Y, de la misma manera, tampoco a todas las mujeres nos gusta leer lo mismo. 

Creo que si realmente leyesen a mujeres todos los que opinan que siempre escriben lo mismo y del mismo modo, terminarían descubriendo que, en realidad, ellas escriben sobre historias humanas, más que femeninas. Y que las historias humanas son, en realidad, la base de la literatura desde tiempos inmemoriales.  

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