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El negacionismo sobre el fin de ETA

Rosa Paz

ETA se ha acabado. Hasta el Gobierno lo admite. Pero en lugar de celebrarlo, como parecería lo lógico, buena parte de la derecha española se empeña en aguarse, y en aguar a los demás, la fiesta de la derrota del terrorismo, viendo vencedores donde solo hay vencidos. En la foto de los excarcelados de la doctrina Parot en Durango, por ejemplo. Conviene recordar, para los desmemoriados, que la organización terrorista mató por última vez hace cuatro años, la extorsión desapareció hace tres, la kale borroka es ya historia y hace dos años y cuatro meses anunció “el cese definitivo de la violencia”. Como bien señaló aquel 20 de octubre de 2011 el entonces jefe de la oposición y hoy presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ETA hizo ese anuncio de forma unilateral y sin que mediara ningún tipo de contrapartida política.

¡Ay!, pero los agoreros de siempre no creen lo mismo. Alentados por los discursos del Tea Party 'pepero' y por la ambigüedad de algunos mensajes del propio Ejecutivo, que no acaba de decir las cosas claras, un sector político-mediático se dedica con tesón a decir que todo es una farsa, una trampa, un paripé, porque la izquierda abertzale, con sus marcas políticas legalizadas, está en las instituciones y gobierna la Diputación Foral de Guipúzcoa y el Ayuntamiento de San Sebastián, entre otros.

¿Qué habrían dicho de ser irlandeses cuando Martin McGuinness pasó de ser jefe del IRA a viceprimer ministro de Irlanda del Norte junto con su adversario, el unionista Ian Paisley, como ministro principal? ¿Qué dijeron entonces? ¿Dijeron que había ganado el IRA o que se había acabado el terrorismo en el Ulster? Afirmaron esto último. Como el común de los británicos, de los irlandeses del norte y del sur, y de los demócratas del mundo mundial.

Porque de lo que se ha tratado siempre en la lucha contra el terrorismo es de acabar con el intento de imponer por la fuerza de las metralletas y de las bombas unos objetivos políticos. En el caso de ETA, y por resumir, la independencia de Euskal Herria. Pero nunca se dijo que hubiera que impedirles defender sus ideas por las vías democráticas. Al contrario, se les invitó siempre desde los partidos democráticos, desde los pactos de Madrid, de Ajuria Enea e incluso desde el Pacto Antiterrorista, a abandonar las armas e integrarse en las instituciones democráticas para defender en buena liza, y sin las pistolas encima de la mesa, sus posiciones.

Ahora que lo hacen así, que ETA está derrotada, que la izquierda abertzale hace tiempo que se alejó de los postulados violentos, que los estatutos de su partido, Sortu, rechazan la violencia y, en particular, la de ETA, cuando este viernes la organización terrorista empieza los primeros movimientos para su desarme, controlados por la Comisión Internacional de Verificación, los agoreros insisten una y otra vez en que todo es mentira. Se puede entender la desconfianza, aunque ya ha pasado tiempo para pensar que el fin es irreversible. Se entiende, cómo no, el dolor de las víctimas. Y ojalá que ese negacionismo no fuera sino una estrategia de presión y no una postura intolerante que podría provocar efectos indeseados, de no ser, precisamente, porque ETA está acabada.

Claro que falta que la entrega de las armas sea total, definitiva y sin condiciones y que la organización terrorista se disuelva. Igual que sería deseable que se acercara a los presos a cárceles del País Vasco y que se aplicaran los beneficios penitenciarios a los etarras que cumplen las condiciones después de que el colectivo de presos asumiera el pasado diciembre la legislación penitenciaria y la posibilidad de la reinserción individual por la que dirección etarra les impedía transitar. En contra de lo que dicen esos representantes del Tea Party del PP, ni a los más optimistas se les ocurrió jamás pensar que el fin de ETA pudiera ser así, unilateral y sin contrapartidas.

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