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Nuevo terremoto en las torres financieras

Imagen de la una de las sedes del Silicon Valley Bank

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Otra vez la amenaza del colapso financiero. Si en 2008 fue la quiebra de Lehman Brothers, el cuarto mayor banco de inversión de EEUU con más de siglo y medio de historia, ahora es el Silicon Valley Bank el que ha caído -desde su puesto 16 entre los mayores bancos estadounidenses-. Y tras él, como ya sucedió entonces, ha ido otro banco: el Signature Bank. Hay varios más en problemas y se registran fuertes caídas de los bancos europeos en los mercados de valores y, entre ellos, los españoles que se han dejado ya 11.800 millones de euros este lunes. Los miles de millones de valor en Bolsa de los dos bancos estadounidenses quebrados se han evaporado ya. Y no se contempla que se haga cargo de ellos la Administración.

Otra crisis sistémica del capitalismo. Otra burbuja que pincha y extiende su daño en onda expansiva. El Silicon Valley Bank tiene como principales clientes a compañías del sector tecnológico; a las emergentes en particular, las start ups. En 2020, la pandemia impulsó de forma desorbitada este tipo de empresas, al paralizarse la actividad económica mundial tratando de frenar los efectos del coronavirus. Como siempre en el sistema se creyó que ese crecimiento sería eterno, pero aquella burbuja se redujo con el regreso a una cierta normalidad. Y sobre todo al verse sometida todavía a otro efecto más: la guerra sobre Ucrania con cuantos cambios ha supuesto en gastos y alteración de las condiciones en muchos productos. Añadan la inflación consiguiente, la subida de tipos (que ha sido lo que ha precipitado la caída), el miedo a la recesión. 

La burbuja de las tecnológicas se contrajo demasiado rápido y se ha quebrado. El Signature Bank se ocupa básicamente de las finanzas en criptomonedas que no dejan de parecer una de esas pirámides para la avidez. De las que terminan despeñando a muchos inversores. Con este negocio era ya el banco número 29 en tamaño de Estados Unidos. Esos dos son los pilares de esta crisis.

El Silicon Valley necesitaba efectivo en ese contexto y anunció el miércoles una ampliación de capital en más de 2.000 millones de dólares y la venta de una cartera de bonos de 21.000 millones. Al día siguiente sus acciones cayeron un 60% y se produjo una estampida con retirada de fondos. Salieron 42.000 millones de la entidad en 10 horas. Las autoridades anunciaron que el dinero de los clientes -no así de los inversores en Bolsa, como decimos- estaría protegido por la Administración hasta 250.000 dólares. El caso es que las tecnológicas tienen mucho más capital. Cundió el pánico y se extendió el contagio. Los clientes de todo tipo se han apresurado a huir con su dinero hacia otros bancos.

Biden ha prometido hacer “lo que sea necesario” para proteger los depósitos bancarios de los ciudadanos de EEUU. Asegura que esta vez será un Fondo de los propios bancos quien se haga cargo. Portavoces gubernamentales han dicho aquella bonita frase que ya conocemos: el rescate de esa parte de los fondos que garantizan, las nóminas del personal y otras obligaciones… “saldrá gratis para el contribuyente”. En la crisis de 2008, que desmoronó el sistema financiero como un castillo de naipes, la factura la terminamos pagando los ciudadanos, sobre todo en abrumadores recortes de los servicios básicos. Grecia en cabeza, Portugal y España también.

En 2008 pincharon las burbujas de las hipotecas subprime y los hedge funds, Fondos de Alto Riesgo. Alto riesgo en ambos casos con sus tintes de abuso. En aquella ocasión el sistema demostró estar podrido. Otro gigante financiero, Merrill Lynch, siguió a Lehman Brothers y fue ofrecido en saldo al Bank of America. Ahora, el HSBC ha adquirido la división británica del Silicon Valley por una libra. Son demasiadas similitudes para “no ser lo mismo”.

El huracán cruzó el Atlántico entonces a bordo de AIG, American International Group, Inc., líder mundial de seguros y servicios financieros, extendido por más de 130 países, que también se derrumbó por contagio, aun con la ayuda financiera de la Reserva estadounidense. Operaba en un gran número de países y sembró de dudas o no pudo atender los seguros suscritos y así extendió el problema hasta el sistema bancario europeo afectado también de problemas similares a sus colegas estadounidenses.

Cifras astronómicas de dinero público se entregaron al sistema financiero para que pudiera recuperarse. Solo en la UE, donde más nos afecta, se movilizaron entre 2008 y 2009, 3,7 billones de euros en préstamos o avales. Es decir, más dinero que el PIB de España (1,1 billones) y el de Alemania (2,4 billones) juntos. Nos contaron que los bancos eran “demasiado grandes para caer” porque se hubiera desestabilizado “el sistema”. Los bancos no podían caer, los países y los ciudadanos, sí. Y de hecho los vapuleados PIGS del sur de Europa lo pagamos bien caro. Hasta con nuestro propio rescate bancario que no hemos recuperado. Esperemos que aquella inmensa inversión mantenga fuertes en efecto a los bancos, desde luego sus cifras millonarias de beneficios así parecen atestiguarlo.

Lo lógico es aprender de situaciones tan extraordinariamente traumáticas. Esperemos que esta vez lo logren y la cosa pare ahí. Hasta ahora la lección que ha aprendido el capitalismo ha sido la de hacer pagar a los ciudadanos sus crisis.

La de 2008 afectó a todo el tejido de la sociedad mundial. En todos sus aspectos, políticos, económicos y sociales. Ni siquiera era ya una crisis cíclica más del capitalismo, sino la madeja cien veces mal enrollada. Veremos ahora que arrastramos los efectos de la pandemia y de la guerra que se empeñan en mantener sin intentar siquiera seriamente una negociación.

Estemos muy atentos. A todos los detalles. El actual contexto nos remite a una sociedad inclinada a encomendar la gestión a la ultraderecha y la derecha neoliberales, como respuesta equívoca a sus frustraciones y su miedo. Si la tijera brilló en 2008 y los años que le siguieron, ahora ambiciona darse un festín.

Tranquilos que esta vez puede ser un temblor pasajero, las altas esferas saben qué hacer en todo caso y detener el estallido de la burbuja en sus primeros pinchazos. Tranquilos, pero muy atentos.

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