Un país de bocazas
Trabajar más y cobrar menos, recetó el honrado Díaz Ferrán. Más de 500.000 personas cobraban el paro indebidamente, sentenció con su aclamada infalibilidad la vicepresidenta Maravilla, Sáenz de Santamaría. A trabajar a Laponia si hace falta, aconsejó la Patronal. El capote de la Virgen del Rocío es el motor de la creación de empleo, rezó la ministra Fátima Báñez. Los salarios no han bajado en España, nos informó en su día el ministro Montoro.
El portavoz de los médicos propuso multar a quien hiciera mal uso de los servicios sanitarios. Al parecer primero debe usted autodiagnosticarse y si se equivoca, entonces sí, corra a urgencias. En este siempre complicado campo de la sanidad, la ministra Ana Mato ya ha tocado todos los palos. Desde descubrir miles de usuarios de tarjetas sanitarias muertos, a denunciar con coraje que muchos casos de desnutrición infantil no se deben a la pobreza sino a que sus padres los alimentan mal. El ministro Wert aún debe seguir empeñado en españolizar a los niños catalanes. Su secretaria de Estado, Monserrat Gomendio, saltó a a la fama tras lamentar que los profesores puedan hacer huelga porque tienen un trabajo asegurado mientras Esperanza Aguirre se quejaba públicamente de que los maestros solo trabajen veinte horas a la semana
La lista de bocas que se abren más de la cuenta se vuelve interminable. Hace nada, en su despedida, el expresidente de la patronal bancaria Miguel Martín afirmó sin pestañear que no merece la pena para ganar dinero dedicarse a la banca en España. Casi al tiempo los bancos anunciaban beneficios de más de siete mil millones durante el pasado ejercicio. Miguel Blesa, el banquero ejemplar del Aznarismo, lloraba amargamente del daño sufrido por su familia y su prestigio mientras un juez multaba a una preferentista por increparle en el juicio. Mónica de Oriol, presidenta del Círculo de Empresarios, acaba de quejarse amargamente de lo oneroso que resulta cargar con jóvenes sin formación que no sirven para nada. Tres días después se ha disculpado con la boca pequeña, pero queda dicho, que era lo que se buscaba.
La frecuencia y creciente brutalidad de semejantes excesos dialécticos indica la absoluta desconexión de la realidad en la que vive la mayoría de las élites económicas y políticas de este país. Solo aquello que ellos hacen cuenta y es relevante. Solo ellos trabajan, emprenden, aportan valor, levantan el país y triunfan en la vida. Todos los demás solo somos una carga, una rémora, un lastre insoportable. Somos un caso perdido a pesar de sus esfuerzos. No merecemos las oportunidades que nos dan y deberíamos estarles agradecidos.
Tanta afición a hablar de más y sin saber prueba también la nula o poca empatía que sienten por sus congéneres y sus desgracias. Los parados son vagos que en el fondo no quieren trabajar. Los inmigrantes son aprovechados que vienen a vivir a su costa. Los becarios son mano de obra que no sabe cuál es su sitio en el orden del mundo. Los enfermos son viciosos de los medicamentos gratis. Los pensionistas son gente que no sabe morirse cuando debe. Los preferentistas son listillos que quisieron jugar a brokers sin saber y ahora lloran. Nadie es inocente. Todos se lo han buscado. No habrá paz para la gente normal.
Pero sobre todo, la confluencia permanente de tanta bocaza suelta acredita la frivolidad con que se debate y toman decisiones que cambian y empeoran la vida de la gente. En política económica, sanitaria, educativa o social nuestros gobiernos deciden a ojo, guiados por el último caso que alguien les ha contado, la última ocurrencia, o el penúltimo prejuicio ideológico. En España nunca permiten que la realidad les estropee un buen negocio a costa de los demás.