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El registrador de estirpes

Rosa María Artal

España es hoy el paraíso de las élites. Las vemos salir de estampida en sus vehículos saltándose la ley sin temor a arrollarla porque se creen en posesión de ese derecho. Deben estar en lo cierto a la vista de la impunidad que suele acoger la variedad de atropellos que perpetran. España es el país donde, sin pudor alguno, los privilegios llegan a ser institucionalizados. Diez mil personas gozan ya de prerrogativas judiciales en caso de delinquir. La reina, el príncipe y la princesa acaban de sumarse por decisión del gobierno a esta larguísima lista de aforados. Otra anomalía democrática más que contrasta con los países de nuestro entorno donde solo los presidentes de República -como mucho, nadie en la mayoría de ellos- ostentan esa condición excepcional. Las élites en España están estos días que se salen. Tendrá algo que ver a quién tienen situado a la cabeza del poder del Estado? Pocos nos han instruido mejor que Rajoy que acerca de cómo piensan las gentes de su clase

Se diría que a los 24 años se estampó en la frente un sello de registrador de propiedades, timbrado en pesetas -la moneda española del siglo pasado-. Ambas características marcarían el carácter de Mariano Rajoy: su amor a lo añejo y a fijar títulos. Ascendido hasta la cúspide en su carrera política, a la que lleva dedicada casi 35 años, Rajoy pasó a culminar su secreta vocación: convertirse también en registrador de estirpes.

Hasta hace unos 5 ó 6 años aún se encontraban en , sus dos famosos –aunque nunca lo suficiente- artículos sobre la desigualdad humana publicados en el Faro de Vigo en 1983 y 1984. Desgranaba el entonces diputado del PP sus argumentos sobre la preeminencia de unas clases sobre otras, escribiendo: “Ya en épocas remotas se afirmaba como verdad indiscutible que la estirpe determina al hombre (…), era un hecho objetivo que los hijos de ‘buena estirpe’ superaban a los demás”. Notemos que en la estirpe de Rajoy hay una afición desmedida por dar como “verdades indiscutibles” lo que no son sino opiniones personales.

Suele resaltarse menos, sin embargo, el hallazgo intelectual del gran teórico de las estirpes: la “Envidia igualitaria”, concepto que Rajoy desarrolla a partir de la idea primigenia de un ilustre franquista, Gonzalo Fernández de la Mora. La igualdad para ambos se basa en los genes de mayor o menos calidad: “El hombre es desigual biológicamente, nadie duda hoy que se heredan los caracteres físicos como la estatura, el color de la piel y también el cociente intelectual. La igualdad biológica no es pues posible. Pero tampoco lo es la igualdad social: no es posible la igualdad del poder político”. En la estirpe de Rajoy, por cierto, se hace un flaco favor al coeficiente intelectual de los progenitores.

Rajoy traduce la desigualdad en la que cree. Desciende al terreno práctico y grita ante la aberración que planteaba en aquella época –ay- de al establecer baremos distintos de cotización: “¿Por qué, mediante la imposición progresiva, se hace pagar a unos hasta un porcentaje diez veces superior al de otros por la misma cantidad de ingresos? Para penalizar la superior capacidad, o sea, para satisfacer la envidia igualitaria”. En la estirpe de Rajoy, como observarán, falla estrepitosamente el dominio de las matemáticas. Y también de la Constitución Española que consagra la progresividad fiscal, hoy bastante deteriorada.

El registrador de estirpes llegó un día, pues, a la presidencia del gobierno español y ya pudo actuar sobre esos infectos seres que, además de ser inferiores, osan tener envidia igualitaria y perturbar –algo- a quien ostenta la supremacía natural. Y actuó en consecuencia. ¿Pero qué es eso de querer casa, comida, sanidad, educación, un trabajo estable, una remuneración que permita afrontar los gastos o una vejez como si fueran altos, guapos, delgados, portentosamente inteligentes y sobre todo de buena familia?

Cuando habla de la crisis dice que se sale de ella “sin las anteojeras de prejuicios ideológicos trasnochados”. Ya lo había anticipando en su tratado de las estirpes: “todos los modelos, desde el comunismo radical hasta el socialismo atenuado, que predican la igualdad de la riqueza” tienen como objetivo imponerla y son “radicalmente contrarios a la esencia misma del hombre”. Desigual. Con la superioridad incontestable de elementos como Esperanza Aguirre, Mariano Rajoy y sus semejantes. Hay seres tan estúpidos que no la aceptan ¿puede creerse? ¿puede tolerarse?

Rodeado de mentes funcionarias de ganancias privadas, Rajoy se ha dedicado con fruición a desmantelar el Estado del bienestar al que la escoria social no tiene derecho. Todo pertenece por lógica a la estirpe de Rajoy, aquella para la que él trabaja. A la de las Aguirres prepotentes y el resto de la casta que ha vuelto a tomar por sus fueros este país, si alguna vez se apearon mínimamente de sus tronos.

Imprescindible carecer de sentimientos o de la más mínima empatía hacia las víctimas. En la estirpe de Rajoy, el corazón sobra. Hay que primar el cuidado del bolsillo, con sueldos, sobresueldos legales y lo que caiga de esa contabilidad B de dinero tramposo cada vez más clara judicialmente. Viene bien, ayuda, corromperse y corromper, comprar voluntades y cortar las alas de alguna manera a quien quiera provocar algún cambio.

Buscar el rédito personal y de grupo antes que el bien de la sociedad a la que se dice representar. No tener complejos, ni miedo de ser tachado de traidor y hasta rastrero porque también puede acarrear beneficios. Como cuando Rajoy aprovechaba sus salidas internaciones –desde una de las primeras como ésta- para que instancias europeas condenaran actuaciones progresistas españolas –cuando las ha habido-.O para alinearse con el ultimátum de Bruselas, Obama y todo el cónclave neoliberal, en los fatídicos días de Mayo de 2010, cuando el austericidio comenzó.

A pesar de los incontables privilegios de los que disfrutan las estirpes de los Rajoy del mundo, no todos quisiéramos pertenecer a ella. Pensar, por ejemplo, en ese día que se cae –en desgracia o tal cual- y se ha sembrado tanto asco, desprecio y odio que nadie acude en ayuda. En cualquier caso, España tiene pendiente una radical transformación democrática. Algo así como dar un salto al siglo XXI desde la Edad Media en la viven instalados un montón de fantoches que se creen superiores a los demás.

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